La columna de Miguel Guerrero

Israel, contrario a lo que se vende, no es el resultado de una imposición imperialista en el Medio Oriente. Más bien nació y creció contra la voluntad de los grandes intereses petroleros de Estados Unidos y otras potencias coloniales. Inglaterra era entonces el gran poder colonial en el Levante. La Unión Soviética defendió el derecho […]

La columna de Miguel Guerrero

Si se analiza con rigor científico la estructura social del país, la composición de las fuerzas que la guían, no tardaríamos en observar una curiosa suerte de estancamiento, como si la sociedad hubiera permanecido al margen de la marcha inexorable del tiempo y de la historia. Las estructuras de mando que gravitan todavía con fuerza […]

Un sistema político tan débil como el nuestro crea los factores que preservan su permisividad y abren enormes posibilidades a aquellos prestos a acudir al primer llamado de oportunidad. Son los contratistas y modernizadores de siempre. Los hadas madrinas que pretenden modificar el país con sus varas mágicas, llenas de falsas ilusiones. Atados a realidades que los abruman, e imbuidos de sus propias ambiciones de fama y fortuna, los presidentes ceden con facilidad al embrujo de estos prestidigitadores. Pocos presidentes se han resistido al encanto de la adulación que estos personajes traen en sus portafolios llenos de planes y proyectos y vencidos pagarés de campaña electoral.
No son los adversarios de un presidente ni sus críticos los que dañan el campo en que éste se mueve. En una democracia verdadera, estos pueden ser, aún en el más ácido de los enfrentamientos, el combustible que enciende la luz para ver al través de la oscuridad propia de toda situación de crisis. El peligro está en los colaboradores y los amigos más cercanos. Aquellos que en campañas se ofrecieron voluntariamente para financiar mítines y recorridos. Los que cedieron sus lujosas residencias para cenas de recaudación de fondos.
Son esos los que después provocan los conflictos de intereses que ponen a los presidentes ante dilemas y problemas de conciencia. Los que conscientes de las debilidades del amo, le ponen a decidir, aún en las circunstancias más delicadas y precarias, entre la lealtad a los electores y sus compromisos de campaña. Los que en situaciones de crisis y escasez, le embarcan en proyectos faraónicos tras la falsa búsqueda de una inmortalidad que jamás se alcanza por esos  medios. Gobernar para amigos y con amigos es el peor de los errores. La vía más idónea al fracaso y a la desilusión. Las lealtades personales distancian a un gobernante de sus obligaciones.  
El autor es escritor y periodista
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La  experiencia nos enseña que una de las causas principales de nuestros males y del pobre desarrollo democrático que padecemos descansa en la peculiar concepción de poder que tenemos los dominicanos. Entre nosotros existe la convicción de que el ejercicio del poder político otorga privilegios especiales. Esa errada concepción se ha transferido de gobierno a gobierno al través de  nuestra historia republicana. Y nos ha impedido crecer imponiendo viciosas prácticas oficiales que nos asemejan en la práctica cotidiana más a una dictadura que a una democracia real. En este mundo digital, la práctica democrática es una realidad virtual. El único tiempo real es el que impone el plazo para el cual son electos cada cuatro años los después felices y endiosados inquilinos del Palacio Nacional. La experiencia vivida a lo largo de los últimos cuarenta años es tan frustrante como aleccionadora. El problema es que no aprendemos de nuestros tropiezos. El culto de la personalidad siempre presente en nuestro ambiente, desgasta rápidamente a los gobiernos.
Mucha gente ha comprobado la ventaja de una cercana amistad o asociación con un jefe del Estado en este país sin instituciones. Juan Bosch advertía sobre el daño de utilizar las herramientas o poderes de un gobierno para hacer negocios. Pero pocos han hecho caso a esos sabios consejos de un político en vida severamente cuestionado por el pecado de anteponer algunos principios al interés personal o de grupos.
En un ambiente así es poco probable que un presidente resista la tentación del halago personal o no se deje deslumbrar por los oropeles de una corte o las candilejas de la gloria, a la postre tan efímeras como el mandato mismo.  Un examen frío de nuestra historia reciente  y del presente actual permite ver cuánto ha costado al país ese vicio de nuestro quehacer político.
El autor es escritor y periodista
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Como decíamos en la entrega de ayer, las grandes compañías petroleras del Reino Unido, Estados Unidos, Holanda y otras naciones industrializadas no respaldaron la creación del Estado judío. Por el contrario, se  le opusieron fervientemente. Los gigantes consorcios petroleros, bien asentados en Arabia Saudita, Libia y los Emiratos Arabes, abrigaban temores de que la materialización del sueño sionista promoviera sentimientos nacionalistas en el vasto mundo islámico que a la postre afectaría sus intereses y fabulosas ganancias. Con la complacencia de ambiciosos y corruptos jequezuelos, las compañías petroleras habían logrado excelentes condiciones en contratos de explotación del crudo en casi todas las naciones árabes y la terquedad de los judíos de convertirse en una nación soberana amenazaba entonces su posición en el Medio Oriente.
Existen infinidad de documentos, libros, memorandos y otros testimonios que prueban la conspiración de los grandes consorcios y compañías petroleras para frustrar la partición de Palestina y la creación allí de dos estados independientes, el que se ha convertido en el moderno Israel y el que hubiera podido ser un estado árabe palestino, tal y como establecía la resolución de Naciones Unidas. Cuando desde cinco naciones árabes hordas de fanáticos musulmanes se volcaron sobre Israel, al día siguiente de la partida del último soldado británico el 14 de mayo de 1948, tras la declaración de independencia que marcó el resurgimiento de la nación judía, estaban entre ellos las bien adiestradas tropas de la Legión Arabe, financiadas, apertrechadas y dirigidas por ingleses, por órdenes de la Corona. El que todavía los palestinos luchen por el derecho que le asiste de tener también un estado propio significa que el radicalismo fundamentalista islámico le ha negado a ese pueblo 63 años de paz e independencia.
El autor es escritor y periodista
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Israel, contrario a lo que se vende, no es el resultado de una imposición imperialista en el Medio Oriente. Más bien nació y creció contra la voluntad de los grandes intereses petroleros de Estados Unidos y otras potencias coloniales. Inglaterra era entonces el gran poder colonial en el Levante.
La Unión Soviética defendió el derecho de los judíos de formar una nación y vivir en paz dentro de fronteras seguras, porque  entendía que la creación de un Estado sionista constituiría un factor de deterioro de la influencia británica en la región, pues ya los judíos habían combatido el poder colonial de Londres. Estaba además la desconfianza que los señores feudales y jeques petroleros árabes infundían en el mundo comunista.
Las naciones árabes, especialmente Egipto y Siria, habían colaborado estrechamente con la Alemania nazi. Stalin y otros líderes de la Europa oriental, que apenas comenzaba emerger de las ruinas de la guerra, tenían fresca en su memoria el hecho de que comandos musulmanes habían luchado dentro del ejército alemán en el Este de Europa. Los largos meses del juicio de Nuremberg habían sacado a relucir las atrocidades que muchos de esos comandos habían cometido en los campos de exterminio de la locura hitleriana. 
Está hartamente comprobado que la máxima autoridad islamista de la región, el gran Mufti de Jerusalén, que encabezaba la oposición árabe en Palestina a la formación de un Estado judío como lo había aprobado las Naciones Unidas en su histórica resolución de noviembre de 1947, había encontrado refugio en el Berlín nazi, burlando la justicia británica.
Desde las emisoras nazis, el líder religioso árabe exhortaba al mundo islámico a la rebelión contra los aliados. Sus llamamientos habían encontrado buena acogida en Irak,Siria y Egipto, donde Hitler halló complacientes colaboradores y focos de resistencia contra Inglaterra.
El autor es escritor y periodista
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Muchos amantes de la ópera creen que la coloratura es propia sólo de las buenas sopranos líricas ligeras, pero como técnica al fin es realizable en todo tipo de voz.
La coloratura (color) requiere de una buena dicción y sobre todo de un canto preciso, ya que no es más que la capacidad de ejecutar sucesiones de notas rápidas y de esta manera poder extender la vocal de una sílaba a varias notas seguidas. Las composiciones de Mozart, por ejemplo, demandan el dominio perfecto de esa técnica y  grandes compositores del bel canto la elevaron al extremo de amplitud, agilidad y rapidez, como aparecen en casi todas las obras de Rossini, Bellini y Donizetti, aunque no con la misma frecuencia e intensidad que en las de Verdi y Puccini, considerados ambos, sin embargo, como los dos más grandes genios de la tradición italiana de la ópera.
Los compositores contemporáneos, los que han perpetuado con su genio el rico legado de sus antecesores, no hicieron de ella un recurso habitual de sus obras y esa ha sido la causa de que muchos críticos del arte lírico cuestionen permanentemente si fue debido a que no encontraron la forma de integrar esa técnica de modo natural a sus creaciones.
La coloratura fue un recurso usual de la música barroca y se la utilizaba principalmente para permitir a los cantantes lucirse en los escenarios.  Para Bach, por ejemplo, la agilidad instrumental, que supone la ejecución de coloraturas en toda la tesitura de la voz, era la condición imprescindible a todo buen cantante.
En los ambientes líricos se habla a menudo de la  supuesta superioridad de las sopranos wagnerianas, y la habilidad de estas para dominar la técnica, aunque los biógrafos sostienen que Wagner consideraba la coloratura como una técnica superficial. Las notas más altas de algunas arias que suelen dar los cantantes no figuran en las partituras originales, pero ¡pobre de aquél que no las da!.
El autor es escritor y periodista
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Algunos ataques mediáticos suelen regularmente hacer más bien que el mal que se proponen. Y plantean también serios cuestionamientos sobre el medio que los acoge. Un diario no es el lugar ni la tecnología que se usa para imprimirlo, sino lo que sale a la calle, es decir el contenido que lleva a sus lectores.
La existencia de todo medio en una sociedad democrática está sujeta al examen diario de sus lectores, plebiscitos permanentes que en algún momento influirán en el favor y la aceptación del público. La calidad del contenido es el rostro real de un medio y de aquellos que lo dirigen. Cuando un diario presta sus páginas a las calumnias, termina perdiendo toda credibilidad y la admiración de sus lectores, por más que muchas veces el proceso no se produzca de inmediato.
Sucede igual con los gobiernos. Cuando éstos se valen de terceros para intentar dañar reputaciones, sea en el plano político como en cualquier otro, terminan pareciéndose a quienes usan para esas sucias tareas. La razón es que se requiere de mucho más talento para ejercer la democracia que para imponer la tiranía, por cuanto lo primero supone el uso de la razón y el otro el de la fuerza. La tolerancia a la crítica seria es una obligación de todo gobierno que se presuma democrático.
Con todo y que muchos de los métodos de la dirección actual han sido seriamente cuestionados, existen en la acción ejecutiva áreas reivindicables, capaces de defenderse por sí sola. No todo lo atribuible a la administración merece ser objeto de la crítica.
Y cabe suponer que mucha gente respetable estaría dispuesta a endosar numerosas iniciativas oficiales, incluso su política global, dentro del marco de un debate serio, con argumentaciones válidas, que permitan una discusión enriquecedora. Algunos se creen que la retractación ofende, cuando es apenas un espejo que refleja el rostro de quien se vale de ella. 
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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La prensa dominicana ha jugado un papel descollante en el proceso de desarrollo democrático del país. Esa es una realidad innegable, que no le puede ser regateada y que resiste cualquier análisis e interpretación histórica, por más prejuicios de que vaya revestida.
Sin embargo, hay una debilidad estructural en ella estrechamente vinculada a su propio crecimiento y desarrollo. El país despertó muy rápido a la democracia y de un largo período de tiranía y oscurantismo salió a un régimen de libertades públicas y ejercicio democrático sin un paréntesis previo.
De la noche a la mañana surgieron decenas de periódicos, noticiarios de radio y televisión que se llenaron de personas sin destrezas periodísticas ni concepto de la responsabilidad que ese oficio conlleva. La necesidad creó profesionales y la especialidad dio paso a la improvisación.
De ahí que muy buenos reporteros, con fama en la sociedad, escribieran haber sin “h”, acentuaran la palabra “dijeron” en la última sílaba y pensaran con faltas de ortografía, las que afortunadamente no se ven en los programas de entrevistas y comentarios.
Esta no es una generalización ¡Dios me cuide de ellas!, sino una reflexión al amparo de las extravagancias que me permite el clima de libertades existentes en nuestro país en los últimos años, y respecto a la cual habrá, sin lugar a dudas, muchos desacuerdos.
Pero se hace de absoluta necesidad que los medios de comunicación,  periodistas, columnistas y entrevistadores aceptemos como natural y beneficioso el que la prensa como institución acepte la crítica que tan libremente ejerce contra terceros. Sobre todo porque ese ejercicio acabará resultando uno de los pilares más sólidos de las garantías de la libertad de prensa.
Sólo cuando los periodistas aceptemos la crítica, la existencia de una prensa libre estará bien justificada.  
El autor es escritor y periodista
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Aunque dejé de interesarme por el género hace años, siempre he creído que las cosas mejorarían notablemente en el país si de vez en cuando en las alturas del poder la voz de un poeta dejara escuchar su canto de esperanza.
En lugar de tanto ruido y disonancia habría así reposo para el espíritu, suficiente tranquilidad y sosiego para hallar un camino adecuado, en medio del laberinto en que nos encontramos. La crudeza de nuestras realidades ha cercenado la imaginación, el toque mágico que tantas veces se precisa para encontrar fuera del quehacer político, sórdido e insensible, la llave de soluciones a los problemas del país.
Y es que el defecto principal de los dirigentes nacionales es su incapacidad para encontrar en la belleza de la forma un método de acción político y aceptarlo como una fórmula viable. Prefieren el sistema directo y franco de la ofensa y la brusquedad. Tal vez pudieran aprender de aquel que tanto denostaron y que hace años, ante la estatua de un poeta en el acto inaugural de una plaza, en medio del trajinar cotidiano de la presidencia, fue capaz de encontrar la siguiente inspiración:
“Los versos de amor de Fabio Fiallo son invariables y eternos, como lo son las efusiones del corazón humano. Muchas parejas de enamorados, algunas de las cuales ignorarán tal vez la propia existencia del autor de ‘La canción de una vida’ y habrían leído acaso, como composiciones anónimas, muchas de las coleccionadas en sus libros, acudirán en la alta noche a esta plaza, atraídas por su soledad y por el rumor de sus fuentes, y al pasar entre el murmullo de las hojas junto a la estatua del poeta, con las manos entrelazadas, se musitarán como un secreto al oído los versos inolvidables:
“Por la verde alameda silenciosos/íbamos ella y yo; /la luna tras los montes ascendía/en la fronda cantaba el ruiseñor”.
El autor es escritor y periodista
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Hay toda una leyenda negra alrededor de la industria azucarera y el uso ilegal de mano de obra extranjera en ella, con la cual se han desplegado injustas campañas de descrédito del país en el exterior. Cifras no oficiales hablan de la presencia en el territorio nacional de alrededor de un millón de ilegales haitianos y se le asocia sin ninguna base estadística sólo a labores de campo en esa actividad industrial.
En el exterior se ha vendido la idea de una industria basada en la explotación de esa población indocumentada por parte de las empresas productoras de azúcar. La realidad es muy distinta, sin que esto sugiera que existan en ellas las condiciones laborales más óptimas y deseables. El sector de la construcción y actividades agrícolas ajenas a la azucarera, como el cacao y el arroz, emplean muchas veces más trabajadores haitianos, en condiciones inferiores si se quiere, debido a que no poseen la cohesión ni el nivel de tecnología y organización que caracteriza la azucarera.
Ni siquiera en las épocas ya lejanas en que la producción de azúcar representaba la tercera parte de los ingresos por comercio exterior y se le consideraba como la espina dorsal de la economía, la industria era entonces la fuente principal del uso de esa mano de obra. Me refiero a los tiempos en que funcionaban en el país 16 ingenios, doce propiedad del Estado, y la capacidad de producción se estimaba en 1,400,000 toneladas. Aún en esa época, la industria empleaba unos 30,000 picadores en el ya llamado periodo pico, es decir, en el más alto de la zafra, cuando la caña alcanza su mayor contenido de jugo y el rendimiento es mayor, lo que equivale a decir la obtención de mayor cantidad de azúcar por tonelada de caña molida. Hoy, toda la industria emplea apenas unos 12,000 picadores en el momento más alto de la zafra, y en términos laborales distintos, lo cual desmiente cuanto de malo de ella se dice.
El autor es escritor y periodista
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La lucha por los recursos que la ley dispone para el sector educación es una muestra fehaciente y trágica de nuestra debilidad institucional y un reflejo penoso del poco respeto que los legisladores tienen por sus electores. Ha quedado de manifiesto que la mayoría peledeísta responde más a las directrices de su comité político que al clamor popular, incluso cuando está en juego un asunto tan importante para el futuro nacional como es, sin duda alguna, la urgente necesidad de impactar positivamente la calidad de la enseñanza pública, una de las más pobres del mundo.
Se ha pretendido presentar el reclamo del 4% del PIB a la educación como un acto de oposición política y como prueba de ello se menciona el hecho de que el principal candidato de la oposición lo ha refrendado, olvidándose que igual hizo el candidato del gobierno, aunque con la incomprensible salvedad de que nada puede hacer en contra de la corriente mayoritaria de su partido que obviamente, sin que se entienda la causa, no está de acuerdo, basándose en el falso alegato de que el problema no es de recursos, sino de calidad.
Pero si esa calidad no puede alcanzarse con el 4% del producto interno bruto, cómo puede pretenderse que lo haga con menos del 2.5%, todo cuanto están dispuestos a entregar, en una nueva y deplorable demostración de que el usufructo del poder concede en este país el derecho a un uso discrecional del presupuesto, independientemente de las necesidades reales de la nación. Lo que me resulta difícil de entender es qué le impide al candidato del gobierno manifestarse públicamente en favor de más recursos para la educación y qué le impidió además ordenar a sus seguidores en el Congreso que prestaran oídos a un reclamo popular cada vez más alto, que seguramente se reflejará en las urnas. En otras palabras, por qué debemos esperar que sea él presidente para hacer honor a su compromiso.
El autor es escritor y periodista
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En una democracia, los gobiernos están obligados a rendir cuentas de cuanto hacen. Pero esa es una práctica universal desconocida en nuestro país. Aquí prevalece el criterio de que es el pueblo quien está obligado con los gobernantes, lo cual es una perversión del sistema y una forma de entenderlo basado en un concepto arcaico de cómo ella funciona.
Organizaciones sociales se quejaban esta semana de la poca transparencia en las actuaciones del gobierno, debido al enorme poder discrecional de los funcionarios que se creen muchos de por encima de la ley, razón por la que legislaciones como la de Libre Acceso a la Información Pública son sólo textos inservibles.
El problema radica en la excesiva atribución presidencial en el sistema político dominicano, que todos en la oposición han prometido reducir y que una vez en el poder incrementan hasta lo inconcebible. Por eso, nuestros avances en materia democrática han sido muy tímidos y todavía vivimos bajo un régimen presidencialista y populista en el que un mandatario posee la magia de cambiar la suerte y tranquilidad de los ciudadanos con un decreto o un discurso. Lo cierto es que la posibilidad de un cambio o mejora en ese aspecto de la vida política nacional continúa siendo una ilusión. Y los reclamos de transparencia un grito perdido en el espacio.
Las enmiendas constitucionales no han sido el fruto de una voluntad para mejorar el sistema, sino de los intereses particulares de la clase política. Las elecciones sólo han servido para fortalecer los vicios que han prevalecido a lo largo de nuestra accidentada práctica democrática y no para mejorar las instituciones ni los derechos del pueblo dominicano.
Los problemas de hoy son los mismos de hace cuarenta años. La sociedad tendrá que esforzarse para que eso cambie, so pena de caer en cualquier momento en poder de un insufrible redentor de turno.
El autor es escritor y periodista
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Mucho he insistido sobre el peligro de aislamiento en que caen los gobiernos cuando se obstinan en ver en la crítica una mala intención o un deseo de entorpecer  iniciativas oficiales. Si bien es cierto que algunas veces ese sentimiento domina los enjuiciamientos públicos a las acciones del gobierno, no siempre esa es la intención que prima. Con más frecuencia de la que se admite, las observaciones a determinadas conductas o prácticas gubernamentales están inspiradas en sanos propósitos.
La sabiduría de un gobierno consiste en poder apreciar la diferencia. La falta de esa capacidad impide aprovechar oportunidades excepcionales de corregir posturas y políticas inadecuadas o ganarse nuevos afectos. Por lo regular, el rechazo  instintivo a la crítica no alcanza a ponderar su alcance ni la finalidad que esta persigue. Las objeciones a una política o una medida gubernamental tratan en ocasiones de prevenir a un gobierno o a una  autoridad las derivaciones negativas de su aplicación. Como por lo general muchas de esas disposiciones se adoptan sin una previa consulta, no consiguen llenar las expectativas de la población.
Un ejemplo lo tenemos con el plan de ahorro de energía, ya que bien se sabe que  los actores del sector  no fueron avisados ni consultados. De esta manera, la esencia del plan fue el fruto de la opinión escasa de algunos técnicos y funcionarios que si bien poseen la autoridad para actuar en ese campo, no estaban probablemente en capacidad de interpretar a cabalidad los efectos generales de sus medidas.
No quiero con esto sugerir que el gobierno renuncie a su responsabilidad de actuar allí donde se haga necesario y en base a su propia filosofía o comprensión de un problema. Lo importante es que entienda que en la medida en que sus acciones reflejen el sentimiento generalizado de la sociedad, mayor será el nivel de aceptación de sus políticas. 
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Dos frases pronunciadas por Balaguer citadas por sus adversarios fuera de contexto, le han perseguido incluso después de su muerte. Durante un largo período de precios deprimidos del mercado azucarero, el entonces Presidente de la República intentaba obtener un aumento de la cuota en el mercado norteamericano de precios preferenciales. La situación internacional no le era nada favorable al país y el gobierno dominicano tenía entonces problemas de comunicación con la Casa Blanca debido al deterioro del clima de derechos humanos prevaleciente en aquella época.
En un discurso ante la Asamblea Nacional, en un gesto teatral, Balaguer apeló a la comprensión de la administración del presidente Nixon, señalando que si su presidencia constituía un obstáculo al logro de una mayor cuota azucarera él estaría dispuesto a asumir un sacrificio y renunciar al cargo. La afirmación arrancó un fuerte aplauso de los congresistas y de las personalidades allí presentes que aún resuena en las paredes de la augusta sala de la asamblea. Y, por supuesto, ni los legisladores reformistas y de oposición, ni mucho menos el personal de la embajada de Estados Unidos,  prestaron atención a su propuesta. Por una sencilla razón. Todos sabían que nada en el mundo le iba a forzar a dejar lo que tanto amaba.
Balaguer dijo, también ante el Congreso, que la Constitución había sido a lo largo de nuestra historia “un pedazo de papel”. Para la posteridad ha quedado que él atribuía esa categoría a la Carta Magna, en parte porque  no se preocupó nunca por situar su afirmación en el contexto justo. Y, por penoso que resulte, Balaguer tenía razón, porque la Constitución ha sido constantemente violada y estrujada.
Y como para él de hecho, mientras gobernaba, la Constitución significaba poco, su correcta interpretación sobre el papel histórico de ese texto fundamental le venía a la perfección.  
El autor es escritor y periodista
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Hipólito Mejía tiene dos tareas en la búsqueda de una nueva presidencia: neutralizar las consignas con las que sus adversarios del gobierno lo enfrentan y emplazar a definirse a quienes dentro de su propia organización torpedean su candidatura, quemando los barcos como una vez hiciera Hernán Cortés, para indicar que sólo hay un camino y el que no esté de acuerdo sabrá a qué atenerse.
Los elementos con los que se ataca su propuesta electoral no deberían constituir problema alguno, por cuanto los niveles de insatisfacción actual son probablemente sus mejores armas. En su caso la vía más segura para dejar sin argumentos a sus contrincantes es un acto público de contrición. Un acto de fe.
Expresar públicamente su pesar y arrepentimiento por haber ofendido a la nación, no tanto a Dios, con la promesa de no repetir los errores del pasado, incluso enumerándolos, y un firme compromiso de combatir la corrupción, persiguiéndola y castigándola, y de entregar en el presupuesto del 2013 el 4% o más del PIB a la educación.
No necesita nada más. Y debería hacerlo con seriedad, con un discurso y la publicación de una doble página en los diarios, que no dejen dudas sobre sus reales intenciones, si en verdad esas intenciones existen y dominan su interés, porque en los círculos empresariales se comenta que él habría dicho en varias reuniones privadas que esta es una oportunidad para reivindicarse y reivindicar a su familia.
Con ello, no habría ya por donde atacarle y sólo quedaría un lado por donde intentar inhabilitarlo que es en el aspecto intelectual, tal vez un hándicap frente a las élites de la sociedad, pero sin sabor alguno en los grandes núcleos de población donde esa pretendida deficiencia es un atractivo que enardece a las multitudes y a aquellos que ven en un cambio de mando una esperanza nueva; una razón para no caer en la desesperación y el caos. Pero dudo que lo haga.
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El poeta francés Nicolás Boileau escribió : “La ignorancia siempre está dispuesta a admirarse”. La sentencia de este genial pensador me vino como relámpago a la mente tras escuchar a un comentarista de la radio referirse al tenor italiano Enrico Caruso como el mejor intérprete de “todos los tiempos” de Nessun Dorma (¡Que nadie duerma¡ ¡Que nadie duerma! ¡También tú, oh Princesa, en tu fría habitación), la famosa aria del tercer acto de Turandot, que Puccini no alcanzó a concluir.
“¡Caramba!”, me dije, “habrá sido en el más allá”, por cuanto el compositor falleció en 1924, tres años después de la muerte del cantante, sin haber terminado la obra. La ópera fue estrenada en La Scala de Milán el 25 de abril de 1926, bajo la conducción de Arturo Toscanini. El papel del príncipe Calaf le correspondió al  español Miguel Fleta, una de las más virtuosas voces líricas de la época. Los biógrafos de Puccini sostienen que Nessun Dorma fue ideada para ese cantante y el italiano Giacomo Lauri Volpi, a quienes Puccini consideraba como los dos mejores tenores de su tiempo.
El aria, al comienzo del acto final, mientras amanece en Peking, está llena de simbolismo. Es una alabanza al amor, que exalta la victoria de éste sobre el odio. Que nadie duerma hasta que se sepa el nombre del joven héroe que corteja a la cruel princesa Turandot, por cuyo amor parece dispuesto a morir.
Como se sabe, Puccini no llegó a terminar la ópera, una de las más difíciles de interpretar, ya que exige recursos y técnicas vocales poco comunes. Se asegura que alcanzó a escribirla hasta el último dueto del tercer acto; pero no conforme con el libreto de ese pasaje decidió cambiarlo, muriendo en la tarea de un cáncer de garganta. Antes de morir hizo arreglos para que su amigo Ricardo Zandonai la concluyera, pero el mérito correspondió a Franco Alfaro por decisión que los biógrafos de Puccini atribuyen a su hijo.
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El dirigente reformista Héctor Rodríguez Pimentel ha declarado que sería un crimen dejar “morir” al Partido Reformista, hecho del que se cumplen ya muchos años aunque nadie se haya ocupado allí de darle cristiana sepultura. Un partido dividido en el gobierno y la oposición podrá lograr para una de sus partes buenas recolecciones en tiempos de cosecha, pero nunca podrá escalar la cima. La vocación de poder que caracterizó a quien en  vida fue su líder y creador, se redujo después de su muerte e incluso desde que la edad y el desgaste lo inhabilitaran para ser de nuevo candidato, a un esfuerzo de supervivencia que condenó al partido y a su militancia a navegar sin rumbo, persiguiendo alianzas de oportunidad y dejando a un lado el trabajo político intenso que la búsqueda del poder exige, rindiéndose, en otras palabras, ante su propia incapacidad para sobreponerse a la adversidad de los malos resultados electorales. La situación del reformismo es una lástima, porque existe allí una militancia grande y fiel a sus postulados y una todavía joven dirigencia con capacidad para salvarlo si llega a convencerse de que el 2012 está muy lejos de sus posibilidades, pero puede ser el trampolín para un gran salto en el 16, donde nos espera un sombrío vacío de liderazgo por el descrédito de la clase política y el fracaso de los partidos tradicionales, incluyendo al reformismo. El problema dentro de esa organización es que el camino trazado por los estatutos no conduce a parte alguna, por el control que tienen los responsables de hacerlo morir, y se hará necesario allí una verdadera conmoción, una rebelión de los desplazados, una fuerte inyección de sangre e ideas nuevas que purguen la organización y la transformen en un vehículo de cambios y de reformas, como demandan los tiempos que vivimos.  La  otra opción al vacío sería un radicalismo extremo, como  vemos en otros países.
El autor es escritor y periodista
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Desde hace tiempo circula por el Internet un correo electrónico en el que un dominicano residente en Estados Unidos se queja ante un familiar en el país por los lamentos de pobreza que suele escuchar de sus compatriotas. La historia es ficticia, pero un buen ejemplo de nuestras contradicciones. Refiere el nativo ausente cuánto le cuesta explicarse cómo podemos considerarnos pobres cuando nos damos el lujo de pagar más caro aquí el agua, las tarifas eléctrica y de teléfono, y pagamos por un auto dos veces el valor que cuesta en Estados Unidos. Y señala que pobres son los residentes como él de la Florida, donde el gobierno federal, teniendo en cuenta sus “precariedades” financieras, sólo les cobra un 2% de impuestos por ITBIS, mientras nosotros pagamos el 16% por idéntico concepto, en adición a otros impuestos de “lujo”, los famosos selectivos al consumo, por bebidas alcohólicas, cigarrillos y puros, que alcanzan en algunos casos más del ciento por ciento. Habla además de que en el país  pagamos los impuestos por adelantado, cosa absurda e inconcebible, lo cual significaría que nadamos en la abundancia y una presunción de ganancia colectiva generalizada. Indica que pobres son los residentes en EE UU donde no se cobra Impuesto Sobre la Renta al que gana menos de tres mil dólares, 100 mil pesos dominicanos, y la seguridad ciudadana está a cargo de una policía pagada por el gobierno, sin necesidad de recurrir a policías privados como hacemos.
Pobres son ellos, agrega, que mandan a sus hijos a escuelas públicas donde se les facilitan los libros, mientras nosotros aquí los enviamos a privadas y tenemos que comprarlos. Y ni hablar de facilidades financieras, con intereses muy inferiores a los nuestros. Allí casi todo el mundo trabaja, cuando aquí la mayoría no lo hace nunca, un lujo que sólo se gastan los ricos. Cuando lo leí por primera vez, me dieron ganas de llorar.
El autor es escritor y periodista
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La ausencia de un periodismo crítico despoja a los gobiernos de la capacidad para medir sus propias limitaciones. Con insólita frecuencia  se cede aquí a los impulsos del entusiasmo al enjuiciar una gestión administrativa. Estos despropósitos de nuestra retórica encuentran inmensos espacios en la prensa. La costumbre de atribuir méritos, por lo general inexistentes, a toda actuación oficial, termina siempre nublando la óptica gubernamental, reduciendo así su capacidad para analizar objetivamente el alcance y consecuencias de sus propias acciones.
El deber de la prensa es situarse en un plano intermedio, en el que el juicio y la crítica resistan las tentaciones de la adulación, que tanto se escucha en las mañanas, o de la oposición a ultranza, tan propias de nuestras tardes. El pueblo acude a las elecciones cada cuatro años con la ilusión de elegir a personas  capaces y aptas para desempeñar las labores del gobierno. En consecuencia, es lógico esperar algún tipo de correspondencia, un esfuerzo realmente serio para hacer honor a la responsabilidad que colocó sobre sus hombros.
Por  eso resulta deplorable la frecuencia con que muchos forjadores de opinión se rinden al impulso, por afecto o dinero, de atribuir virtudes de ciudadano excepcional a funcionarios que sólo tienen el mérito de cumplir con los deberes de su cargo, los cuales por desgracia no están en mayoría.
Virtudes estas que  a veces simplemente se limitan a llegar temprano a la oficina o  no siempre a cumplir metódicamente los horarios de trabajo. Por el contrario, la preocupación de la prensa debe orientarse a velar porque esos funcionarios no se extralimiten en sus funciones, las que les dan fácil acceso a privilegios materiales vedados a otros ciudadanos. Los tratamientos obsequiosos al poder político le restan autoridad moral a la prensa y debilitan la práctica democrática. 
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Si sumara los millones de dólares y euros ganados en loterías que nunca he jugado y que me llegan por correo electrónico, mi fortuna superaría la del más celebrado de los corruptos dominicanos. ¡Vamos, hombre, no exageremos porque eso es casi imposible! De todas formas sería mucho, mucho dinero, más de lo que sabría contar sin necesidad de una calculadora automática. Mi buena suerte aumentó la semana pasada, con la rifa final del Fondo de Fideicomiso de la Organización de las Naciones Unidas y me lo informó el Departamento de Asuntos Humanitarios del Reino Unido, con sede en Baley House, Hard Road Sutton, Greater London, con saludos especiales del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
Resulté ganador en una lista de 47 millones de correos electrónicos en una selección aleatoria desde el Internet, me dicen, como parte de su programa de promoción internacional de este año. Después de una votación computarizada, mi cuenta de correo, según el caritativo mensaje, adjunta al número de serie 06-3434, obtuvo los números de la suerte 154/4456/011, lo cual me convirtió en uno de los ganadores de la rifa. Me corresponde pues la adorada suma de 650 mil libras esterlinas, premio que debo ahora reclamar en tres semanas a la Secretaría de Hacienda de Naciones Unidas. Para evitar retrasos y complicaciones, me recomiendan que cite mi número de referencia a Unesco 35447XN con el número de lote Unesco 090102XN en cada correspondencia en la que piden mi nombre completo, dirección, correo, números de teléfono y fax, sexo, ocupación y nacionalidad. Como ya he ganado por internet tantas loterías, he decidido donar este dinero a cualquiera que lo necesite, razón por lo cual he compartido todos estos datos, a condición de que saluden de mi parte al secretario general por la amable felicitación que me hiciera llegar con el anuncio de mi premio.
El autor es escritor y periodista
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En el ámbito oficialista existe el convencimiento, y así lo pregonan por todos los medios a su alcance, que el candidato principal de oposición hará tanto por la candidatura del gobierno como el uso por éste de los recursos del Estado, visible ya en todas las esquinas. Y el empecinamiento del primero en mantenerse fiel a la tradición que creó en su mandato presidencial en muchas de sus actividades de campaña, terminará dándoles la razón.
De otra manera no se explica qué movió al candidato del PRD  a elogiar la cuestionada elección de un presidente de la Federación de Estudiantes con un pésimo record como estudiante de la universidad estatal, nada menos que 22 años como tal con apenas un cuarto del curriculum de la carrera de medicina cubierto, y lo presentara como un ejemplo a seguir y digno representante de la comunidad estudiantil, cuando esa elección ha dejado pasmada a gran parte de la nación. Alguien, agregó, que “ha luchado muchos años por la universidad”, y por “los cambios que hay que hacer en esta sociedad”. Nadie puede criticarle al líder opositor que apoye a un dirigente vinculado a su partido, pero este tipo de declaración, innecesaria dentro de toda lógica política electoral, no ayuda a sus afanes por recuperar la presidencia, en momentos en que se libra una justa batalla por mayores recursos para la educación, lo que lleva implícita la obligación de velar por su buen uso. La universidad reclama, con el respaldo del PRD, un mayor presupuesto, debido a las grandes carencias que enfrenta. Pero antes debe garantizársele al país que cada centavo que se le asigne se aprovechará para mejorar la calidad académica, aplicando la baja estudiantil a los muchos que han hecho de su permanencia allí casi un modo de vida y un refugio político. La elección de ese joven no estimula en el resto de los universitarios la búsqueda del éxito a través de la excelencia.
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La propuesta de regulación de los mercados financieros hecha por el presidente Leonel Fernández ante la asamblea de Naciones Unidas, no generó, como se esperaba, ninguna acción del organismo internacional. Al comentar una columna mía sobre el tema, un profesional dominicano de la Universidad de Georgia, Estados Unidos, me dice en un correo que desde el punto de vista económico y financiero, la afirmación del Presidente sobre el efecto pernicioso de los futuros en los precios de los commodities “no tiene sentido. Es todo lo contrario, pues, el valor de un contrato de futuro viene dado por el precio spot del activo subyacente (o bien en cuestión) más el tipo de interés a plazo del mercado”.
Al citar un ejemplo del poco efecto de esos contratos en el precio de los comodities, resalta que si bien existen compromisos futuros sobre las tasas de interés internacionales, éstas no fluctúan significativamente a través del tiempo. El economista residente en Atlanta, menciona que otro ejemplo es el citado en mi artículo: “antes los futuros subían el precio de los commodities y ahora los bajan”. 
En su opinión, la cruzada del Presidente en contra de los mercados financieros de futuros “no es más que otro intento de echar la culpa a los mercados de sus malas políticas públicas, sumado a su poca comprensión de las leyes de oferta y demanda”. Y concluye diciendo que como estrategia política para sus objetivos personales es muy interesante, “pues se basa en la búsqueda de un enemigo en común para centrar apoyo internacional a su alrededor”. Cualquiera sea la interpretación del caso, lo cierto es que más allá del esfuerzo de promoción nacional e internacional, la propuesta presidencial no causó ningún efecto por impracticable y falta de originalidad. El Presidente debería centrarse en asuntos más útiles como la educación, la salud y la seguridad ciudadana y olvidarse por un rato de él mismo.
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El cine que nos traen los nuestros

El cine dominicano ha ido definiendo su identidad, en un momento en que la cacareada Ley de Cine debe empezar a producir los primeros proyectos rodados bajo las facilidades y las bondades de la legislación.

Pimp Bullies, un drama de contenido intenso y escenas que ruborizan a los conservadores, está en cartelera desde hace unas semanas, mientras que la súper taquillera Lotoman dejó un dulce sabor a metálico tanto al director Archie López, como a sus protagonistas, los humoristas Raymond Pozo y Miguel Céspedes, dos cintas que engrosaron la filmografía local.

Mientras Agliberto Meléndez vuelve a ponerse por primera vez detrás de las cámaras con el biopic Del color de la noche, desde su estreno en 1988 de Pasaje de ida, Roberto Ángel Salcedo se prepara, con su habitual maquinaria mercadológica detrás, y con un producto con el cual logró mantener un presupuesto insospechadamente reducido, a estrenar la comedia musical I Love Bachata.

Y es precisamente Roberto Ángel el alumno más aventajado del cine (pero eso es harina de otro costal), quien ha identificado las fórmulas que le permiten filmar con bajo presupuesto, apostando a historias atractivas, elenco oportuno y una estética bien cuidada.

I Love Bachata, que aún no he tenido la oportunidad de ver, como en ocasiones anteriores cuando Salcedo ha estado presto a estrenar sus películas –esta es su cuarta– es un buen ensayo para tantear al público dominicano que usualmente apoya las producciones nacionales.
Tantear, porque esta es una comedia que navega en aguas inexploradas, combinando la música, en la cual Roberto Ángel se vuelve a involucrar en el filme como director, productor, protagonista, y hasta se ha aventurado en interpretar algunos de los temas musicales del filme.

El cine va por un camino comercial envidiable, incluso frente a megaproducciones de Hollywood. Esperemos a ver cómo viene la cosa en términos de puesta en escena.
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El presidente Fernández ha propuesto a la comunidad internacional la adopción de normas regulatorias que frenen la especulación financiera en los mercados del petróleo y los alimentos. Según el mandatario, esa práctica alienta el alza de precios amenazando seriamente la estabilidad de los países en desarrollo, como la República Dominicana.
Pudiera ser, sin embargo, que su preocupación, planteada en un discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, marche por caminos diferentes a las de muchos otros gobernantes de América Latina.
Por ejemplo, en su edición del sábado 1 del presente, el diario español El País informó de la incertidumbre existente en naciones como Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Brasil  como resultado de la caída internacional de los precios de muchos de sus productos de exportación, entre los cuales se mencionan la soja y minerales como el oro y la plata, destacando que las exportaciones de esas materias primas se han convertido en parte importante del comercio exterior de la región, con cuyos ingresos se cuentan “para continuar sus políticas de desarrollo”.
El diario madrileño sostiene que si bien los países de América latina han sido los que “mejor han aguantado la primera oleada de la crisis económica-financiera global”, pudiera ser que el descenso de precios en los mercados de materias primas afecte el crecimiento de sus economías. Y resalta, asimismo, el hecho de que hayan sido los altos precios de esas materias primas y los alimentos los causantes de ese desempeño. En cambio, señala que “una caída pronunciada (de esos mercados) podría comprometer, a al menos desacelerar, ese notable crecimiento”. Estamos obviamente ante un tema muy controversial de enorme interés para toda América Latina, que podría dominar las conferencias cumbres que periódicamente se dan en esta parte de nuestro hemisferio.
El autor es escritor y periodista
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Hacen 48 años del derrocamiento del primer ensayo democrático dominicano del periodo post-trujillista. El golpe incruento que desalojó a Juan Bosch de la presidencia sumió al país en una inestabilidad política, económica y social que provocó casi dos años después un contra golpe militar que degeneró en una revuelta popular y una masiva intervención militar norteamericana. El legado fue una guerra civil con un saldo de cinco mil muertos y una sociedad ahogada en rivalidades políticas ya prácticamente superadas.
Las causas del derrocamiento de Bosch han sido objeto de muchas interpretaciones a lo largo de más de dos décadas de nuestra historia. El golpe se produjo entre la noche del 24 y la madrugada del 25, en medio de infructuosas gestiones para convencerlo de echar hacia atrás un decreto de destitución de un influyente militar, el coronel Elías Wessin y Wessin, que sirvió luego de pretexto para la acción. Su suerte estaba echada. Pero esa no era la noche fijada para el cuartelazo. Bosch en su obstinación precipitó los acontecimientos que pusieron término a su régimen, apenas siete meses de haberse juramentado.
Cuando se anunció la sustitución del presidente, Bosch se encontraba en pugna con su propio partido, el PRD, y alejado de la mayoría de los sectores que habían contribuido a su triunfo en las elecciones del 20 de diciembre del 1962. Esa fue la causa de que el país no reaccionara de inmediato y en su lugar se instalara un régimen cívico militar incapaz de enfrentar las duras realidades que tenía de frente el país en el campo económico y social, profundizando así las causas que condujeron a la revuelta del 24 de abril de 1965.
Bosch fue un incomprendido, pero su largo exilio lo distanció tanto del país que fue incapaz de entender a la sociedad que él intentó cambiar democráticamente. Su legado de moralidad es un activo de la nación.
El autor es escritor y periodista
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Haría bien el gobierno en dejar a un lado la cuestionada norma impositiva que obligaría a los bancos y demás instituciones financieras, a partir del mes próximo, a retener el uno por ciento de los intereses de los depósitos de las empresas. Y lo sugiero de la mejor buena fe porque la medida ha generado muchas reacciones adversas al gobierno, incluso la del candidato presidencial oficialista, quien se asegura la criticó en una reciente reunión con entidades de la sociedad civil y dirigentes empresariales.
El sector privado se ha opuesto a ella al igual que la banca comercial por estimarla violatoria a la ley, con lo cual se estaría también violando el secreto bancario. La norma pondría a la autoridad tributaria en posesión de imponer más gravámenes por efecto de otras disposiciones similares y tal posibilidad dejaría las puertas abiertas a nuevas iniciativas impositivas, aumentando la carga que ya pesa sobre las empresas.
No existe en el panorama nacional otra fuente generadora de controversias más potencialmente corrosivas en términos electorales que esta norma.
Lo justo sería que la autoridad recaudadora reconozca la validez de los argumentos planteados y derogue la disposición, en aras de devolverle la tranquilidad al sector privado, despejando así de brumas el clima de negocios. La preocupación que esta medida ha creado en todo el sector financiero tiene relación con una tendencia a crear nuevas cargas sin la intervención del Congreso, el único poder del Estado con vocación constitucional para decidir en materia impositiva y de compromisos soberanos de la nación. La fecha fijada para la entrada en vigencia de la norma es este sábado. De manera que el tiempo para una decisión está a la vista. El tono de la relación del empresariado con el gobierno podría depender en lo adelante de la decisión que adopte la Dirección de Impuestos Internos.
El autor es escritor y periodista
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Como las llamadas reformas tributarias constituyen la vía más fácil para equilibrar el presupuesto y dado que si esa fuera la intención real del gobierno nadie podrá evitarlo, se me ocurre una solución alternativa al Congreso en la eventualidad de que llegara a estar nuevamente en la mente de algún burócrata. Con ella se evitaría gravar más a los sectores productivos, sin afectar los ya mermados ingresos familiares, garantizándole al fisco un ingreso adicional de más de 500 millones de dólares, para que siga la francachela.
Mi propuesta es la creación de un impuesto único del 25% a la corrupción. El cálculo de este gravamen, equivalente al actual que se le impone al salario, a los ingresos de las personas y a las utilidades de las empresas, partiría de lo afirmado hace cerca de una década por el actual presidente desde la tribuna de la oposición. En aquella oportunidad, el hoy presidente estimaba el costo de ese flagelo en unos 35 mil millones de pesos al año.
Dado que teóricamente la corrupción crece pareja con la economía, el cálculo debería estar, conservadoramente, en unos 75 mil millones de pesos anuales, más de cien mil millones, según el DPCA.
A la tasa actual del mercado cambiario, el cobro de ese tributo sería de unos 20,000 millones. De manera pues que la incorporación a la economía formal de la malversación, el tráfico de influencia y otros delitos conexos, generaría recursos suficientes para evitar que la gula fiscal continúe  en el futuro castigando los bolsillos de los contribuyentes. El único problema radica en la oposición que probablemente la iniciativa encuentre en el Congreso y en influyentes instancias del gobierno central, por aquella máxima marxista de que ninguna clase se suicida, a excepción, claro está, de la empresarial nuestra siempre afilando cuchillo para su garganta. Esa ley haría de la corrupción una aliada del progreso.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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La Asociación de Banco Comerciales y otras entidades del sector financiero han elevado un recurso de amparo ante el Tribunal Superior Administrativo contra una norma de la Dirección General de Impuestos Internos que los obligaría a retener el uno por ciento de los intereses que pagan a las empresas por sus depósitos. La disposición entraría en vigencia este sábado, 1 de octubre.
Según las instituciones financieras, la medida las conduciría a una situación de ilegalidad, poniendo con ello en riesgo la seguridad financiera de la República. También sostienen que su aplicación atentaría contra el principio del secreto bancario, lo que a su vez erosionaría la confianza en el sistema y la estabilidad que ha prevalecido en el sector por efecto de las regulaciones y medidas prudenciales adoptadas tras la triste experiencia de las quiebras bancarias fraudulentas de 2003, que los dominicanos seguimos pagando.
Es importante destacar que esa estabilidad es reconocida como uno de los aciertos de la actual administración, de la cual depende también la tranquilidad que ha existido en el ámbito de la macroeconomía.
Por otra parte, sectores empresariales ligados a la industria y al comercio sostienen que la aplicación de esa norma les será también perjudicial, porque añadiría un nuevo sacrificio fiscal a la carga impositiva que pesa sobre ellos. Los argumentos son válidos y se impone por tanto un aplazamiento de su entrada en vigencia hasta tanto se negocie una salida entre las partes que ahuyente la amenaza que esa nueva carga supone para el sector empleador y con ello la incertidumbre que pueda traer sobre la economía.
Es justo reconocer que uno de los méritos de la administración tributaria ha sido y es el cumplimiento de su tarea recaudadora sin atropellar a los contribuyentes. Esta es otra oportunidad para demostrar que se trata de una fama bien ganada.
El autor es escritor y periodista
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A mediados de los sesenta,  poco más de cuarenta años atrás, las exportaciones dominicanas no estaban muy lejos de las de Corea del Sur. En la actualidad, nuestras ventas de bienes al exterior apenas sobrepasan los seis mil millones de dólares contra las mucho más de trescientos cincuenta mil millones del pequeño gigante asiático. Y mientras las fronteras comerciales de Seul crecen cada día, la realidad nos enfrenta a pronósticos muy inciertos que presagian un deterioro mayor de nuestra estructura exportadora con clara tendencia a continuar estancada o en franco descenso. Tal vez los dominicanos no nos hemos sentido preocupados por ese hecho o simplemente no hemos sentido la curiosidad por saber a qué se ha debido ese fenómeno. Es decir, las causas por las cuales nos hemos estancados mientras un lejano país, tan distante del mercado principal más grande del mundo, Estados Unidos, ha logrado esas metas, mientras nosotros, ubicados en un lugar geográficamente estratégico, con enormes ventajas, seguimos rezagados, sin haber podido siquiera convencernos como nación de la importancia de promover nuestro comercio exterior. La verdad es que a pesar de los frecuentes y prolongados viajes del presidente Fernández y sus funcionarios en la búsqueda de nuevas oportunidades de negocios para el país, las políticas de la administración no promueven en la práctica una apertura comercial que nos permita abrir nuevos mercados para los bienes de producción nacional. No existen indicios de que esté en ejecución alguna política encaminada a fomentar una conciencia exportadora firme, ni condiciones para proteger o estimular la expansión de las inversiones de capital nacional hacia esos fines. El gobierno tal vez se haya forjado la falsa creencia de que la presencia del presidente en el exterior basta para expandir nuestras fronteras comerciales.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Definir una política hacia Haití sobre la base de un respeto mutuo, tomando en cuenta el historial de nuestros vínculos y las características de esa relación, es una de nuestras prioridades. La inmigración ilegal es tema pendiente de abordar con la seriedad y profundidad que amerita.
No se sabe cuántos haitianos viven ilegalmente en el país. Sobre la cifra se han hecho infinidad de cálculos. Se habla hasta de millón y medio, lo que representaría alrededor del quince por ciento de la población adulta dominicana, según el censo nacional. Sean reales o no las estimaciones, lo cierto es que el aumento de la inmigración agrava los problemas sociales, por efecto de su impacto en el empleo, los servicios hospitalarios, la enseñanza pública y otras áreas de la vida nacional.
Los dominicanos hemos rehuido el debate de este tema, esencial en el marco de las relaciones con el estado vecino. Una comisión bilateral mixta, creada por gobiernos de ambas naciones para discutir en un plano de franqueza y amistad las diferencias existentes, no se reúne con la regularidad necesaria y una enorme cantidad de asuntos siguen pendientes de discusión y solución. No es el caso establecer ahora responsabilidad por esta falla, producto tal vez de la indiferencia, la apatía que ha caracterizado el trato diplomático entre los dos países, como si Haití estuviera bien lejos de nosotros y no al lado nuestro, separado sólo por una frontera frágil de más de 300 kilómetros de longitud. Por lo general, las naciones no se percatan de los peligros que las amenazan, sino cuando ya dejan de serlo y se convierten en una realidad que deben entonces enfrentar en condiciones desventajosas. La cuestión es que si posponemos indefinidamente el tema de la inmigración, en el plazo de una década podríamos vernos con tres millones de ilegales, situación ésta que el país no podría manejar de ningún modo.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Eureka, soy millonario!, me dije  medio en broma leyendo el texto llegado a mi dirección electrónica. Por fin me sonreía la fortuna. Estaba siendo informado de que un número de boleta cargado a mi nombre había sido el ganador de la loto española. Como si yo fuera un estúpido por demás iluso. Mi coraje era doble, porque jamás he tocado esas puertas y carezco de la más mínima idea de cómo entrar a esa lotería, ni soy muy dado tampoco a desafiar la suerte en aventuras que no sean las de lotos como la nuestra y la de Florida, a las que nunca, para desdicha mía, les pico cerca.
Naturalmente, aún en el caso extremo de exaltación no debía hacerme de momento de muchas ilusiones porque en el mismo mensaje se me prevenía de no hacer de conocimiento de terceros el anuncio, lo que me hizo sonreír y no caer en el error, en el que tantos incautos han caído, de responder el correo y pedir más información sobre el caso. Equivocación que hubiera sido seguida de un requerimiento de un aporte en dinero para pagar el envío físico del premio o del número de una cuenta bancaria donde transferir los fondos, como les ha sucedido a tantos otros.
Posibilidad esa que me recordó las muchas veces que me llegara un pedido de auxilio del supuesto heredero de un pobre país africano rico en petróleo, ofreciéndome una millonaria compensación a cambio de la remisión por mi parte de una hoja de papel timbrada y firmada con el número de una cuenta en el exterior, a la que sería hecha una transferencia de cientos de millones que luego serían retirados dejando una parte como pago por el servicio. Es difícil imaginarse cómo tantos sabihondos detrás de estas jugadas engañosas se han salido con la suya, abusando de la ingenuidad y la desesperación de la gente. Como nos recuerda un viejo y sabio dicho: “quien juega por necesidad pierde por obligación”. Precisamente lo que les sucede a diario a miles de dominicanos.
El autor es escritor y periodista
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Con honrosas excepciones, en el diario quehacer periodístico dominicano se observa una pronunciada y lamentable ausencia de indagación. Ejemplo de ello es el anuncio oficial sobre un aumento de la cuota petrolera dentro del acuerdo PetroCaribe hecho este martes en Nueva York, durante la visita del presidente Fernández con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas.
En realidad no se trata de nada nuevo. Desde el 2001 la cuota dominicana es de 50,000 barriles diarios de petróleo, sólo que entonces Venezuela no estaba en condiciones de suplirla ni el país de recibirla, dadas las limitaciones de la Refinería y su poca capacidad de refinación.
Lo que hace la diferencia es que desde hace ya un tiempo, el estado venezolano es co-dueño de la refinería con prácticamente la mitad de las acciones, 49% para ser precisos, lo que lo convierte en el socio líder de la empresa en su triple condición de accionista paritario, suplidor único y principal acreedor de la República, por efecto esto último de los compromisos contraídos con ese país por compras financiadas de petróleo.
En la medida en que aumentan las importaciones desde Venezuela, vale decir en condiciones imposibles de encontrar en otros mercados, se incrementa su participación en el lucrativo negocio local de los combustibles, lo cual nos hace más dependientes de un solo suplidor  también propietario de la fuente que lo genera. En vista de esa realidad, es curioso cuán pocos han advertido de la sutil manipulación informativa con la que evidentemente se trata de restar importancia a los cables de la embajada estadounidense, filtrados a través del portal australiano Wikileaks, en los que el presidente dominicano figura externando en privado opiniones muy distintas a las que públicamente suele expresar del presidente Chávez. Obviamente, el líder venezolano tiene la sartén por el mango.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Si se analiza con rigor científico la estructura social del país, la composición de las fuerzas que la guían, no tardaríamos en observar una curiosa suerte de estancamiento, como si la sociedad hubiera permanecido al margen de la marcha inexorable del tiempo y de la historia. Las estructuras de mando que gravitan todavía con fuerza determinante, son las  mismas que dominaban en los albores de los años sesenta.
Y lo que es peor aún, muchos de los gritos y quejas de las multitudes de entonces siguen caracterizando las demandas actuales. La dolorosa verdad es que después de más de cuatro décadas de ejercicio democrático, el modelo dominicano no ha enseñado evidencias de que sea el más idóneo para resolver los graves e inaplazables problemas de los grandes núcleos de población del país. Los conflictos y limitaciones en las áreas de la salud, la educación, el transporte público, el costo de la vida, los servicios municipales, son hoy tan graves y alarmantes como lo fueron hace cuarenta años.
Esta decepcionante realidad no implica un fracaso del sistema político bajo el cual hemos vivido durante ese largo trecho. Lo que refleja es sólo la incapacidad de la clase gobernante para hacer frente a los males que aquejan a la sociedad. Hecho este que demanda al mismo tiempo un esfuerzo gigantesco de la clase política y la sociedad civil para buscarle rápida solución a muchos de esos problemas, por cuanto del éxito de ese esfuerzo dependerá en buena medida el futuro de la democracia dominicana.
El caso es que nos urgen cambios en la forma de practicar y entender la democracia. Nuestra experiencia la convierte en algo muy exclusivista, reservada sólo para aquellos que pueden darse el lujo de adquirir un asiento de primera para lo que se ha convertido en un verdadero y descorazonador drama humano, que cada día se nutre de fuentes inagotables de pobreza y corrupción.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Uno de los signos más preocupantes de la realidad dominicana es el descrédito de la clase política. Lo dicen las encuestas y las expresiones de rechazo observables en el diario quehacer nacional. No estará lejano el día en que ocurra lo mismo con la clase empresarial si no se democratizan las organizaciones que la representan. Muchas entidades empresariales no reflejan las transformaciones de la sociedad dominicana y a causa de ello no pueden hablar por todo el sector, a despecho de que los gobiernos se sientan en estos ámbitos exclusivistas más cómodos y seguros. La apertura democrática ampliaría la capacidad de presión de esas entidades que han jugado, es justo reconocerlo, un papel muy importante en la discusión de los temas básicos. Se impone, sin embargo, que sus reclamos de institucionalización y transparencia en el comportamiento del sector público se den también a lo interno de esas organizaciones.
Los grupos surgidos en las últimas décadas, si bien han logrado espacios en el debate de los grandes temas nacionales, no han alcanzado el reconocimiento de una burocracia empresarial renuente a compartir su hegemonía de clase frente al poder político. La presencia en los escenarios de las grandes discusiones de estos nuevos sectores, fruto de las reformas económicas y las transformaciones de la sociedad, todavía es insignificante. La congelación institucional de la dinámica empresarial terminará debilitando la capacidad negociadora del sector privado frente al gobierno.
Y los intereses sectoriales, los choques entre sectores emergentes y los grupos tradicionales, dividirán a los empresarios del país. El resultado sería un escenario de discusión en que la burocracia política tendría todas las ventajas sobre una clase empresarial dispersa, actuando cada cual por su lado, sin posibilidad alguna de fijar las reglas del juego.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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En esencia, los logros de los viajes presidenciales son de carácter  diplomático. Su importancia radica curiosamente en esa peculiaridad. Ningún conocedor de la realidad internacional se atrevería a criticar, por ejemplo, la celebración anual de la Cumbre Iberoamericana. Si bien es cierto que muchos de los acuerdos suscritos en esas conferencias no han sido aplicados todavía, la familiaridad que al través de esas citas presidenciales se consigue abre las puertas de muchas oportunidades futuras.  Muchas salidas del Presidente no han tenido carácter de Estado y, por ende, se trata simplemente de viajes privados y políticos. Pero aún bajo esa condición, pueden ser provechosos si se realizaran dentro de un marco de transparencia total que no tienen todavía. Como candidato presidencial, Hipólito Mejía, fue un crítico severo de los viajes del hoy nuevamente Presidente. Pero una vez al frente del Gobierno adoptó una política similar, reconociendo la importancia de unas buenas relaciones exteriores para un país tan necesitado de solidaridad internacional como el nuestro.
La administración Fernández ha asumido una política informativa que con el tiempo no servirá a sus propósitos de mantener una relación armoniosa con el resto de la sociedad. Esa política pretende suplantar con un costoso aparato de comunicación oficial, tareas que corresponden a la prensa. Buena parte de la información  sobre las actividades del Presidente cuando se encuentra en el exterior proviene de un muy eficiente aparato de comunicación estatal. Pero como ocurre a menudo, la propaganda sustituye la información, en detrimento de una política de enorme significado. Esos viajes pueden ensanchar los horizontes de un país siempre y cuando respondan a necesidades verdaderas y se realicen en un esquema de austeridad, que en el caso nuestro no siempre se cumplen.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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La Constitución consagra la separación de los poderes, pero ni el Congreso ni la Suprema Corte de Justicia tienen  aquí facultades reales para vigilar las actuaciones del Ejecutivo. La tradición ha impuesto también algunas limitaciones a los medios de comunicación en su trato con los poderes fácticos. En aras de una buena y permanente relación con esos poderes, especialmente el Presidencial, lo mejor ha sido siempre no hacer demasiadas preguntas. Asuntos tan fundamentales como la salud y la vida personal de los presidentes y los líderes nacionales no se tratan en los medios con la libertad y transparencia con que se hace en otras naciones. Un informe del Departamento de Estado norteamericano señalaba hace ya algún tiempo que algunos medios, en mi opinión no todos por supuesto, se autocensuran. Al país y al Gobierno les harían muy bien un debate abierto sobre aspectos no conocidos del quehacer oficial, como por ejemplo la política exterior del Presidente, a mi juicio muy amplia y ambiciosa. Centrar la discusión sobre sus periplos frecuentes en función sólo de lo que él pueda traer en su portafolio, como pretende la oposición, no me parece atinado, sin que por ello el tema sea excluido de la agenda. Y es que tan importante resulta lo que  el jefe del Estado traiga de sus viajes como el costo de los mismos. Se trata de un simple ejercicio de lógica gerencial. Toda inversión demanda un retorno que la justifique. El Presidente ha dicho en numerosas oportunidades y de distintas maneras que una buena gerencia es imprescindible a un buen gobierno. De modo pues que en su propia definición, las aclaraciones de estos puntos grises de sus viajes es esencial a la aprobación que en el futuro pueda ofrecerle el público. Sería un error pensar que la demanda de información al respecto entraña una crítica a la política presidencial, cuando es sólo un pedido de transparencia.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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El periodismo no es el mejor oficio del mundo, como tampoco en algunos casos el peor pagado. Muchos periodistas, algunos muy talentosos, otros mediocres, viven muy bien y hacen buenos negocios. La mayoría, de entre el resto, se dedicaría a otras tareas si tuviera oportunidad de hacerlo.  Pero hay entre estos últimos una considerable cantidad que renunciaría a cualquier riqueza con tal de seguir  tercamente en la oscuridad de un viejo escritorio en la redacción, donde muchos consumen su existencia e inteligencia, en la vana ilusión de que construyen el futuro. Son estos los que han hecho vida en las redacciones y aman apasionadamente lo que hacen. Es este raro espécimen humano el que ha preservado los valores de la práctica del periodismo y el que lucha diariamente, a veces con enormes riesgos personales, para preservar los niveles de dignidad que el ejercicio de la profesión tanto necesita ante el descrédito a que lo ha llevado la vulgaridad y la injerencia del partidismo político. En Francia los medios, no el gobierno, ni los sindicatos o las iglesias, han tomado una decisión drástica y trascendente. Los reporteros y comentaristas que tengan militancia partidista y hagan proselitismo no podrán laborar en los medios. Una medida de profilaxis. Una iniciativa que nuestra carencia de institucionalidad no permite emprender.  Los mejores periodistas dominicanos han optado por mantener su lealtad al oficio, conscientes de que al doblar de  la esquina hay oportunidades económicas que jamás se les presentarán en su diaria labor. Han  preferido el gris ambiente de sus redacciones, donde los escritorios y zafacones envejecen junto a sus esperanzas de ver realizados sus sueños, algunos de los cuales son ajenos a sus propias realidades materiales. Son los estandartes del buen periodismo, frente a los cuales inclino humildemente la cabeza.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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Las revoluciones no sirven para mucho porque sin excepción terminan superando en maldad  e incompetencia a las dictaduras o gobiernos que suplantan. Ningún ejemplo resulta más patético que el de Cuba. Tras cincuenta años de restricciones, sacrificios y supresión de libertades en nombre de una perversa causa de redención, la tiranía cubana, dirigida por la misma gente durante medio siglo, ha  confesado el fracaso de su esfuerzo en la construcción de un paraíso para los trabajadores. Un fracaso patético, a causa de lo cual se ha visto en la necesidad, para evitar una contrarrevolución, de darles un poco de aire a los cubanos, a los que se les permitirá en lo adelante  tener sus propios ventorrillos, sin llegar a admitir los negocios como una actividad lícita e indispensable. La cubana no es en esencia una revolución. Dejó de serlo cuando los hermanos Castro se apoderaron de todos los resortes del poder en base al uso de la represión y el miedo. Lo que existe allí es una dinastía casi monárquica, la de un líder vencido por la edad y además enfermo, forzado a dejar las riendas de ese infierno terrenal en los brazos de su hermano, casi de la misma edad, congelado también en la guerra fría e implacable como él. Una gerontocracia vista todavía por  muchos latinoamericanos con ojos esperanzadores, como una vía de redención que en realidad no conduce a ninguna parte. Una revolución que asesina y exilia a sus propios hijos y que reserva veinte años de prisión, en condiciones inhumanas, a los autores de un poema, una novela o una simple crítica periodística. Una revolución que ensalza como dioses a políticos insensibles y corruptos, que han llenado de pobreza y desesperanza a millones de cubanos obligados a vivir en la gran prisión que es su propio país o morir de viejos en el exilio. Como escribiera Mármol de Rosas, cuando mueran, “ni el polvo de sus huesos” América tendrá.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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