Un pueblo alegre y muy solidario

Sin dudas, el dominicano es un pueblo apasionado, lo demostramos en el ardor con que defendemos nuestro equipo de béisbol o, cuando en tiempos de elecciones, vemos en cualquier esquina, colmado, banca de apuestas, centros médicos o en plena vía…

Sin dudas, el dominicano es un pueblo apasionado, lo demostramos en el ardor con que defendemos nuestro equipo de béisbol o, cuando en tiempos de elecciones, vemos en cualquier esquina, colmado, banca de apuestas, centros médicos o en plena vía pública, un grupo discutiendo cuál es el mejor candidato. Son precisamente la política y la pelota, los temas que más despiertan las pasiones entre los quisqueyanos. El nuestro es un pueblo muy especial, donde quiera usted se encuentra un experto de lo que sea. Cualquier persona, sin estudios académicos, sentado en la esquina, tomándose unos traguitos en un colmadón, hace un análisis del panorama económico del país, comparado con cualquier otra nación del mundo, que sorprendería al mismísimo Andy Dahuajre. De política, ni hablar, el que menos uno cree, maneja datos más precisos, sobre el posicionamiento de los candidatos a cargos electivos, que la más prestigiosa firma encuestadora. Como periodista uno puede salir a la calle y hacer la pregunta más rebuscada, más complicada de todas y difícilmente encuentre uno que diga que no sabe, pero sí encontrará muchas respuestas de personas convencidas de que han dado en el clavo, o como decimos los dominicanos, seguros de que “se la comieron”. Somos alegres y todo lo vivimos intensamente. Nuestra alegría contagia, nuestra sonrisa encanta, somos un pueblo que canta sus penas y llora de felicidad. Ante el dolor ajeno nos conmovemos y nos solidarizamos. Cuando un pueblo hermano sufre o padece una desgracia, somos los primeros en correr a ayudarlo. Desde que somos chiquitos escuchamos a nuestros abuelos decir que el familiar más cercano es nuestro vecino, por eso hay que estar en paz, armonía y llevar una relación de amistad y cariño con ellos. Esa es una práctica que realizamos desde que nacimos como pueblo y que continuamos hasta nuestros días. Pero eso no quiere decir que permitamos que el vecino se adueñe de nuestra casa y ponga sus reglas en ella. Ser buen vecino no implica doblegarse ante los demás, ser bueno no es dar todo lo que tenemos para quedarnos a pedir, ser desprendidos no es dejar a nuestros hijos sin futuro, para garantizar el presente de los hijos de otros. También desde niños escuchamos la expresión: “esta es mi casa y en mi casa mando yo”. l

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