Retoños de la sabiduría popular

Dedicado al Centro León de Santiago de los Caballeros y a todos los participantes en el V Congreso Internacional de Música, Identidad y Cultura en el Caribe (MIC-V).

Dedicado al Centro León de Santiago de los Caballeros y a todos los participantes en el V Congreso Internacional de Música, Identidad y Cultura en el Caribe (MIC-V).Hará ciento cincuenta y siete años que la revista londinense The Atheneum reprodujo una misiva, hoy celebérrima, del “investigador de tradiciones” y arqueólogo inglés William John Thoms. Firmada con el alias de Ambrose Merton, la carta introducía un extraño vocablo dirigido a reseñar lo que en Inglaterra, hasta entonces, se llamaba Literatura Popular o Antigüedades Populares. La nueva palabra era “Folklore”, voz compuesta por dos antiguos términos sajones: “Folk”: pueblo, y “lore”: saber. Su intención era formular un vocablo-insignia, erigir una voz-estandarte, “una bandera a cuya sombra todos trabajaran en la misma dirección”.

Este hallazgo verbal, sin embargo, derivó hacia interpretaciones más prolijas. Desde 1931, a instancia de Joaquín María de Navascués, mediante el sustantivo “folklore” -con letra minúscula- se nombró al conjunto de materiales provenientes del confín de los tiempos, del hondón de la memoria humana, que la ciencia “Folklore” -así, nombre propio, con mayúscula- habría de estudiar.

Pero el vocablo de Thoms dilata todavía sus connotaciones. Por folklore integral denominamos ahora toda la sabiduría popular práctica -su plena faz social, material y espiritual- de creación anónima, profunda y con larga trayectoria, transmitida oralmente de una a otra generación.

Para simplificar el ordenamiento y estudio de la producción popular, se denominará folklore mental-espiritual al resultado intangible de la mente del hombre: sus manifestaciones artísticas (literatura, música, danzas, artes plásticas), su saber empírico (la medicina práctica; los remedios vegetales, animales o minerales; el conocimiento de la naturaleza y los animales) y sus expresiones anímicas (creencias y ritos, devociones hogareñas, fiestas religiosas, supersticiones, animismo, magia).

Más allá, el folklore ergológico comprenderá la producción material de las comunidades: sus viviendas y muebles, las formas de vestir, los instrumentos de pesca y caza, los aperos agrícolas, los modos de transportación, los sistemas de pesas y medidas, la alimentación e industrias domésticas (alfarería, tejeduría, cestería).

Bajo el título de folklore social, por último, entrarán los aspectos tocantes a la vida de relación: el lenguaje, los usos y costumbres, los hábitos familiares, los oficios y las profesiones, las cofradías, las fiestas y ceremonias, los pasatiempos, los juegos.

Hoy en día adquirimos a título de creaciones folklóricas, cada vez más, simples retoños de cultura popular con aroma de ruralía reciente. Algunos se confunden ante el hecho de que esas formas populares puedan incluso coexistir con lo folklórico, aunque sin adquirir con ello su rancia naturaleza.

Será después de un largo período de asimilación, cuando ya no exista la expresión popular que le dio origen y luego de una prolongada germinación en el suelo patrimonial, que podrá asomar la sustancia folklórica.

Es evidente que lo folklórico siempre exigirá un sólido fundamento nacional, un poderoso aliento particular, en tanto el tema popular, como contraste, carecerá siempre de obligación nacionalista. Así, como “popular” -nunca como folklórico- definiremos la música de Juan Luis Guerra, los “hot pants”, el peinado de moda, el refrán y hasta cierto argot proveniente del submundo neoyorquino de Washington Heights.

En los días que transcurren, ninguna fórmula luce tan eficaz a los fines de consolidar el sentido de lo nacional, así también del amor a la tierra y las cosas propias, como la investigación y enseñanza del Folklore. Hay un conocimiento orgánico en el interior de este quehacer, un saber no discursivo que fluye hacia los arquetipos. El Folklore, asimismo, provee una vinculación con formas culturales fundamentales que refuerzan la identidad propia, a la vez que evidencian la analogía entre los diferentes pueblos.

Hay en el Folklore una utilidad conservadora, un propósito ético y una función estética. En la fabricación y el comercio de objetos típicos, destinados a satisfacer la demanda de grupos con mayores medios económicos y diferentes culturas, residirá su función económica. El estudio de la cultura popular ejercerá, además, un doble oficio de diferenciación y unificación, al conservar la “expresión de la vida del grupo” en su aspecto original, a la vez que favorece el acercamiento entre los diferentes estratos sociales de la comunidad.

Pero nada devendrá más culminante que el ministerio patriótico del Folklore: ya cuando revitaliza el amor al grupo mediante la continuidad de usos y costumbres, ya cuando sostiene nuestra presencia en el cañamazo de una memoria y un pasado compartidos: ora cuando explica el porqué de nuestro plácido existir sobre “la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo…”.

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