Novedades de Moscú

El Cabo Buitre, su lugarteniente Papirosa y El Evacuante, comisario político que era más o menos médico y encargado de evaluar la salud de los recién llegados, que eran quince, se pusieron al frente de los novatos.

El Cabo Buitre, su lugarteniente Papirosa y El Evacuante, comisario político que era más o menos médico y encargado de evaluar la salud de los recién llegados, que eran quince, se pusieron al frente de los novatos. Quince dominicanos recién graduados de bachiller -algunos en docta ignorancia-, becarios evaluados y enviados por vía del Partido Comunista Dominicano (PCD) en 1970 a la Universidad Patricio Lumumba de Amistad con los pueblos de la flamante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Quince dominicanos casi vírgenes que llegaban a los predios del lumumbífero campus de la Lumumba con sus maletas de pobre sin tener una idea de lo que les esperaba.

El Cabo Buitre, con voz perentoria, ordenó que dejaran el equipaje en el suelo y el Evacuante los examinó uno a uno, boca, orejas, nariz, lengua y ordenó después  que se bajaran pantalones y pantaloncillos. ¿Bajarse los pantalones y pantaloncillos en público, en el campus abierto de la Lumumba? Caras de asombro, risas de los pasantes y mirones. Ante la duda de los recién llegados, el Cabo Buitre repitió la orden en tono militar y obedecieron. Tenía seis pies de altura, cara de pocos amigos, mandíbula profesional. Todo un verdugo que inspiraba poca simpatía, casi terror.

El Evacuante los examinó distraídamente, tomó notas y se alejó para decir algo en secreto al Cabo Buitre (mientras los becarios permanecían en pelotas), algo que parecía muy preocupante, que parecía muy serio. El Cabo Buitre se percató de la gravedad de la situación y dio otra orden para que se subieran las vestimentas y ordenó que los pusieran de inmediato en cuarentena. ¿Cuarentena? La palabra cayó como un peñón sobre los infelices becarios. ¿Adónde habían venido a parar? Pero ninguno chistó.

Primero había que ejercitarse, un poco, desde luego, por consejo del Evacuante y el Cabo Buitre le hizo una seña a Papirosa. Papirosa se hizo dueño de la tropa y los conminó a trotar detrás de él enformación cerrada alrededor del campus que comprendía siete edificios y era grande. Papirosa se desentendió de la orden de encabezar el trote a la primera vuelta y les dijo que siguieran hasta dar por lo menos siete. En eso salió corriendo una rusa gorda y teutónica (más teutónica que gorda), que era la comandante de uno de los edificios de estudiantes, y se metió en el medio cuando habían dado por lo menos tres vueltas y no podían con su alma. Les habló en ruso que no entendían, aunque entendían de alguna manera que sus brazos abiertos y su voz les exigían parar y se pararon. Llamó la comandante a un brasileño que se divertía observando la escena y el brasileño explicó en portuñol más o menos entendible que eran víctimas de una novatada por las que todos pasaban y los condujo a sus habitaciones, precedido por la comandante que echaba pestes en ruso y los dominicanos que comenzaban a respirar con alivio, maldiciendo también para sus adentros.

Al día siguiente, en el comedor de la Lumumba, los novatos y veteranos eran amigos o empezaban a reconciliarse, riéndose de sí mismos aunque no todos perdonaban el hecho de que les hubieran hecho bajar los pantalones en público.

Pero uno se había traído durante el viaje un inmenso dolor de muelas y tenía un cachete hinchado. El perverso Evacuante lo llevó al dentista y, por pura coincidencia, el consultorio estaba vacío. El dentista tuvo que salir en ese momento y le pidió al Evacuante que lo esperara quince minutos. El Evacuante le dijo al novato que el dentista había dicho que se quitara la ropa y lo esperara acostado en el confortable sillón ortopédico. El paciente protestó, pero el Evacuante le dijo que, a diferencia de los países capitalistas, en los países socialistas un dentista evaluaba no sólo los dientes sino los posibles padecimientos que causaban daño en los dientes y evaluaba todas las partes, examinando la posibilidad de enfermedades venéreas y enfermedades tropicales. Y allí lo dejó esperando al dentista.

El dentista echó todas las madres cuando encontró al mulato en pelotas y despotricó contra todos los malditos dominicanos porque no era la primera broma que le hacían. Pero la asistente que lo acompañaba no parecía compartir su indignación y  ayudó a vestir casi con pena a aquella estatua de bronce vivo que le alborotaba el hormonamen para que el dentista le sacara la muela, sin dejar ella de reírse disimuladamente.

El novato estuvo buscando al Evacuante durante varios días para vengarse con una golpiza, porque ya era la segunda vez que le hacía quitar la ropa en menos de veinticuatro horas, pero el Evacuante estaba haciendo un curso de posgrado y no vivía en la Lumumba. Vivía en una habitación de hospital en condiciones privilegiadas porque estaba haciendo un doctorado, muy lejos de la Lumumba y cuando volvieron a verse al novato ya se le había quitado el rencor y narraba la experiencia, la cara del dentista cuando lo vio encuerado en el sillón, y la cara de la asistente que se lo comía con los ojos y reía con disimulo.

A Papirosa le había ido peor. Dos veteranos en novatadas, Cocolo Castro y el Burócrata, lo habían ido a recibir en el aeropuerto, y en un bar del aeropuerto lo emborracharon hasta la tambora, le dijeron que la beca en Moscú incluía un año de servicio en Vietnam, entrenamiento militar y fogueo en combate. Papirosa protestó, nadie le había dicho nada al respecto y solamente venía a estudiar.

Pero finalmente lo convencieron de que el heróico pueblo de Vietnam requería de todos los sacrificios, que ellos mismos habían pasado por esa experiencia y Papirosa, borracho hasta la tambora, aceptó el difícil trámite depués que el Burócrata le entregó unos papeles y un pasaporte de los muchos que tenía para renovar y se dejó llevar como un cordero, casi llorando hacia la fila de la puerta donde tomaría el avión que lo llevaría supuestamente a Vietnam. Lo dejaron allí, después de un cálido abrazo, haciendo fila y se alejaron. Cuando Papirosa, presentó las credenciales que le había dado el Burócrata para viajar a Vietnam, el encargado de inmigración le preguntó en ruso ¡qué vaina es esta!, lo sacó de la fila y en una lengua que no entendía, que no podía entender, lo mandó como quien dice al carajo.

Cocolo y el Burócrata, que habían permanecido cerca, lo felicitaron por su valentía y luego lo desengañaron y lo llevaron a su habitación en la Lumumba, pero la novatada había sido traumática.

Todavía cagandito, blandito y lloricoso como un niño, Papirosa no disfrutó de su confortable habitación de la Lumumba donde no tuvo sueños plácidos. Dormiría varios días con el terror de Viet Nam y maldeciría por mucho tiempo la bienvenida del Burócrata y Cocolo Castro. (…Continuará algún día).

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