Ocurre con mucha frecuencia que gente valiosa vive entre nosotros y venimos a reconocer sus cualidades cuando mueren. Es un mal de la Humanidad, pero creo que en República Dominicana, probablemente por la mediocridad que corroe los ambientes políticos, sociales, artísticos y culturales, el fenómeno asciende a un rango que debiera empezar a preocuparnos en procura de un cambio de actitud del que se beneficiaría toda la sociedad. La reflexión viene a cuento por la reciente pérdida del poeta, periodista, profesor, filósofo y productor de televisión Rafael Aristófanes Urbáez Matos, el Fano de su amado Vicente Noble y El Roedor de sus lectores de los últimos años. Quienes reconocimos en vida los valores de Urbáez, a pesar de sus esporádicas “enemistades” propias de su temperamento apasionado, hoy podemos reforzar las convicciones que tuvimos de su figura ante las manifestaciones generalizadas de aprecio que ha provocado su partida.
El periodista José Labourt, su compueblano y amigo que marchó primero, ponderó en 1985 su grandeza poética en el prólogo a Los tambores de la paloma azul, en el que al cantarle a su “caudillo Bosch” expresaba: “Quiero morir con Juan y las palomas/ en el humilde ojo de la lucha”. En Las Sombras del silencio, otro poemario que nos autografiara en 1992, retrata la brevedad de la vida: “Apenas hemos nacido y ya vamos creciendo/ hacia una muerte oculta./ Apenas nuestra flor enseña su sonrisa/ Ya la furia centrífuga del túnel invisible/ nos exige con fuerza de todos los planetas/ que volvamos al nido donde todo se anula”. En su canto al fallecido Labourt exclamaba: “Tu paz no fue entendida porque fuiste distinto:/ Si te lanzaron piedras devolviste frazadas/ Si te ofertaron hieles les disparabas besos!/ Esa torpe aritmética de cabezas vacías/ No la entendiste nunca, camarada florido”. Ojalá que la editora estatal reedite las obras de este humilde y sólido intelectual dominicano que acaba de morir. Él jamás lo habría pedido, pero sus lectores y amigos lo agradecerían.
