Nikolái Ovstrovsky: Así se templó el acero

La edición cubana, en papel periódico, de la novela de Nikolái Ovstrovsky (1904–1936), era de cien mil ejemplares y circulaba como un torrente en los años sesenta. “Así se templó el acero” fue una especie de paradigma para una gran parte&#8230

La edición cubana, en papel periódico, de la novela de Nikolái Ovstrovsky (1904–1936), era de cien mil ejemplares y circulaba como un torrente en los años sesenta. “Así se templó el acero” fue una especie de paradigma para una gran parte de la juventud de esa época. Es la obra de un extremo idealismo, una biografía novelada del propio autor, un ucraniano, por cierto, que tiene como protagonista a Pavka (Pavel) Korchaguin, un muchacho que luchó en todos los frentes durante la revolución bolchevique y no conoció la vejez. (La malograda revolución bolchevique que intentó implantar el socialismo que degeneró en la pesadilla del bestialinismo).

Korchaguin fue herido de gravedad en combate y también enfermó de tifus, volvió a las filas y fue de nuevo herido, a consecuencia de lo cual quedó inválido, pero continuó trabajando en la medida de sus posibilidades.
Finalmente quedó ciego y esto pareció ser el fin de su vida como revolucionario. Pero Korchaguin no se rindió. Dictaba artículos para diferentes medios y participaba en programas radiales. Entonces empezó a escribir, con ayuda de una amiga, una novela.

El relato de este episodio ocupa la página final de la obra y es sin duda el más intenso de todos. La lucha de la voluntad contra la adversidad, uno de los más luminosos ejemplos de idealismo, la lucha de un combatiente por volver a las filas.

Todo esto es coherente con la filosofía existencial que se expresa en estas hermosas palabras. “Lo más preciado que posee el hombre es la vida, se le otorga una sola vez y hay que saber vivirla de modo que al final de los días no sienta pesar por los años pasados en vano, para que no exista una angustia por el tiempo perdido y para que al morir se pueda exclamar ‘toda mi vida y todas mis fuerzas han sido entregadas a la causa más noble en este mundo, la lucha por la liberación de la humanidad”. Nikolái Alekséievich Ostrovski.

Ovstrovsky-Korchaguin falleció el 22 de diciembre de 1936 a la edad de 32 años. Su legado es inapreciable. PCS]

Así se templó el acero

En el mismo piso de Korchaguin vivía la familia de los Alexéiev. El hijo mayor, Alexandr, trabajaba de secretario en uno de los comités de radio de la Juventud. Tenía una hermana de dieciocho años, llamada Galia, que había terminado sus estudios en una escuela fabril. Galia era una muchacha llena de vida y alegría.
Pável encargó a su madre que hablara  con ella, para ver si accedía a ayudarle como “secretaria”. Galia aceptó de muy buena gana. Llegó sonriente y cordial y, al saber que Pável estaba escribiendo una novela, dijo: -Le ayudaré con mucho gusto, camarada Korchaguin. Esto no será como escribir aburridas circulares para mi padre sobre el mantenimiento de la limpieza en las habitaciones.

A partir de aquel día, los trabajos literarios avanzaron con velocidad duplicada. En un mes hicieron tanto, que Pável llegó a asombrarse. Galia, con su vivísima participación y su simpatía, le ayudaba en el trabajo. El lápiz corría por el papel, con leve susurro, y, lo que le gustaba más, lo volvía a leer varias veces, alegrándose sinceramente del éxito.

En la casa era casi la única persona que tenía fe en el trabajo de Pável; a los demás parecíales que no saldría nada, y que él no hacía más que tratar de llenar con algo su inactividad forzosa. Ledenev regresó a Moscú de un viaje en comisión de servicio, y, después de leer los primeros capítulos, dijo: -Continúa, amigo. La victoria es nuestra. Aún tendrás grandes alegrías, camarada Pável. Creo firmemente que tu sueño de volver a filas se realizará pronto. No pierdas la esperanza, hijito.

El viejo se marchaba satisfecho: siempre encontraba a Pável rebosante de energías.

Venía Galia, su lápiz se deslizaba susurrante sobre el papel y crecían las hileras de palabras sobre el pasado inolvidable. En los momentos en que Pável, sumido en sus pensamientos, caía bajo el poder de los recuerdos, Galia observaba el temblar de sus pestañas y el mutable brillo de sus ojos, reflejando el cambio de sus pensamientos, y en aquellos instantes no podía creer que estuviese ciego, pues en sus pupilas límpidas, sin una sola manchita, palpitaba la vida.
Cuando terminaban el trabajo, la muchacha leía lo escrito durante el día y observaba cómo Korchaguin fruncía el ceño, escuchando atentamente.

-¿Por qué frunce el ceño, camarada Korchaguin?
¡Si está bien escrito!
-No, Galia, está mal.
Después de las páginas poco felices comenzaba a escribir él mismo. Encadenado en la estrecha franja de la falsilla, a veces no aguantaba, y dejaba de escribir. Y entonces, en una furia infinita contra la vida que le había quitado la vista, rompía los lápices, y en sus labios, mordidos, aparecían unas gotitas de sangre.

Hacia el final del trabajo, comenzaron, con más frecuencia que de costumbre, a escapar de las tenazas de la voluntad vigilante los sentimientos prohibidos. Estaba prohibida la tristeza, como asimismo toda una cadena de sencillos sentimientos humanos, ardientes y tiernos, que tenían derecho a la vida casi en cada hombre, pero no en él. De entregarse, aunque no fuera más que a uno de ellos, todo habría terminado en una tragedia.

Tania regresaba de la fábrica avanzada la noche y, luego de intercambiar a media voz unas palabras con María Yákovlevna, se acostaba.

Fue escrito el último capítulo. Durante unos días. Galia leyó a Korchaguin la novela.

Al día siguiente, el manuscrito sería enviado a Leningrado, a la sección de propaganda y cultura del  Comité regional. Si allí daban al libro “billete para la  vida”, lo entregarían a la editorial, y entonces… Su corazón latía con inquietud. Entonces… sería el comienzo de una nueva vida, lograda con años de trabajo intenso y tenaz.

La suerte del libro decidía la de Pável. Si era derrotado, marcaría su postrer crepúsculo. Pero si el fracaso fuera sólo parcial, si fuese posible remediarlo con más estudio, comenzaría inmediatamente una nueva ofensiva. La madre llevó a correos el pesado paquete. Llegaron días de tensa expectación. Jamás en su vida había Korchaguin esperado cartas con una impaciencia tan torturante como entonces. Vivía contando los minutos entre el correo de la mañana y el de la tarde. Leningrado callaba.

El silencio de la editorial se hizo amenazante. Con cada día el presentimiento de derrota se iba fortaleciendo, y Korchaguin se confesaba que si desechaban sin reservas el libro, aquello sería su muerte. Entonces no podría continuar viviendo. No tendría ya sentido.

En aquellos momentos recordaba el parque de las afueras, junto al mar, y una y otra vez se preguntaba: “¿Lo hiciste todo para salir del anillo de hierro, para volver a filas, para hacer útil tu vida?”
Y respondía:

“¡Sí, me parece que todo!”

Muchos días después, cuando la espera ya se había hecho insoportable, la madre, emocionándose no menos que el hijo, gritó al entrar en la habitación:
-¡¡¡Correo de Leningrado!!!

Era un telegrama del Comité regional. En el papel había unas breves palabras: “Novela calurosamente aprobada. Se pasó a publicación. Le felicitamos por la victoria”.

Su corazón latía presuroso. He aquí que el sueño dorado habíase convertido en realidad. Había sido roto el anillo de hierro y otra vez, con un arma nueva, volvía a filas y a la vida.

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