Hace tiempo, José Miguel Gómez escribió algo que asumo: Presenciamos el funeral de las viejas librerías (La Trinitaria apenas respira y nadie dice nada) en una sociedad internetizada que existe para el dinero, el hedonismo y el placer. ¡Qué pobre país! Matamos el espacio humano de la librería a cambio de las bancas de apuestas, el “liquor store”, el colmadón, la prostitución, el sexo y el consumo. ¡Qué pobre país! Porque, ¿Qué es un pueblo sin librerías? ¿Qué se respira en un barrio donde nadie se peina con el libro, ni lo tiene de almohada, ni lo vive como una respuesta a futuro para graduarse de persona?

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