Los que negocian con la soberanía nacional

La República Dominicana nunca debe olvidarse de sus raíces taínas, africanas y europeas. Afincar el conocimiento de la historia es entender que fuimos víctima de atropellos y el exterminio total de la raza indígena. Fue Fray Antón de Montesino,&#823

La República Dominicana nunca debe olvidarse de sus raíces taínas, africanas y europeas. Afincar el conocimiento de la historia es entender que fuimos víctima de atropellos y el exterminio total de la raza indígena. Fue Fray Antón de Montesino, el sacerdote dominico quien con valentía y coraje denunció a los endemoniados del siglo XV que, con Cristóbal Colón a la cabeza, persiguieron y exterminaron a nuestra raza original. Visto así, somos hijos de la violación más flagrante de los derechos humanos, producto del anclaje violento de los descubridores en la Isla Hispaniola en 1492. Acabaron con los indios y con todo el oro y la plata.

Es por eso que resultó tan chocante ante el mundo que uno de los países de las Antillas que más sufrió las afrentas de los colonizadores, ahora incurriera en atropellos similares, con la aplicación de una ley salvaje, hija de mentalidades prejuiciadas y racistas, que querían desahogar su odio despojando de sus derechos a los extranjeros establecidos en la República Dominicana. No fue la sentencia 168-13, sino la Constitución del 2010 la que creó, concibió y ordenó el fatídico plan de exterminio contra todos los dominicanos descendientes de haitianos. La nueva Ley de Regularización de Extranjeros, impulsada por el presidente Danilo Medina, ha dado un ejemplo al mundo, incluso a las grandes naciones que aún no tienen remedio para ese mal-un efectivo instrumento migratorio- como ocurre con los Estados Unidos, debido a la falta de consenso político nacional.

Lo que se ha logrado ahora es poner la casa en orden. Una legislación que respeta la integridad humana y los derechos de todos los extranjeros, y les garantiza escoger el territorio nacional como su lugar de residencia o ciudadanía.
Mal concebida y peor ejecutada, la desnacionalización era una guerra de exterminio en pleno siglo XXI. Golpeaba la esencia de la dominicanidad porque dañaba el clima acogedor que ha sido siempre la prenda más codiciada de la República Dominicana frente a los extranjeros. Un país acogedor, hospitalario, hermoso, que tiene una ciudadanía deseada por todo el mundo, poniendo en peligro su esencia. Debe ser motivo de orgullo las comunidades chino-dominicana, judío-dominicana, española-dominicana, libanesa-dominicana, ejemplos de prosperidad de los dominicanos de origen extranjero. Y los haitianos-dominicanos trabajadores, de clase media y ricos también. Lo que más prestigia la dominicanidad es esa fuerte mezcla cultural y racial que va creciendo con fuerza en el país.

Lo que no podemos permitir es que la frontera siga abierta al desorden, al contrabando con los camiones llenos de haitianos, extranjeros de otras razas ilegales, armas y drogas. La porosidad de la frontera debe ser enfrentada sin cobardía. Un cuerpo élite de las Fuerzas Armadas debe hacerse cargo de ese tráfico de camiones que, sobre todo de noche, cruzan cargando de todo, vulnerado la soberanía nacional. Si esto sigue igual, de nada vale la nueva ley.
Aplicar el castigo de rigor a los responsables de estas violaciones puede ser el mejor remedio. La soberanía nacional está en peligro en la frontera. El desafío mayor es completar la obra con la inversión de ambas naciones en empresas que provoquen el desarrollo económico sostenible. Y liberar la zona del tráfico humano ilegal, crimen y delincuencia.

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