Medias verdades sobre la informalidad

El debate reciente sobre el rol de la informalidad ha estado plagado de medias verdades. La idea de que las remuneraciones al trabajo son más elevadas en ocupaciones informales que en ocupaciones formales riñe con las explicaciones más robustas…

El debate reciente sobre el rol de la informalidad ha estado plagado de medias verdades. La idea de que las remuneraciones al trabajo son más elevadas en ocupaciones informales que en ocupaciones formales riñe con las explicaciones más robustas sobre el rol que juega la informalidad en el mercado de trabajo, y con la evidencia empírica más abundante en los países en desarrollo. Y la idea de que el trabajo informal es tan amplio en el país porque el trabajo formal es muy costoso para la empresa privada es simplemente equivocada.

El trabajo precario, que es claramente predominante entre las ocupaciones informales, es una suerte de refugio laboral, de ocupación alternativa de menor ingreso y menor productividad, ante la imposibilidad de encontrar trabajo en el sector formal, generalmente de mayor nivel de remuneración directa y/o indirecta. Con mucha frecuencia, en los países en desarrollo el empleo precario e informal es anti-cíclico; esto quiere decir que crece en períodos de reducción de la actividad económica, porque las actividades formales expulsan trabajadores y trabajadoras quienes se van a la informalidad y la precariedad, y se reduce cuando la economía crece porque el empleo formal se alimenta de quienes trabajan en la precariedad.

Si el empleo informal y precario funciona de esa manera, difícilmente predominen mayores remuneraciones y beneficios que en las actividades formales. De hecho, la mayor parte de los estudios indican que, tomando en consideración las actividades específicas, la experiencia laboral, el nivel de instrucción, la experiencia, las destrezas, la edad y el sexo, las remuneraciones y beneficios en actividades formales tienden a ser mayores que en las informales. Esto no significa que no haya ocupaciones informales de mayores niveles de remuneración que sus homólogas formales, las hay, pero esa no es la regla.

Por su parte, hace falta mucho más que campañas bien financiadas para probar que los costos y las reglamentaciones laborales explican el pobre crecimiento del empleo formal. El problema del empleo de calidad no es sus costos. La evidencia del estancamiento de las remuneraciones reales de los trabajadores en actividades formales es incontrovertible, a pesar de que su productividad se ha incrementado de manera significativa. Alguien más se ha estado apropiando de esa riqueza, mientras la pobreza persiste.

El problema de la falta de empleo de calidad hay que buscarlo en otra parte como en el escaso crecimiento de actividades formales que generan empleos, incluyendo actividades exportadoras, lo que a su vez tiene que ver con la ausencia de políticas de desarrollo productivo, con una política monetaria obsesionada con una meta de inflación que se traduce en altas tasas de interés, con una tasa de cambio que por varios años incentivó las importaciones baratas y penalizó las exportaciones, con una crisis energética que no termina de enfrentarse con determinación, con la ausencia de personas con habilidades productivas en el mercado de trabajo, con un ambiente institucional marcado por la discrecionalidad y la corrupción, y con la persistencia de figuras tributarias que penalizan la producción, entre otros factores. Eso no significa que los costos del empleo formal no sean un problema; lo son, como cualquier otro costo, especialmente para las pequeñas empresas. Pero eso está lejos de ser el principal problema que enfrenta la generación de empleo de calidad.

Por último, es impreciso e injusto igualar informalidad e ilegalidad. Como vimos, en lo fundamental, las actividades informales son la alternativa de los pobres a la falta de empleos de calidad. Por ello, tienen escasos vínculos directos con las instituciones como las fiscales, porque ellas no están pensadas para actividades precarias. Pero también hay que reconocer que la informalidad tiende a beneficiarse menos de los bienes públicos que se financian con los impuestos. Por eso, y porque muy frecuentemente se trata de la única alternativa de la gente pobre, hablar de la “competencia desleal” de esas actividades como una característica destacada raya en la indolencia.

En síntesis, los informales tienden a ser empleos más precarios y peor remunerados, y su existencia no se debe principalmente a que los empleos formales son caros sino a que estos últimos no son suficientes porque las actividades privadas formales que generan empleos no crecen lo suficiente. Para los pobres con poca instrucción, la informalidad no es una opción sino una imposición de las circunstancias.

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