El reto de una educación de calidad

En el centro de la discusión sobre el salario de maestros y maestras están dos cosas. Primero, su derecho a una remuneración digna y a una vida decorosa.

En el centro de la discusión sobre el salario de maestros y maestras están dos cosas. Primero, su derecho a una remuneración digna y a una vida decorosa. Segundo, el derecho de niños, niñas, jóvenes y personas adultas a una educación de calidad que les permita tener oportunidades en la vida.

Ambos derechos, antes que oponerse entre sí como ha sido sugerido al calor del debate salarial, se refuerzan mutuamente. Con remuneraciones más adecuadas y con una vida con menos privaciones, maestros y maestras estarían en posibilidad de dar más en el aula y fuera de ella. El salario no lo garantiza pero es un requisito indispensable. A su vez, con resultados cada vez más positivos en la calidad de la educación, la sociedad estaría más dispuesta a retribuir mejor al personal magisterial. Más aún, como lo demuestran muchos estudios, con más y mejor educación, a mediano y largo plazo la productividad laboral y la economía crecen más rápidamente, viabilizando el financiamiento de la educación y de otros servicios sociales básicos.

El crecimiento de la productividad y de la economía no es el único resultado valioso de más y mejor educación. La calidad y profundidad de la democracia y de la participación ciudadana es otro de ellos. De igual manera, consumidores mejor informados y más exigentes contribuyen a construir mercados más favorables al público.

Sin embargo, las dinámicas económicas globales de décadas recientes han reforzado los vínculos causales entre educación y desempeño económico, haciendo cada vez más urgente dar pasos decididos en materia de cobertura y calidad de la educación. La capacidad de innovar, que depende en parte del conocimiento, se ha abierto paso como fuente de productividad y competitividad, reduciendo el espacio de factores tradicionales como la dotación de maquinaria y equipo, y el acceso a recursos naturales y financieros. De allí que universalizar servicios educativos de calidad se haya ido convirtiendo en una de las claves tanto para un mayor crecimiento como para uno de más calidad y de base más amplia en la medida en que la universalización democratiza el acceso a un activo productivo cada vez más valioso.

A pesar de eso, como es bien conocido, el país ha estado a la zaga en esta materia. Las metas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en materia educativa no dejan lugar a muchas dudas. Un informe oficial de 2010 indica que ninguna de las tres metas establecidas será cumplida. La meta de lograr que 100% de los y las estudiantes que comienza el primer grado complete el ciclo de educación básica no se alcanzará. Tampoco la de lograr un 100% en la tasa neta de matriculación en el nivel básico; ésta es el porcentaje de estudiantes que teniendo la edad para cursar el nivel básico en efecto lo hacen. Por último, al ritmo que llevaba en 2010, la meta de eliminar el analfabetismo en la población entre 15 y 24 años de edad no se alcanzaría. Afortunadamente, Quisqueya Aprende Contigo apunta a un cambio en esa tendencia. La cuestión central parece ser la incapacidad de evitar la deserción escolar y las dificultades para alcanzar a algunas poblaciones específicas.

Nótese que las metas mencionadas y que no se cumplirán se refieren a cobertura. No se trata de metas en materia de calidad educativa.

En ese contexto, el país tiene un doble reto. Por un lado, hay que fortalecer la capacidad del sistema de retener a los y las estudiantes. La política de asistencia social condicionada puede contribuir a ello focalizando su atención en los grupos de riesgo de deserción, incluyendo en la educación media.

Por otro lado, urge mejorar la calidad de la docencia. El estímulo y la valoración del magisterio por la vía de sus remuneraciones debe ser un componente imprescindible en ese esfuerzo. El otro debe ser los programas de capacitación, supervisión, gestión de la calidad y desarrollo curricular.

Desafortunadamente, en el presupuesto de 2013 no sólo no se incluyó una previsión adecuada para darle un poco de dignidad al magisterio, sino que se asignó menos del 3% del gasto a esos fines. Aquí hay un área abierta para hacer lo que nunca se ha hecho.

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