El pasado 19 de octubre, los doctores Mayra Brea y Edylberto Cabral presentaron un estudio en la XI Jornada de Investigación Científica Universitaria, en la UASD, que revela el estado de la violencia en el país. Según el informe, durante el período 2006-2011, se mantuvieron los mismos niveles de agresividad entre los ciudadanos que en años anteriores, de forma tal que el 80 por ciento de las muertes fueron por homicidios, accidentes y suicidios. Apenas el 14 por ciento de las personas falleció por causas naturales. Es decir, que aquí la gente muere porque la matan o se suicida. Cruel realidad. Si no fuese así, podríamos concluir que viviríamos felices.
A esa información habría que agregar el dato suministrado por el procurador, Francisco Domínguez Brito, de que el 60 por ciento de los homicidios no tienen castigo y en algunas localidades la impunidad es mayor.
La gente no sólo está afectada por la violencia que tanta inseguridad y estrés crea, sino que los criminales se sienten estimulados a proceder de ese modo, porque el brazo de la justicia no los alcanza.
Se trata de un drama alarmante. Y no se ve posibilidad de que cambie. La investigación de Brea y Cabral sugiere que la tasa de homicidios se mantiene “congelada” en 25 por cada 100 mil habitantes en los últimos cuatro años. No hay manera de leer esa información que no sugiera la ineficacia de las políticas públicas contra la violencia.
Los estudiosos afirman que esa violencia no se produce al margen de los factores económicos y estructurales, pero entienden que está muy vinculada a la naturaleza de la sociedad dominicana de hoy, con variables muy fuertes como las culturales y educativas, y por una suerte de inmadurez emocional que se expresa en bajo autocontrol, con proclividad a la violencia.
Y todo eso preocupa, indica que seguiremos por peligrosos derroteros que obligan a una mejor actuación de las autoridades para contener la criminalidad.
