Hace aproximadamente 17 años, oí hablar, en Pittsburgh, a un antiguo alumno mío de la UNHPU, que se especializaba en neumología, sobre la apnea y los Laboratorios del Sueño.Entonces caí en cuenta que lo que yo estaba arrastrando desde hacía muchos años, y que perturbó mis vacaciones entre los años 80 y 90, era un problema del sueño. En Madrid, Barcelona y Cascai-Portugal tuve que ir a las salas de emergencia por: taquicardia y sobresaltos durante la noche, tenía temor a dormirme a pesar del irresistible impulso que sentía de rendirme.
La aprensión y los sobresaltos, cuando me estaba durmiendo, me atemorizaban y me impedían descansar en los vuelos de avión o autobús. A ningún médico se le ocurrió pensar que mi problema se debía a un déficit crónico de sueño por apnea obstructiva.
Yo les explicaba a los médicos, con detalles, todos esos síntomas y la facilidad con que me dormía cuando estaba leyendo o asistía a sesiones prolongadas de trabajo, incluso cuando escuchaba la homilía durante la misa. Aunque Minerva a veces me llamaba la atención por la molestia del ruido de mi respiración durante la noche, nunca pronunció la palabra “ronquido”. Y pensar que los médicos lo único que me recomendaban era “somníferos” y “antidepresivos”, que por suerte nunca tomé.
En el año 2000 mi presión arterial subió a límites insospechados, y mi calidad de vida menguaba. En febrero del 2001 decidí someterme a la prueba de sueño que ya teníamos aquí, y buscar consejo. En el próximo artículo terminaré la historia de mis problemas ocasionados por la apnea obstructiva del sueño.