Un hombre y una mujer

Eran los años sesenta, Monterrey, Nuevo León, el Instituto de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), más de cien estudiantes dominicanos, en su mayoría becados por el gobierno de Bosch durante su breve mandato.

Eran los años sesenta, Monterrey, Nuevo León, el Instituto de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), más de cien estudiantes dominicanos, en su mayoría becados por el gobierno de Bosch durante su breve mandato. El acontecimiento cinematográfico ocurrió en 1966 o 1967, quizás el más grande acontecimiento cinematográfico de nuestras vidas de estudiantes en Monterrey.

El film, de Claude Lelouch, “Un hombre y una mujer”, protagonizado por Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimèe, había obtenido dos premios Oscar (Mejor película extranjera, Mejor guión). Lelouch había sido nominado para el premio como Mejor Director, y Anouk Aimée parael premio como Mejor actriz en un papel principal, pero el jurado había sido clamorosamente abucheado en el festival de Cannes cuando le otorgó a la cinta la flamante Palma de Oro. El éxito, a nivel mundial, fue excepcional.

Lelouch era un novato como director y tenía mayor experiencia como fotógrafo de publicidad, y la fotografía es precisamente uno de los aspectos más notables con sus escenas en blanco y negro, a todo color o en unos melancólicos tonos sepias. Alguien definió -en tono de burla- la película como uno de los mejores comerciales jamás filmados.

El tema musical, de Francis Lai, es otro de los aspectos memorables. Con el tema arranca la película y sus primeras notas suenan como unas gotas de agua en la neblina que invade el paisaje. Es un tema integrado a la narración cinematográfica, que forma un solo cuerpo con ella de principio a fin.

La dirección también es notable. Lelouch permitió a los actores cierta libertad en los diálogos y las actuaciones, y el resultado a veces es impresionante como en la escena que tiene lugar en un café. Impresionantemente poética es la escena del hombre que pasea su soledad con su perro en el embarcadero.

La historia es quizás lo que menos importe. Mucho menos importante que su realización. Un viudo, padre de un niño y piloto de autos de carrera, conoce a una viuda, madre de una niña, que trabaja en el mundo del cine como técnico de cámara. Seres traumatizados que se enredan durante un viaje en una relación amorosa de atracción y rechazo que termina en un final abierto. Ella no puede amar a dos hombres a la vez, no puede amar a un hombre sin sentir que traiciona la memoria del hombre que ha perdido recientemente. Tal vez sí, tal vez no.

Para los interesados en el tema, en el portal Filmaffinity pueden leerse algunas críticas tan apasionantes como la misma película, un pequeño mosaico crítico que pone en evidencia lo controversial que puede ser una obra de arte “según el color del cristal con que se mira”.

“Lelouch hizo gala de su maestría artística y narrativa para dar lugar a una película plena de romanticismo por los cuatro costados, pero que elude brillantemente los tópicos empalagosos y los sentimentalismos facilones.
Sin duda, Lelouch quiso experimentar con la imagen y el modo de contar la historia, jugar con la técnica visual y narrativa para ofrecer algo diferente y fresco. Y lo consiguió con su fotografía que combina el color y el blanco y negro, creando un marco afectivo que oscila entre el pasado (sus anteriores vidas matrimoniales) y el presente (la relación que comienza a surgir entre ellos). Lo consiguió con los encuadres de la atrevida cámara, los planos, los escenarios y los paisajes. El director filmó un derroche absoluto de instantes preciosos captados por su personalísima cámara: un embarcadero al atardecer, por el que pasea un hombre llevando a su perro de la correa, mientras Anne comenta, con voz embelesada, que hombre y perro llevan el mismo paso; una playa en un día nublado, con los dos adultos y los dos niños que se están conociendo; Jean-Louis y su hijo, conduciendo a la orilla del mar; flashes del pasado de Anne cuando era feliz con su marido en el rodaje de las películas en las que él trabajaba como especialista en escenas peligrosas… Y, sobre todo, el impacto de los primeros planos que nos acercan extraordinariamente a los protagonistas.

Entre escenas en las que se vive felizmente el momento, conversaciones espontáneas, risas ante un divertido Jean-Louis, adrenalina incluida con las escenas de las carreras, y en definitiva el embrujo de la soberbia imagen cambiante e inquieta, pasional como ese amor ilusionado que empieza a brotar entre ese hombre y esa mujer que han tenido ya su tanda de sufrimientos en un pasado cercano, y que han elegido este momento para empezar a decir adiós a lo anterior y abrirse a lo nuevo. No sin dudas ni sin obstáculos, no sin que sus escarceos estén marcados por las inseguridades. Como en todo amor que se despierta”, (Vivoleyendo)

“Amar después de amar.

Con un hombre y una mujer y sin apenas más elementos se construye una historia sobre el amor con dos personas que han pasado por momentos difíciles.
Lelouch es ante todo esteticista, pero la película no se queda en una sucesión de bonitas postales, las imágenes poseen fuerza y vigor y van sonsacando detalles sobre la personalidad de los protagonistas”. (Ennis).

“Pero la belleza de esta película reside, en mi opinión, en la absoluta sencillez de su propuesta: un hombre y una mujer (habrá que admitir que, visto el contenido, es el título más acertado posible). La dramaturgia clásica del cine romántico acostumbra a situar a los amantes ante difíciles tesituras: la infidelidad -de ‘Breve encuentro’ a ‘Los puentes deMadison’-, el conflicto con el deber, ‘Casablanca’, el destino trágico, ‘Carta de una desconocida’, etc. Aquí no hay daños a terceros ni colaterales: tan sólo dos viudos que pueden rehacer su vida. Ignoro si se trata de una operación de cálculo -estética audaz para el público proveniente de las nuevas olas e historia modosa para el público más conservador-. Sea como sea, el resultado me parece bonito y emotivo”. (Quim Casals).

“Un hombre y una mujer se queda en un débil espejismo de lo que pudo ser.
Las razones: la historia apenas está esbozada: se conocen de un día para otro y el amor surge tímido pero sin pausa, para que no haya pérdidas innecesarias de tiempo. Otro tanto ocurre con los personajes: él es un piloto de fórmula uno; ella no es nada en especial, sólo una mujer dedicada a su difunto marido.

Fotografía chirriante, canciones que no vienen acuento, postalitas-excusa para marear al espectador con la música, estética tirando a hortera y una narración sin pies ni cabeza.

….todas las escenas que comparten Anouk Aimée -rabiosamente bella- y Jean-Louis Trintignant -irremediablemente irresistible- son tan bellas que olvidas todo lo demás. La primera escena en el coche, esa atracción incipiente, adolescente, tímida e ilusionada. En el restaurante, donde de las dudas pasan a una certidumbre todavía insegura, pero cada vez más insistente, y únicamente insinuada por un par de gestos. La secuencia de barco, si bien intrascendente y algo machacona debido a la música y a los truquitos de cámara, me conquista por la emoción que transmite.

Una historia de amor que podría haber sido maravillosa… Aunque te deje un poso de desilusión.

Y por último, destacar que la escena de cama era una maravilla de pasión, ternura, adoración… ¡joder, amor puro! La gestualidad de ella era perfecta, diciéndonos que algo no iba bien… Pero Lelouch, por si la cosa no estaba clara, la estropea poniendo postalitas de la mujer con el marido difunto. Una lástima.” (Helen).

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