Un enemigo del pueblo

Henrik Ibsen (1828-1906), dramaturgo y poeta noruego -uno de los grandes entre los grandes- era un provocador, un pirómano, un disociador que renegaba de los valores establecidos y castigaba con virulencia el conformismo, el oportunismo, la hipocresía.

Henrik Ibsen (1828-1906), dramaturgo y poeta noruego -uno de los grandes entre los grandes- era un provocador, un pirómano, un disociador que renegaba de los valores establecidos y castigaba con virulencia el conformismo, el oportunismo, la hipocresía.  “Un enemigo del pueblo” es, en este sentido, una obra lapidaria, la más controvertida y polémica y seguramente la más actual por su denuncia contra la podredumbre del poder, los intereses creados, la venalidad de los llamados medios de información al servicio de los poderosos y, sobre todo, por la anatema solemne, la condena irrevocable contra la opinión de la mayoría, que a su juicio es el más grande enemigo de la razón, de la verdadera libertad.

En “Un enemigo del pueblo”, Tomás Stockmann, médico del balneario que constituye una de las mayores fuentes de ingresos y atractivo turístico de la comunidad, descubre que sus aguas están contaminadas y representan un grave peligro para la salud. Convoca entonces una asamblea donde plantea la necesidad de cerrarlo provisionalmente para no poner en riesgo la vida de cientos de personas. Pero los notables del pueblo no entran en razones, las pruebas que presenta Stockmann son desestimadas. Stockmann es vilipendiado, insultado.

La mayoría, el voto de la mayoría, decide que el balneario debe seguir abierto o mucha gente va a perder dinero, que para muchos es algo más importante que perder vidas. El voto de la mayoría condena a Stockmann: “- Sí; por unanimidad, menos el voto del borracho, esta asamblea declara que Tomás Stockmann, médico del balneario, debe ser considerado como un enemigo del pueblo.”

Parte de lo que dijo Stockmann para merecer ese calificativo forma parte de los más virulentos alegatos en contra de la mayoría.

La misma mayoría que condenó a Cristo y liberó a Barrabás. (PCS).

DOCTOR STOCKMANN

– No pienso denigrar más a nuestros superiores; quien crea que he de seguir haciéndolo, se equivoca de medio a medio. Estoy seguro de que todos ellos, todos esos reaccionarios, sucumbirán tarde o temprano. No es necesario atacarlos aún para que llegue su fin, y por  ende, opino que no constituyen el peligro más inminente de la sociedad. No, no son ellos los más peligrosos destructores de las fuerzas vivas; no son ellos los más temibles  enemigos de la razón y de la libertad. ¡No

 MUCHAS VOCES.

– Entonces, ¿quiénes? ¡Diga sus nombres!

DOCTOR STOCKMANN.

– Lo haré. Precisamente es este el gran descubrimiento que hice ayer. El enemigo más  peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es el sufragio universal. El mal está en la maldita mayoría liberal del sufragio, en esa masa amorfa. He dicho.

DOCTOR STOCKMANN.

– No; la mayoría no tiene razón nunca. Esa es la mayor mentira social que se ha dicho. Todo ciudadano libre debe protestar contra ella. ¿Quiénes suponen la mayoría en el sufragio? ¿Los estúpidos o los inteligentes? Espero que ustedes me concederán que los estúpidos están en todas partes, formando una mayoría aplastante. Y creo que eso no es motivo suficiente para que manden los estúpidos sobre los demás. (Escándalo, gritos.)

¡Ahogad mis palabras con vuestro vocerío! No sabéis contestarme de otra manera. Oíd: la mayoría tiene la fuerza, pero no tiene la razón. Tenemos la razón yo y algunas otros. La minoría siempre tiene razón. (Tumulto.)

 DOCTOR STOCKMANN

– Os juro que no otorgaré ni una palabra de limosna a los desgraciados de pecho  comprimido y respiración vacilante, quienes no tienen nada que ver con el movimiento de la vida. Para ellos no son posibles la acción ni el progreso. Me refiero a la aristocracia intelectual que se apodera de todas las verdades nacientes. Los hombres de esa aristocracia están siempre en primera línea, lejos de la mayoría, y luchan por las nuevas verdades, demasiado nuevas para que la mayoría las comprenda y las admita. Pienso dedicar todas mis fuerzas y toda mi inteligencia a luchar contra esa mentira de que la voz del pueblo es la voz de la razón. ¿Qué valor ofrecen las verdades proclamadas por la masa? Son viejas y caducas. Y cuando una verdad es vieja, se puede decir que es una mentira, porque acabará convirtiéndose en mentira. (Se oyen risas, burlas, murmullos y exclamaciones de sorpresa.) No me importa lo más mínimo que me creáis o no.

En general, las verdades no tienen una vida tan larga como Matusalén. Cuando una verdad es aceptada por todos, sólo le quedan de vida unos quince o veinte años a lo sumo, y esas verdades, que se han convertido así en viejas y caducas, son las que impone la mayoría de la sociedad como buenas, como sanas. ¿De qué sirve asimilar tamaña podredumbre?

Soy médico, y les aseguro que es un alimento desastroso, créanme, tan malo como los arenques salados y el jamón rancio. Esa es la razón por la cual las enfermedades morales acaban con el pueblo.

DOCTOR STOCKMANN.

– ¡Por Dios, señor Hovstad, no me hable usted ahora de verdades evidentes, reconocidas por todos! Las verdades que acepta la mayoría no son otras que las que defendían los pensadores de vanguardia en tiempos de nuestros tatarabuelos. Ya no las queremos. No nos sirven. La única verdad evidente es que un cuerpo social no puede desarrollarse con regularidad si no se alimenta más que de verdades disecadas.

DOCTOR STOCKMANN.

– Sí, en efecto, ése ha sido otro de mis descubrimientos; sólo el liberalismo tiene valores morales. Así, pues, conceptúo indisculpable por parte de La Voz del Pueblo afirmar que la mayoría, únicamente la mayoría, está en posesión de los principios del liberalismo y de la moral; que la corrupción, la vileza y todos los vicios son patrimonio de las clases altas de la sociedad, y que de ellas proviene toda la podredumbre, como el veneno que corrompe y contamina el agua del balneario proviene de las porquerías del Valle de los Molinos.
(Escándalo). El DOCTOR STOCKMANN, sin turbarse, prosigue sus palabras, arrastrado por sus pensamientos.) La misma Voz del Pueblo pide para la mayoría una educación  superior y cabal. Pero la verdad es que, según la tesis del propio periódico, eso sería envenenar al pueblo. He aquí una vieja equivocación popular: creer que la cultura intelectual es contraproducente, que debilita al pueblo. Lo que de veras debilita al pueblo es la miseria, la pobreza, y todo lo que se hace para embrutecerle. Cuando en una casa no se barre ni se friega el suelo, sus habitantes acaban por perder en un par de años toda noción de moralidad. La conciencia, como los pulmones, vive de oxígeno, y el oxígeno falta en casi todas las casas del pueblo, porque una mayoría compacta, que es harto inmoral, quiere basar el progreso de nuestra ciudad sobre fundamentos arteros y engañosos.

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