Sí, lo prometido es deuda. Así que iniciaré con el señor que recostaba su mano y la mía encima de mi hombro; y por más que yo intentaba llevar nuestros brazos a la posición normal, básica, sabida- creía yo- por todos, él volvía a la suya. Para él no había problema, pues su brazo estaba extendido; pero para mí, la cosa se tornaba a que estaba pensando seriamente en sacar una lima de mi cartera para amputarme esa extremidad, salir corriendo y dejar a aquel viejo bailando con mi mano, pero sin mi cuerpo.

Es que, imaginen: él con su brazo extendido,  pero enrollando el mío, y mi circulación sanguínea casi deteniéndose. Fue tal que, cuando finalmente el merengón terminó y “esteriqué” el brazo para que la sangre circulara; me dio un dolor con el que no vi al diablo… ¡Vi un retrato familiar de la familia Diablo!

Pero tengo más recuerdos. Una vez  bailé con Adonis… ¿quién es ese? Un tipo, del que nunca supe su nombre, pero así lo apodé porque como en la pista de baile había un espejo, él jamás me vio a la cara. Se la pasó bailando sin dejar de gustarse así mismo con su reflejo. Me pisó, no me dio ni una vuelta y aunque el DJ hizo un popurrí que saltaba de merengue a bachata, de bachata a salsa, él jamás se dio cuenta. Es más, creo que esa noche podía tener a “Supermoco” colgando en mi nariz y ni lo hubiera notado. Los únicos dos segundos que dejó de mirarse al espejo fue para seguir su “adonismo”. Me dijo: “¿Ves ese botón que le falta a mi camisa? No fue que se lo quité a propósito… se me cayó, pero igual me hace ver sexy”. ¡Explíquenme!

Otro en el listado fue  al que llamé “El candidato político”: me daba una vuelta, daba una él y por ahí mismo se enfilaba a decirle adiós a quienes estaban afuera de la pista. Evidentemente, en una de sus “campañas”, arranqué y lo dejé solo.

En realidad el problema de algunos “baila-malo” no radica ni siquiera en que bailen malo; sino, en que en vez de tratar de  pasar por inadvertidos por su falta de habilidad en coordinación de pasos, lo acompañan de otras mojigangas.

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