El amor en la tercera edad

Cuando jóvenes, los adultos mayores, envejecientes  o personas de la tercera edad, como se le quiera llamar, tenían sus propias…

Cuando jóvenes, los adultos mayores, envejecientes  o personas de la tercera edad, como se le quiera llamar, tenían sus propias formas de amar. Fuego, pasión, locura… son apenas términos que encierran conceptos distintos y casi idénticos de esa fuerza salvaje que brota de adentro y cual  volcán erupciona en el ser amado.

Cuando el tiempo pasa y el otoño se hace presente para definir el irredento e inexorable mañana, la gente de “cierta edad” también ha de comenzar a definir su existencia y el ímpetu con que enfrenta la vida, sobre todo, en el amor.

No es que a la tercera edad (para algunos comienza después de los 60) se eche a  “viejo” y se tire al olvido. Se trata de abandonar con donaire las cosas de la juventud, como reza uno de los versos del poema anónimo Desiderata.

Los adultos mayores por lo general, si están solos, ya sea por viudez o divorcio, tienden a tener lo que se ha llamado crisis de la mediana edad. Muchas veces, en especial cuando los hijos se niegan a aceptar una posible relación, se tiende a negar la edad, adoptando poses juveniles y asumiendo amores secretos, transformando para sus adentros amistades en amores y llenando la vida de fantasías con la persona amada.

En “El amor en los tiempos del cólera Gabriel  García Márquez nos relata un fantástico amor entre  envejecientes: Fermina Daza y Florentino Ariza. Cuando sus hijos se oponen a los nuevos amores de la viuda Fermina dice: “Hace un siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque éramos demasiado jóvenes, y ahora nos la quieren repetir porque somos demasiado viejos”.

“Que se vayan a la mierda. Si alguna ventaja tenemos las viudas es que ya no nos queda nadie que nos mande”.  Y ya en el buque “nueva fidelidad” ella y su amado navegaron una y otra vez el río Magdalena con la bandera de cuarentena izada para evitar que los molestaran.

Capacidad de amar
Uno de los sinos más terribles de estos tiempos es lo poco que duran los matrimonios. Discutir los factores que determinan el fenómeno no viene a colación.

Pero lo que sí es evidente es que en una significativa cantidad de las relaciones actuales hace falta el amor como esencia de la unidad.

La infidelidad, la violencia de género y los feminicidios, que enlutan de sangre la sociedad dominicana, son un claro ejemplo.

Quien ama es capaz de ver a la otra persona con sus partes buenas y malas, al mismo tiempo, aceptándola tal cual es, sin pretender cambiarla.

El amor genuino implica identificación con el otro, y si algo identifica a los amantes de la tercera edad es la capacidad de amar y dejarse amar. 

Las parejas de la tercera edad tienden a ser monógamas. Para ellas ser fiel no es sinónimo de una nueva forma de esclavitud emocional y erótica contraria, a la naturaleza humana, y mucho menos creen que la monogamia  conduce a la monotonía, a la restricción, a la posesividad, a la inanición sexual, a la muerte del amor romántico y a otras muchas desgracias.

A la tercera edad se ama a conciencia, por decisión o por la fuerza del tiempo. Tener más de 40 ó 50 años al lado de la misma pareja es toda una historia de entrega, sacrificios, comenzar de nuevo y, sobre todo, tolerancia.

 Rafael y Milagros
Pero la crisis matrimonial de hoy día tiene miles de ejemplos que han sobrevivido más de 40, 50 y 60 años.  Sin embargo, la estigmatización de la vejez ha predominado en todas las épocas.

Felipe de Novara decía que los viejos “deben evitar sobre todo casarse con mujeres jóvenes, porque serán engañados indefectiblemente; pero casarse con una vieja no es mucho más recomendable, pues dos carroñas en una cama no son apetitosas”.

Ese no parece ser el caso de don Rafael César Augusto Gutiérrez Domínguez y doña Milagros Luna de Gutiérrez, una pareja que a sus 48 años de bodas se muestran enamorados como cuando se conocieron en Santiago  de los Caballleros en la casa de la madre de él y ambos quedaron prendados hasta el punto que no pasaron 4 meses cuando ante el altar se dijeron sí.

Con un entusiasmo que desborda admiración, sus miradas se confunden en ternura y como respuesta a la pregunta doña Milagros responde: “La clave: paciencia, paciencia y más paciencia”. Y está tan segura que funciona que la vida los ha premiado con cuatro hermosas hijas que orgullosas trillan sus propias vidas.

 “¡Mi mami tiene la piel tan suave!”, exclama él acariciando su mejilla. “No puedo dormir si no siento en mi espalda el calor de mi papi”, afirma ella.

Pícaro, pero convencido, él revela “todos los días antes de acostarme, doy gracias a Dios por haberme dado una pareja como mi vieja”.

Y reclama: “Si nos va a definir como pareja quiero que ponga que somos una pareja agradecida; agradecida de Dios, de la familia, de los amigos”.

Al verlos sentados en la terraza de su vivienda en Los Prados, ojeando su álbum de boda no es atrevido pensar que don Rafael y doña Milagros le dan la razón a Urbino, el celoso hijo de Fermina cuando éste al ver a su madre enamorada afirma “Los viejos, entre viejos, son menos viejos”.l

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