El lado Oscuro del Carnaval, de Víctor Baret

Una interpretación  desde una perspectiva teológica protestante es lo que nos plantea el pastor Víctor Baret en su libro El lado Oscuro del Carnaval, donde procura descomponer la impresión meramente lúdica y festiva con que los pueblos, incluido&#82

Una interpretación  desde una perspectiva teológica protestante es lo que nos plantea el pastor Víctor Baret en su libro El lado Oscuro del Carnaval, donde procura descomponer la impresión meramente lúdica y festiva con que los pueblos, incluido el dominicano, se entregan al “baile en la calle” al paso de carrozas con caretas y disfraces sobrecargados de coloridos, ritmos y creatividad.

Baret, profesor, predicador y conferencista, oriundo de la oriental provincia de La Romana, se define a sí mismo como “asiduo investigador de las ciencias ocultas”. De ahí que tenga como argumento central de su trabajo el concepto de que el Carnaval “con su colorido, alegría y linda apariencia, pudiera ser la fiesta social más sana, asistida, aclamada, divertida”, de no ser por su “lado oscuro”, diabólico y misterioso.

Libros como El lado Oscuro del Carnaval debieran ser objeto de talleres y debates en las universidades dominicanas, sobre todo en las que se imparte la carrera de Sociología. El autor se puso en contacto con poblaciones dominicanas y haitianas donde además de carnavales se practican otras fiestas como el Gagá y Halloween, junto a cultos satánicos, venta de almas, conversión en Sombi, el Mal de Ojos, la marcha de los Guloyas, El Priyé, Bautizos de Cerebros y otras creencias de la hechicería.

Baret reparte entre las herencias hispana y africana la responsabilidad de las prácticas que condena en la obra, reconociendo que los aborígenes fueron despojados de sus amuletos en el llamado proceso de cristianización que terminó con la extinción de la raza.

Solo la indiferencia intelectual que ha caracterizado al país en las últimas dos décadas podría explicarnos que el libro del predicador romanense no haya sido objeto de polémicas, ya como refutación o encomio.

La indiferencia viene de doble vía. Por un lado, de los teólogos protestantes que debieron plantear su parecer, y por el otro de los católicos, colocados en la casilla de los idólatras y  los hechiceros.

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