Nací el 6 de noviembre de 1954, en plena dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina, justamente el día en que los hermanos Eudes Maldonado llevaron a cabo la hazaña de ejecutar el asalto a la sucursal del Royal Bank en Santiago, sobre lo que se han tejido muchísimas y hasta legendarias versiones.
En consecuencia, cuando el tirano fue abatido en la autopista a orillas del Mar Caribe, yendo rumbo al San Cristóbal de sus amores y desvelos, apenas tenía 6 años y medio. Eso quiere decir que no podría inscribirme entre los que conocieron y vivieron los acontecimientos de la tiranía, más allá de lo que nos relata y revela la historia. En el tiempo y la distancia, sin embargo, aprecio que los 30 años de la dictadura de El Jefe es un período de la historia dominicana que la posteridad aún no ha desvelado completamente, en sus luces y sombras.
Hay mucha gente que vive, ha vivido y vivirá de su antitrujillismo, real o supuesto, como hay otros tantos que de igual manera se sienten acreedores de pasarle factura a la sociedad por su pasado de izquierda.
En consecuencia, creo aberrante procurar que siga vigente la anacrónica ley que prohíbe las actividades trujillistas, por el capricho simple de que todo cuanto huele a Trujillo es malo. Si el conocimiento pleno del trujillismo, en todas sus facetas, no motiva la repulsa de las nuevas generaciones, es porque debemos revisar lo que estamos haciendo, ya que, o lo estamos haciendo peor o queremos imitar aquellos tiempos idos.
La apertura y el pluralismo nos dan más capacidad para discernir, para conocer lo que es bueno y malo. Seamos realistas: muchas de las figuras preeminentes de hoy día, si los dejarán, es probable, muy probable, que serían más dañinos y repugnantes que lo que se dice fue con hechos el tirano. Talvez con razón hay quienes aseguran que son muchos los trujillitos que se esconden detrás de muchos dominicanos. La diversidad de opciones, pero con igualdad de oportunidades, es característica fundamental de toda democracia. No lo olvidemos…
