El dominicano vive “chivo” y el antiguo tema de Seguridad Nacional se transformó en Seguridad Ciudadana. Corresponde a otros determinar cuándo ocurrió ese punto de inflexión y qué lo produjo. No es asunto de simple percepción y actuación sicopática, al  prevenir no  terminar como estadística,  convertido en víctima de asalto, robo o violencia.

Es una realidad tangible, producto de la creciente actividad delictiva. Circula en Internet el grito desgarrador, cargado de impotencia y desesperanza, de una madre que reacciona frente a la violencia contra su hija en el estacionamiento del lugar donde vive, con vecinos que frustraron un posible secuestro.

Otra víctima de la violencia física y sicológica y la madre llama “policiita” a las fuerzas del orden público, manifiesta por vez primera el deseo de matar. Se refiere desgarradoramente a la cobardía y falta de autoridad oficial frente a la brutalidad contra jóvenes indefensas o personas de todas las edades, a quienes lo primero que les roban es la tranquilidad, les sustraen la paz y les hieren la armonía interior para siempre, a más de los daños físicos.

Víctimas que recurren a la intimidad propia para sanar heridas del alma y reencontrar el equilibrio interno y la armonía de sentimientos, cargados de impotencia y frustración, comunes a tantos otros dominicanos. El tránsito es violencia en movimiento, con autoridades de objetivo extraviado.

Violencia es la indefensión frente a actos de “terrorismo jurídico” de desaprensivos abogados, especialistas en  embargos cargados de extorsión, “tigueraje” e ilegalidad, asistidos de “fuerza pública” constituida por uniformados tan sinvergüenzas como los juristas que los dirigen y alguaciles que “legalizan” despojos. Jueces que fallan en contubernio con esos “jurisconsultos” especializados. 

Una Suprema que ha preferido no actuar categóricamente a pesar de las infinitas denuncias; fiscales que se hacen cómplices obstaculizando procesos y una ciudadanía vulnerable que desconoce derechos. 

Cualquier reacción  debe considerarse como en “defensa propia” contra agresores de toga y birrete y sus secuaces apandillados. Desde la óptica ciudadana se percibe una cultura de falta de autoridad; que los derechos humanos solo aplican al “tigueraje”; se idealiza la era de Trujillo, con truhan oficial único; sicólogos del delito nos acechan buscando negligencias y debilidades y si te descuidas “er diablo te lleva” y esto enferma, altera, deforma.

Códigos que protegen más a delincuente que a víctima o que dan patentes especiales a “menores” para abominables actos de violencia, mientras los consideramos “infantes desviados reeducables”. Tenemos fama de “alteradores” de edades e identidades para el béisbol y qué no será para la creciente delincuencia juvenil. Países que han transitado este proceso han tenido que juzgar como adultos  a menores autores de actos horrendos.

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