Presente entre nosotros

Murió hace ya quince años, dejando un vacío que, de no ser por su presencia perenne, se habría traducido en olvido. Y aunque la vida transcurre y hace del cambio la constante misma de vivir, no he podido olvidarle…ni creo que lo haga nunca.…

Murió hace ya quince años, dejando un vacío que, de no ser por su presencia perenne, se habría traducido en olvido. Y aunque la vida transcurre y hace del cambio la constante misma de vivir, no he podido olvidarle…ni creo que lo haga nunca.

Puedo decir que desde el momento mismo en que partió, su imagen se convirtió en mi sombra, sus sabios consejos en la ruta de mi vida y su sonrisa y alegría de vivir en la ilusión que me obliga a tratar de ser mejor y  que los que me rodean, también lo sean.

Recuerdo que siempre decía: “Las cosas se hacen bien o no se hacen” base filosófica del libro “El Arte de la Prudencia” de  Baltazar Gracián, que hace mucho tiempo me entregó con ilusión. Lo tengo en mi mesa de noche y lo consulto con frecuencia para buscar respuestas al acontecer de mis días. Pero el mayor consejero ha sido su recuerdo.

No pasa un día sin que en mi pensamiento se registre su imagen y su voz. Ese recuerdo me manda a tratar de llevar una vida disciplinada para poder lograr hacer lo que realmente quiero hacer, pagando el justo valor de lo pequeño para obtener lo grande. Usar la cabeza con objetividad y tratar de atender a las emociones para que a través de su justa medida se conviertan en aliadas y no en las que tomen el control de la voluntad.

No utilizar atajos y subir las escaleras escalón por escalón, lo que sin dudas nos convertirá en ganadores, pues son las actuaciones en la vida las que denotan el verdadero carácter y los valores por los que nos regimos.

No tener temor a errar, evitando el efecto paralizante del miedo. Es mejor errar por acción que por omisión siempre que se siga la pauta de actuar con corrección, lo que permitirá aceptar las equivocaciones y aprender de ellas, forjando experiencias para el futuro. Pero el mejor mensaje de mi padre fue su forma de vivir, con su sentido práctico de la vida, con su búsqueda constante de la felicidad  y con el convencimiento pleno de que estamos de tránsito en ella.

En sus últimos días pude oírle decir, “el problema no es morir sino el largo tiempo que permaneceremos muertos”. Y aunque ha pasado mucho tiempo, todavía conservo su presencia.  Después de su partida física, que nos ha dejado en duelo, el recuerdo nos permite seguir aprovechando lo que pudimos vivir juntos. 

La vida de mi padre fue tan particular, que, aunque no esté con nosotros, el cariño y las enseñanzas permanecen. Como reconoció el poeta peruano Ricardo Palma ‘No son muertos los que reciben rayos de luz en sus despojos yertos; los que mueren con honra son los vivos, los que viven sin honra, son los muertos. La vida no es la que vivimos, la vida es el honor, es el recuerdo, por eso hay muertos que en el mundo viven y hombres que viven en el mundo, muertos”.  

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