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Por asuntos de trabajo tenía que ausentarme cada dos o tres meses del país, motivo por el cual decidí darle una extensión de mi tarjeta a mi hija mayor cuando tenía 17 años, por si se presentaba una eventualidad económica. Un lunes, sin querer,&#82

Por asuntos de trabajo tenía que ausentarme cada dos o tres meses del país, motivo por el cual decidí darle una extensión de mi tarjeta a mi hija mayor cuando tenía 17 años, por si se presentaba una eventualidad económica. Un lunes, sin querer, se la llevó al colegio en su monedero y fue robada. Se da cuenta al día siguiente, e inmediatamente me comuniqué al banco y me dieron los consumos. Valiéndome de una foto del grupo, como los consumos fueron efectuados en un mismo centro comercial, me dediqué personalmente a ir tienda por tienda con dicha foto y descubrí por mí misma quién fue: una compañera de clases. Fui donde el padre, un señor de grandes valores morales; le expuse la situación y en ningún momento se sorprendió por lo que yo le estaba demandando. Le mandó a llamar en mi presencia y, de manera autoritaria y sugestionándola, le preguntó, con recibos en mano, sin dudar que ella pudo haberlo hecho: “¿Dónde está todo esto?, te atreviste otra vez…” Esta experiencia provocó en mí lo que llamamos “vergüenza ajena”, ya que este hombre en ningún momento quiso justificar ni dudar lo que yo le estaba presentando; al contrario, por las firmas identificó las letras, obligándola delante de mí a responder la pregunta anterior, a lo que ella contestó: “Las tengo guardadas papá”.

Esto parece increíble, pero lo viví personalmente y pude ver cómo este padre, con lágrimas en los ojos, me pidió mil excusas y me dijo que no era la primera vez que ella lo ponía en vergüenza. Me dijo esta expresión: “A veces pienso si esta conducta es un castigo, porque yo sí me respeto”. La historia terminó al día siguiente cuando éste la llevó a mi casa sucia de tizne, después de haberla puesto a quemar las ropas que había comprado y, por supuesto, me pagó el monto consumido por su hija. Me ofrecí a atenderla gratuitamente, ya que esta joven había vivido como una bola de billar (de un lugar a otro); a veces con la tía, otras con la abuela; pero principalmente convivió con su madre, la cual llevaba una vida desordenada. Fue la primera hija de ese señor antes de casarse, siendo muy joven, y apenas hacía unos tres años que había tratado de rescatarla, con mucha dificultad; no obstante, hizo grandes esfuerzos como padre.

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