El legado de la tiranía (2 de 3)

Con respecto a los colaboradores de la tiranía trujillista y sus aportes al país, se ha orquestado toda una leyenda intentando justificar la sumisión que siempre existió a su alrededor, en la pretensión de que muchas de sus obras fueron positivas.&#8

El legado de la tiranía (2 de 3)

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Con respecto a los colaboradores de la tiranía trujillista y sus aportes al país, se ha orquestado toda una leyenda intentando justificar la sumisión que siempre existió a su alrededor, en la pretensión de que muchas de sus obras fueron positivas. Hay que reconocer que los propulsores de esa fórmula de evaluación histórica han tenido un éxito relativo. Nada más hay que ver cómo jóvenes que sin la menor idea del terror imperante en esa etapa funesta de la República, se hacen eco de aquellas voces irresponsables que se atreven a señalar que entonces se estaba mejor que ahora. Peregrina afirmación basada en el desorden que ha caracterizado la vida nacional después de su muerte y que es herencia viva de aquel régimen de oprobio.

Existe entre nosotros la tendencia a valorar la tiranía de Trujillo única y principalmente sobre la base de sus realizaciones materiales. Estos parámetros de medición son inadecuados y no permiten un enjuiciamiento correcto de la fase que vivió el país en el interregno 1930-1961. Anteponer a la libertad y al desarrollo social y económico, la construcción de unas cuantas carreteras, por importantes que éstas hayan sido, o la edificación de hospitales y escuelas, mercados y locales del Partido Dominicano, es un absurdo intento de justificar la supresión de los derechos ciudadanos y las más crueles formas de tortura y represión que existieron en aquella época.

Los que así piensan se inscriben en la peor escuela del fatalismo político, aquella que renuncia totalmente a la libertad por entender que ella es incompatible con el desarrollo y el bienestar colectivo. Otros sustentan esa idea movidos por un resorte del subconsciente que los ayuda a cargar el peso de la responsabilidad histórica que sus propias actuaciones del pasado arrojaron sobre sus hombros.

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Los trujillistas citan los afectos del tirano hacia familiares, amigos y animales, como evidencia de un sentimiento de humanidad que nunca tuvo. Otros monstruos como él guardaron capacidad para este tipo de expresión. Trujillo no sólo amaba a sus hijos y a su madre, sino también a sus caballos, sus vacas y sus perros. Hitler también amaba  a su perro y le acariciaba tiernamente la cabeza mientras condenaba a seis millones y medio de judíos a morir en los hornos crematorios de sus campos de concentración. Stalin, quien amaba también a su perro con el que jugaba en su ducha de Peredelkino, no vaciló en ordenar la muerte de su joven esposa Sveztlana y la de muchos compañeros de luchas revolucionarias. Mientras le hablaba a su cachorro con admirable muestra de amor casi infantil, su mano implacable sellaba la suerte de más de veinte millones de seres humanos en toda la Unión Soviética.

¿Qué prueban las escasas debilidades paternales de un ser tan inhumano como Trujillo? ¿Justifican la opresión a la que sometió al pueblo dominicano durante tres décadas? ¿ Le dan sentido político o razón de estado a los crímenes y hurtos de propiedades para su provecho personal? ¿Le confieren un sentido de racionalidad al empleo de la tortura y al asesinato de opositores? ¿Explican política e históricamente la existencia de lugares tan siniestros como La 40 y la ergástula aún más terrible del kilómetro 9?

Con penosa frecuencia parte de la opinión pública del país se muestra abierta a aceptar estas manifestaciones de adhesión a un sistema que la estranguló por tanto tiempo y le despojó del lugar que por derecho le hubiera correspondido en el futuro, sin detenerse a hacer las indagaciones que permitan situar ese período negro de nuestro pasado en su justa y debida dimensión histórica. Duele admitir que tantas expresiones de trujillismo sean algo más que inútiles ejercicios periódicos de nostalgia.

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