Somos igual que el mar

D esde niña me sentí fascinada por su majestad, su belleza, su inmensidad. Mi madre siempre me cuenta que se deleitaba viendo cómo me ensimismaba mirándolo largamente. En la infancia, no podía explicarme esa atracción, sobre todo,…

D esde niña me sentí fascinada por su majestad, su belleza, su inmensidad. Mi madre siempre me cuenta que se deleitaba viendo cómo me ensimismaba mirándolo largamente.

En la infancia, no podía explicarme esa atracción, sobre todo, porque no sé nadar y porque le tengo terror a que el agua me llegue al cuello, pero siempre dejaba mi imaginación volar, tratando de adivinar las cosas y especies que habitaban en su interior.

Verlo quieto, apacible, profunda e intensamente azul en los días soleados, me produce una sensación de alegría incomparable. Me siento a su orilla y lo veo majestuoso, imperturbable y la suave brisa me trae su olor a sal. Cierro los ojos y escucho su voz, una voz como el sonido de caracoles y eso basta para sentir paz y tranquilidad.

Pero cambia su estado de ánimo, cuando el cielo se nubla, su color es otro y su humor también. Parece enfrentarse con la brisa, desafiando su entorno, tratando de dejar bien claro que no sigue norma, ni reglas, que no sabe fingir, que va a demostrar lo que siente y cómo se siente. Ahora sus aguas hacen inmensas olas que golpean con fuerza la orilla.

De niña pensaba, ¿qué le habrán hecho para que esté tan enojado? Y me solidarizaba, llena de indignación no podía entender cómo podían provocarle semejante disgusto.

Pronto supe las verdaderas razones de sus cambios de ánimo, pero no deja uno de filosofar un poco con el mar y sus reacciones. En verdad que al igual que él nosotros también expresamos nuestras emociones de manera similar.

Cuando todo está bien, nuestro espíritu sereno, imperturbable, apacible, nos permite sentir y transmitirles paz a los demás, pero cuando nos molestan y agreden nos volvemos un ciclón y como el mar cambiamos de humor y de color.

Nuestro espíritu impetuoso e indomable queda en evidencia, nos rebelamos y las olas de nuestro carácter se elevan al punto más alto y pueden arrasarlo todo y cuando llega otra vez la calma nos lamentamos por todo lo que nos hemos llevado con nuestra corriente. Sin embargo, por fuerte que sean los vientos y por alto que suba la marea, al final lo bueno siempre queda y si ha sufrido algún daño con amor y cuidados puede ser reparado. l

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