La jerga que nos identifica

Como todo conjunto humano, el criollo tiene sus peculiaridades, características, su lenguaje propio dentro del idioma y más que nada expresiones que definen la nacionalidad o que la particularizan. En la culturización del niño tiene influencia…

Como todo conjunto humano, el criollo tiene sus peculiaridades, características, su lenguaje propio dentro del idioma y más que nada expresiones que definen la nacionalidad o que la particularizan.

En la culturización del niño tiene influencia capital la familia, el vecindario cercano, el barrio como espacio mayor y la escuela, auxiliada hoy esa interacción social comunicacional con la TV, el internet y en una porción creciente y en un rango de edad, las redes sociales.

Términos que evolucionan y tienen épocas: algunos permanecen y otros desaparecen. Hacen dinámico ese acervo cultural local, aunque algunos términos tienen similar significación en otros países y otros con acepción totalmente distinta.

Casi como “marca país”, los términos criollos son la ruta fácil para la identidad del dominicano y la vía difícil para el extranjero, en el proceso de “aplatanamiento”, aunque su idioma natal sea el castellano. “¿Taco, ta’quí? No.

Taco, ta’cotao” resulta más que imposible de asimilar para el que viene de fuera y simple para el influido por el “mangú power”.  Atiborrarse, chiripa, el fuí, un saltapatrá, dar etilla, abombao, sica, una pelelengua, y una sirimba, no precisan explicación, si frente a un dominicano se expresan pero requieren de una descripción gráfica si de un extranjero se trata.

Le hicieron “tingola”, ta’atiborrao, ¡tiene un aficie!; se le ven lo chicho; diantre; que chemba; voy pa un lambe con una cutáfara que tiene tremenda pinta, con’tó y el reló de cuquicá que se tira; toi decricajao y por eso me veo tan jalao; cojió un pique con ese tíguere, por pijotero; expresiones que el criollo asume, maneja, comprende y utiliza y que hace falta mucho “emburujarse” con la dominicanidad si su crianza no tuvo lugar en el espacio de mariasantísima.

Trata de explicar lo que es un “pariguayo”, lo que es una sirimba o un yeyo, lo que es un frío-frío o lo de que ese cocolo ta’pasao, lo de musa-tatara-musa, en que consiste la ciguatera  y te encontrarás frente a un trabalenguas lingüístico de imposible traducción. ¿Cómo explicar que ese tipo va culipandiao, o que actúa como un zaramagullón, o que lo hicieron a la brigandina?  o esfuérzate aún más para dar respuesta a la interrogante de: ¿qué es un bragueta alegre o un sujeto arretao o que e un montro o más aún que ta lleno de ñáñara, que tiene una seca o que etá usando un pancho.

No hay dudas que la identidad del criollo se manifiesta frente a la asimilación de términos que solo los nacidos bajo el signo del plátano, la habichuela con dulce y el sancocho tiene dentro como identidad. Un grajo, con su versión urbana de un “violín, olor característico del descuidado “sobaco” o un rámpano, sabe el dominicano a que se refiere  al igual que un pichuete o las acepciones diversas de “majar”. l

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