Flores de primavera en Egipto

La “primavera árabe”, si evaluamos objetivamente sus resultados, lejos de aportar algo, ha terminado prostituyendo las bases estructurales de la democracia que justamente promueve.

La “primavera árabe”, si evaluamos objetivamente sus resultados, lejos de aportar algo, ha terminado prostituyendo las bases estructurales de la democracia que justamente promueve.Pudiera ser que, en un primer momento, se vea a este tipo de revuelta popular como mecanismo de catarsis social que, logrando atraer la atención y terminando con la indiferencia y la reticencia del orden establecido –independientemente de la legitimidad o no de éste- logre, en cierto modo, coyunturales cambios. Sin embargo, dejan el camino abierto para que en ellas se involucren intereses y poderes oscuros que, aprovechando la ausencia de organización lógica sobre bases sociales y políticas consistentes, se encarguen de mal dirigir las masas hacia objetivos coyunturales que en definitiva lleven a los países a estadios que sus ciudadanos nunca desearon.

Algunos ejemplos no podrían ser más elocuentes. Libia, pasó de estar bajo el régimen de Gadafi a una especie de “ensayo democrático” que no acaba de arrancar y que, aun cuando los medios, ocupados en la vorágine de seguir la “noticia de moda” hayan cambiado su foco de atención a otras latitudes, la realidad es que los principales líderes tribales se han erigido en jefes de sus propios “Estados dentro del Estado libio”, librando luchas intestinas que acaban con la vida de numerosas personas todos los días, atomizan el poder estatal y minan su ineficiente e inoperante sistema institucional. Algo parecido sucede en Túnez, en donde, aun cuando sus instituciones mostraban cierta madurez antes de la primavera árabe, no han podido salir de la crisis política post revolución.

Siria, por otra parte, es el escenario de una guerra civil en donde han perecido, según datos de la ONU, más de cien mil personas desde el año 2011 cuando iniciaron allí revueltas populares que, lejos de mantener un espíritu social espontáneo, se transformaron en una guerra por delegación (proxy war) en donde se desafían intereses rusos, iraníes, libaneses y hasta chinos frente a los intereses estadounidenses, israelíes, jordanos, cataríes y demás.

Democracia en ciernes

En Egipto, la primavera árabe no solo ha fracasado en su intento de instaurar la democracia occidental, sino que, más que eso, ha logrado que miles de personas hayan perdido la vida siendo, por momentos, aliados de los islamistas en contra de los militares y en otros, marionetas de los militares en la lucha contra los islamistas. 

Cuando en el 2011 inicia la primavera árabe la gente salía a la calle a luchar contra la brutalidad policial, la corrupción, el desempleo, la inflación, el estado de emergencia que vulneraba sus derechos fundamentales y que estaba vigente desde hacía 30 años, entre otras cosas; sin embargo, su principal y mayor objetivo era la defenestración del régimen dictatorial de Hosni Mubarak y de la claque militar corrupta, violenta y represiva que éste representaba.

Aun así, ¿una vez destituido y juzgado Mubarak, le sucedió en la dirección del Estado algún representante genuino de los que en las protestas de la plaza tahrir arriesgaba su vida?

Nunca sería así. Pues los islamistas, aprovechando que los “jóvenes de la plaza” no estaban políticamente organizados y capitalizando el descontento popular con los militares, postularon a uno de los suyos, Mohammed Morsi; y el pueblo acudió por primera vez a las urnas, eligiéndolo como su presidente, aun cuando, por la naturaleza religiosa de donde proviene todo sugiere que las decisiones derivadas de su mandato serían tomadas al estilo del califato, no por Morsi, sino por el líder superior de su religión, lo que contraviene los principios de la democracia, pues este último no se elige por el voto popular.

Pronto el islam político evidenciaría su ineptitud para dirigir una democracia en ciernes y para dinamizar la economía en un país totalmente paralizado, sin el crecimiento económico que mantenía en el régimen de Mubarak y sin los márgenes de inversión extranjera que recibía. Sin mencionar que en un año de gobierno dividió odiosa y peligrosamente la sociedad egipcia entre islamistas y “los otros”, entre los que están los militares, los religiosos coptos, etc.

Era el momento que esperaban los militares. Un fulminante golpe militar se produce el 03 de julio del 2013 bajo la dirección del general Abdel Fattah al Sisi, ministro de defensa del país, y esta vez, apoyado justamente por los que les habían quitado el poder: los jóvenes.  Paradójicamente estos volvían a los brazos de sus verdugos, quienes les habían golpeado y asesinado en la plaza Tahrir sin ningún miramiento y de paso, al momento de romper el cilindro de ensayo de la democracia recién estrenada en las urnas, daban el paso hacia el abismo de la división identitaria y de la anarquía.

Final del túnel

¿Cuáles son los aportes de la primavera árabe a Egipto?

Ninguno. Al contrario, no se sabe a ciencia cierta la cantidad de ciudadanos muertos sirviendo de carne de cañón, a veces de los militares y otras veces de los musulmanes. Solo el miércoles las cifras deben acercarse al millar.

Para colmo, el estado de emergencia que permite violar el domicilio, arrestar sin orden judicial y sin tener que presentar cargos, está de vuelta en Egipto, decretado por los militares quienes, reitero, reciben el apoyo de las masas. Es un estado policial en donde todos sufrirán las consecuencias.

La división en la sociedad egipcia es tan profunda que podría producirse un efecto incendiario que perjudique a todo el mediterráneo y que puede hundir a Egipto en una guerra civil parecida a la que se produjo en Argelia en 1992, en donde, militares y fanáticos religiosos, en la lucha por erradicarse mutuamente, acabaron con la vida de 200,000 personas.

Es predecible, además, que cualquier gobierno que surja a partir de estos conflictos, reciba iguales réplicas de este fenómeno que, más que democracia basada en revueltas, se asemeja a anárquica dictadura febril compuesta por enardecidas masas al servicio de intereses “por encargo”.

A la comunidad internacional y a Egipto, más que a flores, la primavera árabe debe olerle a resaca, abandono y a muerte.

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