Y a usted: ¿lo han discriminado?

Leí con agrado que la Procuraduría General de la República y Pro Consumidor enfrentarán la discriminación en todas sus facetas, pues ciertos negocios públicos impiden el acceso a personas con “apariencias extrañas”, especialmente si reflejan&#8

Leí con agrado que la Procuraduría General de la República y Pro Consumidor enfrentarán la discriminación en todas sus facetas, pues ciertos negocios públicos impiden el acceso a personas con “apariencias extrañas”, especialmente si reflejan pobreza.

Créalo: duele en el alma sentirse discriminado. Si a usted le sucedió comprenderá mejor cómo se sienten aquellos a quienes aislamos por razones de raza, sexo, religión, condición económica o ideas.

Rafael Amor, argentino, escribió una canción titulada “No me llames extranjero”, popularizada por Alberto Cortez. Sus letras las recuerdo cada vez que noto discriminación. Una de sus estrofas expresa: “No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo, mejor saber dónde vamos, a dónde nos lleva el tiempo. No me llames extranjero, porque tu pan y tu fuego calman mi hambre y mi frío, y me cobija tu techo”.

Es humillante que nos traten como seres inferiores. Recuerdo que hace años, en el estado de Oregón, Estados Unidos, abordé un autobús en compañía de un amigo mexicano. Como es natural, conversamos en español.

 A nuestro lado había una joven que al vernos y escucharnos intentó mudarse a otro sitio, pero no había asientos disponibles. Como se vio obligada a mantenerse en su lugar, inmediatamente se tapó la nariz, y así se mantuvo durante todo el trayecto. Mi amigo guardó silencio.

Yo no entendía bien lo que sucedía con la chica. El azteca y el quisqueyano andaban vestidos decentemente y limpios, además de que tenían buenos modales. Y yo pensé: ¿tal vez la jovencita estaría enferma de gripe? ¿O sentía ella olores imperceptibles para el olfato latino?

Cuando llegamos a nuestro destino, mi compañero estaba incómodo. Yo seguía en “Belén con los Pastores”, dispuesto a olvidar lo que creía un insignificante episodio en mi vida.

El mexicano me expresó: “Pedro, parece que no percibiste lo que hizo la joven sentada a nuestro lado”. Le contesté que no, pero que su conducta no era normal, pero que eso era irrelevante, quizás una actitud propia de su generación. “No, Pedro, escucha, esa joven se tapaba la nariz porque tú y yo le hedíamos, pues somos extranjeros, esto ya me ha sucedido”.

 La sangre hirvió por mis venas. Me invadió el deseo de seguir a la joven y decirle “tres cositas”. Esa noche no dormí, pensando en nuestros hermanos discriminados en el mundo y especialmente en mi país. Confieso que esa experiencia logró que respetara más a mis semejantes nacidos en Dominicana y en otras tierras.

 Condenemos a quienes clasifican y etiquetan a los hombres y mujeres basándose en diferencias accidentales. Y es que hay una sola raza: la humana; y es que existe un solo Padre: Dios.

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