Calificar no es descalificar

Hay personas que gozan denostando al otro. Cuando los escucho me siento incómodo. Mis oídos se estremecen y trato de apartarme del acusador. Las lenguas dañinas perturban la paz, destruyen la armonía.

Hay personas que gozan denostando al otro. Cuando los escucho me siento incómodo. Mis oídos se estremecen y trato de apartarme del acusador. Las lenguas dañinas perturban la paz, destruyen la armonía.Una palabra de aliento puede determinar para bien el futuro de alguien, al igual que una frase de odio puede atrofiarle el porvenir, en especial si son niños o jóvenes. Por ello, debemos ser cuidadosos al expresarnos.

Quizás sea por los años que invaden mi cuerpo, lo cierto es que mientras más envejezco, menos trato de juzgar la conducta humana, salvo que sea para algo agradable, que promueva el bien y el desarrollo del receptor.

Uno aprende que ninguna verdad terrenal es absoluta, y que ser ciegamente radical sólo afecta nuestro buen juicio y perjudica nuestra tranquilidad. Debemos respetar las diferencias accidentales que todos tenemos, que por el hecho de ellas existir nadie es superior a nadie.

Hace tiempo fui juez de los tribunales de la República. Cuando me llegaba un caso, trascendente o no, pensaba: ¿Y quién soy para establecer cuál de las partes es culpable o inocente? ¿Acaso tenía condiciones extraordinarias para en un santiamén certificar de qué lado estaban los principios? ¿Y si me equivocaba?
Sabía que mi decisión podía ser determinante en la vida de un trabajador y de su familia, o que tal vez era el motivo para que un pequeño negocio quebrara, sufriendo así el empleador y todos los que dependían de él. En mis manos estaba el futuro de muchos. Sólo trataba de cumplir mi deber, a sabiendas de que podía fallar, pero siempre actuando de la mejor buena fe, que eso es lo importante en la vida.

Lo triste era que en ocasiones imponer la ley no necesariamente implicaba aplicar justicia, pues un tecnicismo derrumbaba los argumentos de quien yo creía tenía la razón, lo que era aún más doloroso. ¡Cuántas veces me encontré obligado a condenar a una persona noble e inclinar la balanza a favor de un farsante!

A pesar de estas meditaciones jurídicas y filosóficas, las que trataba de llevar a la práctica, sé que cometí errores, sé que hubo casos en los cuales, luego de analizar todo con detenimiento, concluía que mi sentencia no fue la adecuada. Y eso me llegaba hondo, a pesar de que siempre busqué tener un caparazón en mi corazón.

Por ello prefiero evitar a los que se consideran superiores, a esos que juran que lo que expresan es palabra de Dios, aunque lo hagan con buenas intenciones, porque de autoengaños está repleto el mundo.

Seamos humildes y tolerantes en nuestras misiones, y seamos prudentes al juzgar al prójimo, pero firmes al hacerlo con nosotros mismos.

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