El extraño ser humano

Decíale yo a un viejo amigo de infancia, en aquella calurosa tarde reciente de un Villa Altagracia nuestro, que deje ladrar a los perros y que no haga caso de las piedras lanzadas por los ruidosos que pueblan también el medio, la vida.

Decíale yo a un viejo amigo de infancia, en aquella calurosa tarde reciente de un Villa Altagracia nuestro, que deje ladrar a los perros y que no haga caso de las piedras lanzadas por los ruidosos que pueblan también el medio, la vida.Le decía, como si fuera algún filósofo del medioevo, que hay que aprender a vivir entre el lodo sin ensuciarse. Que hay que resistir en esta batalla diaria que es la vida y no hacer caso a las alharacas y ladridos de quienes llevan el veneno de la indignidad dentro de su sangre y su cerebro. Que figuras como esas son las que nos enseñan a sobrevivir y salir airosos de los vendavales de los tiempos. Que ignore las provocaciones y siga adelante, hasta donde se pueda, claro. Que no caiga en el terreno de la bulla y la desgracia del chismoteo de patio que solo infla a los enanos de espíritu.

Y cabe preguntarse, qué había dentro del cráneo de quien se atreve a dañar y matar una inocencia o del que roba y moja de sangre el pañal con que se limpia una mirada.

Y al compás de los tiempos y las pisadas infinitas de todas las heridas que brotan como manantiales en las espumas y los delirios que se añejan con la palabra, con la mirada, con la espera de algún día perdido en una tarde cualquiera de estos tiempos de fuego y de traiciones olvidadas. De esos que como el que ladra y gruñe, fastidia para vivir porque para morir ha nacido. Y entonces, como en pueblo chiquito y parlanchín, todos somos presas del tiempo que todo lo devela y lo desvela para la posteridad, sin chance de evitarlo ni con poses ni con verborrea de ira que se pierde en los zafacones reservados para los ruidosos empedernidos.

Para aquellos que ven monstruos en sus propios espejos, es propicio recordarles que el mundo está vuelto un lío, que la temperatura está caliente y que es necesario ver el verdor del bosque y no el gris de la maleza, y dibujar sueños en el horizonte.

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