Entre Febrero y el Olvido, de Juan Villar

Una característica de la denominada “literatura de la diáspora” es la nostalgia por el país dejado atrás, amado muchas veces con candidez, otras con dolor, y en el menor de los casos con cierto despecho por permitirle al individuo marcharse…

Una característica de la denominada “literatura de la diáspora” es la nostalgia por el país dejado atrás, amado muchas veces con candidez, otras con dolor, y en el menor de los casos con cierto despecho por permitirle al individuo marcharse del terruño sin hacer el más mínimo esfuerzo por detenerlo.

Entre Febrero y el Olvido, obra narrativa con la que debuta el escritor dominicano residente en Nueva York Juan Villar, forma parte de esa literatura que apuesta al apego por esa historia macabra, realista y mágica que ha constituido el todo que es hoy República Dominicana.

La obra de Villar está compuesta por cuatro cuentos de vivencia neoyorquinas como el que nos narra en Federico va al Paraíso, No era un día cualquiera, que nos parece el mejor logrado; ¿Cuántas son las bajas?, y Entre Febrero y el Olvido, que da título al libro, un relato “entre la realidad y el sueño”, como diría José Rijo, otro formidable narrador dominicano que deberá ser valorado en su justa dimensión.

Villar es integrante de la verdadera corriente literaria de la diáspora dominicana, que escribe en nuestra lengua, diferente a los promovidos como escritores del país, pese a que producen sus textos en inglés como los famosos Julia Álvarez y Junot Díaz.

La suicida expedición guerrillera que encabezó el héroe de abril de 1965, coronel Francis Caamaño, es convertida en epopeya por el narrador, reconstruyendo la realidad tortuosa que vivía República Dominicana durante los 12 Años de Balaguer.

Pero no solo Caamaño renace en el corolario nostálgico en la estética de Villar. En No era un día cualquiera, rinde culto a otros mártires de la época sangrienta que siguió a la segunda intervención militar norteamericana al país. “Aún así, oía a mi cerebro gritar: Ay Orlando, Ay Amín! Ay! Ay…! Sin que nadie me pudiera escuchar.

El prologuista Stanley reflexiona sobre la obra y el renombre, esto
último aún falta en nuestra literatura.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas