El fin de la bonanza en América Latina

A lo largo de la última década, América Latina y el Caribe vivieron un período de significativa bonanza económica. En promedio, entre 2004 y 2013, el crecimiento económico anual de la región fue de 4%, muy superior al registrado en los diez…

A lo largo de la última década, América Latina y el Caribe vivieron un período de significativa bonanza económica. En promedio, entre 2004 y 2013, el crecimiento económico anual de la región fue de 4%, muy superior al registrado en los diez años anteriores que fue de sólo 2.5%. El resultado social de esto, junto a una política social mucho más asertiva, es incontrovertible: la pobreza se redujo desde más de 40% a inicios de la década pasada hasta menos de 30% en esta década, el desempleo disminuyó, el poder de compra de los salarios aumentó y muchos indicadores sociales mostraron mejorías.

Ese desempeño tuvo que ver con el fuerte impulso que recibieron las exportaciones de la región gracias a la expansión económica que registraron tanto los países más desarrollados como las economías emergentes de Asia, que empujaron la demanda y los precios de las materias primas que la región exporta, las cuales representan un 60% del total de sus exportaciones. Una prolongada política monetaria muy flexible de Estados Unidos se tradujo en una amplia disponibilidad de dinero barato en todo el mundo que empujó tanto la inversión como el consumo.

Esa dinámica llegó a su fin con la crisis financiera que se desató en 2009 porque el dinero barato sin adecuadas regulaciones después de décadas de liberalización financiera desenfrenada, fue un caldo de cultivo para préstamos malos. La burbuja explotó cuando los préstamos malos cayeron en cesación de pagos y se generó un efecto dominó que hizo colapsar varios bancos y paralizó el crédito y la expansión de la demanda.

A pesar de eso, la región ha podido sostener el crecimiento por varios años por que acumuló reservas y/o capacidad de endeudamiento durante el período de bonanza, lo que le permitió reemplazar la débil demanda externa por demanda interna por la vía, por ejemplo, de expandir el gasto público o evitar su reducción.

Sin embargo, esa capacidad parece estarse agotando y aunque la economía internacional muestra algún nivel de recuperación, difícilmente volverá en el mediano plazo a crecer a los niveles registrados en la década pasada. En Estados Unidos, el crecimiento será moderado antes que vigoroso, Europa apenas crecerá y en China el nivel de actividad se expandirá pero a tasas menores a las vistas en la década pasada. Eso implicará que las materias primas no van a vivir el período de muy altos precios sino que se mantendrán bajos y estables, y que la región no va a disfrutar de los superávits comerciales que registró en la década pasada. Eso, no obstante, conviene a algunas economías como las de Centroamérica y República Dominicana que dejaron de ser exportadoras de materias primas en los ochenta y son, de hecho, importadoras netas de bienes primarios, incluyendo hidrocarburos.

Además, el escenario externo no está del todo despejado. La normalización de la política monetaria en Estados Unidos implicará una subida de las tasas de interés y del rendimiento de las acciones, reduciendo la disponibilidad de crédito y fondos de inversión para la región. 

Con el fin de bonanza externa, la región está obligada a encontrar fuentes más estables y endógenas de crecimiento. Muchos de los países dieron pasos firmes convirtiendo a la política social en una parte intrínseca de las políticas de desarrollo, blindándolas de los ciclos económicos y combinando los servicios sociales universales con intervenciones focalizadas.

Ahora que no va a tener la locomotora externa para generar empleos y producir más, necesita hacer lo propio en materia de desarrollo productivo, con el objetivo de incrementar la productividad y la competitividad de la agropecuaria, la industria y el sector de servicios.  Eso significa enfocarse en reducir las brechas tecnológicas que nos separan de otras regiones como Asia e incorporar mayor contenido tecnológico a los productos a fin de ubicarnos en posiciones más ventajosas en las cadenas globales de valor. La conectividad y la infraestructura de comunicaciones también son esenciales en esta tarea.

Las políticas públicas tienen un rol crítico que jugar en eso; deben promover mucho más activamente  el cambio tecnológico porque el mercado por sí sólo no va a hacer la diferencia.

Hay que volver a la agenda productiva, aprender de lo que hizo Asia para transformar sus empresas y su gente, y poner al Estado en esa dirección.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas