El pueblo salva la vida de asesino y pide la muerte de Jesús

Mientras Jesús se encontraba en el huerto de los olivos, Judas Iscariote se dirigía hacia allá con una turba y soldados al servicio de Caifás, el sumo sacerdote, para apresarlo.

Mientras Jesús se encontraba en el huerto de los olivos, Judas Iscariote se dirigía hacia allá con una turba y soldados al servicio de Caifás, el sumo sacerdote, para apresarlo.Debido a que su rostro no era reconocido por todos en Jerusalén, donde apenas tenía cinco días, Judas acordó dar un beso a Jesús para identificarlo y así facilitar su apresamiento.

Cuando los soldados y la turba llegaron, Jesús preguntó: “¿A quién buscáis?”, a lo que los soldados respondieron: “A Jesús el Nazareno”. Entonces Jesús dijo: “Yo soy Jesús”. Cuando dijo esto, los soldados retrocedieron, y Jesús preguntó de nuevo: “¿A quién buscáis?”, y de nuevo contestaron: “A Jesús el Nazareno”.
Jesús respondió nuevamente: “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”, refiriéndose a los apóstoles que lo acompañaban.

Judas, dirigiéndose a Jesús, lo abrazó y besó. Cuando los soldados se abalanzaron a apresar a Jesús, según el evangelio de Mateo 26:47-52, Pedro desenvainó su espada y cortó una oreja a Malco, un esclavo de Caifás.

Mateo cuenta que al ver esto, Jesús dijo a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar, todos los que toman la espada perecerán por la espada”, y de inmediato procedió a curar la oreja de Malco.

Apresado Jesús, fue llevado ante el Sanedrín, o suprema corte judía, que durante el imperio romano lo componían tres grupos: la aristocracia sacerdotal o saduceos, la aristocracia laica y los escribas o intelectuales del grupo de los fariseos.

La aristocracia sacerdotal, apoyada por la nobleza laica, estaba al frente del tribunal. Los saduceos eran liberales, mientras que los fariseos eran conservadores y, en su gran mayoría, plebeyos con mucha influencia sobre el pueblo. Además del Sanedrín estaba Poncio Pilatos, el quinto prefecto de la provincia romana de Judea.

Jesús es acusado de blasfemia

Ante el Sanedrín, Jesús fue acusado por Caifás de blasfemia, que para ese entonces se castigaba con la muerte. Las acusaciones eran, básicamente, que él se hacía llamar el hijo de Dios, que era el rey de los judíos y que podía destruir el templo y levantarlo en tres días. Jesús nunca negó los cargos.

El juicio a Jesús fue ilegal desde el principio mismo, pues se celebró de noche y la ley judía decía que todos los juicios en contra de los criminales tenían que celebrarse durante el día. También, el juicio fue en la casa de Caifás, cuando la misma ley señalaba que solo eran legales los juicios que se hacían en salas públicas. Y además estaba prohibido que el Sanedrín llegase a un veredicto el mismo día en que se celebraba el juicio, y en este caso el veredicto se pronunció de inmediato.

Además, quisieron entramparlo al acusarlo de que había exhortado al pueblo a no pagar los impuestos del imperio, a lo que Jesús respondió: “A César lo que es de César, a Dios lo que es de Dios”, con lo que desmontó la acusación, también castigada con la muerte.

Al tener que tomar la decisión de condenarlo, Pilatos dijo que no veía culpa alguna en Jesús. Se dice que momentos antes, la esposa de Pilatos le había pedido que lo dejara libre, pues tenía tres días con pesadillas horribles y presentía que algo horrible iba a suceder.

Por aquel entonces, era tradición que con motivo de la fiesta de pascua se perdonara la vida,  se pusiera en libertad a un criminal condenado a muerte.
Barrabás, una especie de azote para el imperio romano, estaba supuesto a ser crucificado un día antes del péssaj o saabat junto a otros dos presos.

Pilatos preguntó a la multitud que esperaba fuera de la casa de Caifás, que a quién querían que liberara, si a Jesús o a Barrabás, y respondieron que a Barrabás. Pilatos preguntó nuevamente, y al responderle que a Barrabás, como forma de exculparse, lavó sus manos señalando que no tenía responsabilidad en la decisión del pueblo, y lo entregó.

Pedro niega a Jesús

Estando Pedro en el patio de la casa de Caifás, una criada del sumo sacerdote lo reconoce como uno de los discípulos de Jesús y quien lo acompañaba en el monte de los olivos durante su apresamiento.

Sabiendo Pedro que podría ser enjuiciado y condenado por blasfemar, porque predicaba la existencia de un solo Dios, negó a Jesús. Dos veces más la criada insistió en decir que él andaba con Jesús, y dos veces más Pedro lo negó. La última vez, un gallo cantó y Pedro supo que se había cumplido lo que Jesús le dijo durante la Última Cena: antes que cante el gallo me negará tres veces.

Pasión y muerte de Jesús

Entregado por Pilatos y Herodes a la multitud, Jesús es obligado a cargar con una pesada cruz de madera, en la que sería crucificado en la colina de las calaveras o Gólgota.

El pueblo lo seguía. Unos burlándose y otros llorando, como María, su madre, y los apóstoles. Mientras cargaba la cruz, Jesús era azotado por los soldados, y perdiendo la fuerza cae al suelo dos veces, por lo que los soldados piden a Simón de Cirene que lo ayude.

Estando en el Gólgota, Jesús es despojado de sus vestiduras y clavado en la cruz. Para entonces, la muerte en la cruz era el más cruel de los castigos, destinado solo a los peores criminales, y se hacía ya sea clavando al condenado de pies y manos o amarrándolo, y el hecho de que a Jesús lo clavaran es revelador del odio de los sumos sacerdotes y el pueblo mismo, que lo veían como un fraude debido a que esperaban de él a un mesías que lo liberara del imperio romano.

Ya en la cruz, Jesús, cuenta Marcos,  pronunció siete palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, 2. “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso; o Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, 3. “Madre, he ahí tu hijo… hijo, he ahí tu madre”, 4. “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, 5.”Tengo sed”, 6.”Todo está hecho”, y 7. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Al pronunciar esta última palabra, Jesús murió y ascendió al cielo.
Según Marcos, al morir Jesús el cielo se oscureció, la tierra tembló y el templo se destruyó, mientras algunos soldados decían que en verdad habían matado al hijo de Dios. Judas, por su parte, se quitó la vida ahorcándose.

Su cuerpo fue llevado a una cueva, la cual Caifás dispuso fuera custodiada para evitar que los seguidores de Jesús aprovecharan la noche y se lo llevaran. Al tercer día, el domingo, Jesús resucitó.

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