Cuestión de actitud

Cuando deseamos algo con todas las fuerzas y por fin lo logramos, el tiempo se hace poco para disfrutarlo. Lo malo es que sea cual sea el objeto de ese deseo y sin importar que haya llegado después de una larga espera, la magia del momento…

Cuestión de actitud

Las personas vivimos en un mundo acelerado. Quienes trabajan se levantan muy temprano cada día, para darse cuenta de que en menos de lo que canta un gallo, ya es mediodía, hay que hacer una pausa en las labores para almorzar y al poco rato, ya es…

Cuestión de actitud

En una esquina comprendida entre dos de las principales avenidas de esta ciudad se encuentra cada día un hombre cuya actividad consiste en aproximarse a los vehículos a pedirles ayuda. Esto lo hace desde su silla de ruedas, siempre bien vestido…

Cuestión de actitud

El domingo, a las 10:00 de la noche, mientras salía de la iglesia a la cual asisto, alcancé a ver a un señor, el cual no tenía piernas, arrastrarse por medio de una patineta, utilizando ambas manos, las cuales protegía con unas chancletas de…

Cuando deseamos algo con todas las fuerzas y por fin lo logramos, el tiempo se hace poco para disfrutarlo.

Lo malo es que sea cual sea el objeto de ese deseo y sin importar que haya llegado después de una larga espera, la magia del momento se empaña por el pensamiento, tan inútil como estúpido, que se aloja en la mente sin dejar espacio para nada más, y es el pensar: “Hasta cuándo. Cuánto durará, porque sé que no es para siempre”.

Eso no permite ver lo bueno de ese instante, no nos deja escuchar  las palabras bellas, aquellas que rara vez tenemos la oportunidad de escuchar. Es más, son tan hermosas y parecen tan profundas que pensamos que no son sinceras.

Esta forma de ser y vivir, le resta a los pocos momentos de alegría que nos regala la vida. ¡Qué malo es ser así y qué penoso es no poder ser de otra manera! Es increíble que en medio de los contados episodios de felicidad, se pueda pensar en que ese no es el estado natural, que eso es fugaz, que pasará, que es mejor no acostumbrase.

Por más que estemos conscientes de que la vida está compuesta de momentos buenos y malos, de horas felices y tristes, de triunfos y fracasos, logros y tropiezos, cada vez que enfrentamos una de esas situaciones nos comportamos como si no lo supiéramos.

Nos mostramos incapaces de reaccionar correctamente, no parecemos lo suficientemente fuertes para salir adelante. Sin embargo, no logro entender por qué ante las cosas negativas nos dejamos llevar por la corriente y estamos seguros de que nunca cambiarán, mientras que frente a los ratitos de felicidad, a esos días que transcurren en armonía y cuando recibimos las más hermosas manifestaciones de amor, la seguridad es de que terminará “antes de que cante un gallo”.

Cada vez que pienso en estas actitudes me doy cuenta de que la mayoría de sufrimientos nos los infringimos nosotros mismos, algunos hasta los provocamos, nos complicamos, nos hacemos ideas que damos por un hecho, pero que a la larga, no se corresponden ni remotamente con la realidad.

Por momentos, se es muy fuerte y se piensa: “lo que ha de ser será, no importan los esfuerzos que haga por evitarlo y cuando pase, no me queda más que aceptarlo y seguir adelante”. Pero, de solo pensarlo, vuelve el temor y con él el afán por tratar de detener, lo que muy probablemente sea inevitable. l

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Las personas vivimos en un mundo acelerado. Quienes trabajan se levantan muy temprano cada día, para darse cuenta de que en menos de lo que canta un gallo, ya es mediodía, hay que hacer una pausa en las labores para almorzar y al poco rato, ya es hora de salir de la oficina; y entre llegar a la casa, bañarse, saludar a la familia y cenar, volvemos a la cama para en ocho o nueve horas más, iniciar un nuevo día y repetir la misma rutina.La expresión: “todos los días son iguales”, es una de las más ciertas. Es por eso que somos nosotros los que tenemos que poner de nuestra parte para evitar que la rutina nos aplaste. Cuando la percepción es que cada día es igual, no es extraño sentir cansancio, aburrimiento y, lo peor de todo, apatía. Si no buscamos la manera de agregar a cada día pequeños momentos que nos sustraigan de esa rutina, estaremos perdidos y seremos aniquilados por la monotonía. No es que cambiemos las ocupaciones, pues éstas, mientras el trabajo sea el mismo, siempre serán las mismas, pero somos nosotros los que estamos llamados a agregar un color diferente con nuestra actitud. No se puede negar el poderío de la rutina, estar conscientes de eso es un gran paso, así como haber sentido sus efectos en carne propia nos ayuda a identificarla cuándo se presentan sus síntomas. Una vez que me sentía así, puse en práctica las instrucciones de un libro titulado “Todo es cuestión de actitud”, que encontré entre algunos libros de mi madre.
De eso hace mucho tiempo, pero recuerdo que ese pequeño manual ofrecía una serie de consejos para aprender a sobrellevar lugares, situaciones, comentarios y personas que no nos eran del todo agradables. El autor explicaba que muchas veces, por una actitud equivocada, esos lugares, situaciones, comentarios y personas se nos tornaban más insoportables de lo que en realidad eran y que nos afectaban más de la cuenta, porque con nuestra actitud les dábamos una importancia que no tenían. Si tenemos que ir o estar en un mismo lugar cada día y se presentan esas situaciones, comentarios y personas, debemos prepararnos para comenzar a encararlos con una actitud diferente. Al fin y al cabo, aunque nos duela, cuando somos agua de un mismo río es imposible ir por otro rumbo que no sea el cauce de ese río.

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En una esquina comprendida entre dos de las principales avenidas de esta ciudad se encuentra cada día un hombre cuya actividad consiste en aproximarse a los vehículos a pedirles ayuda. Esto lo hace desde su silla de ruedas, siempre bien vestido y, por demás, ha colocado un paraguas para cubrirse del sol y la lluvia cuando es necesario; de una forma tan digna, que proyecta, paradójicamente, dentro de su condición,  estar contento y conforme con la vida. En ocasiones, bajo el cristal para saludarle y, con la sonrisa de siempre, agradece este gesto más que cuando le he facilitado una simple ayuda económica. El nombre de esta actividad es “mendigar”, pero él no lo siente así, y sé que muchas personas, hacen lo mismo que yo, saludarle cada vez que es posible.

Llevo alrededor de cuatro años como cliente de un negocio de lubricantes y servicio automotriz, donde he encontrado el ejemplo de trabajo, responsabilidad y, al igual que el ejemplo anterior, cada uno de sus miembros muestra sentimientos de gratitud y entrega por lo que hacen.

Son muchos los individuos con posiciones de alta gerencia y dirección en importantes empresas nacionales y multinacionales que día a día, contrario a lo que acabo de describir en los dos ejemplos, no solamente están descontentos, amargados, con rechazo y críticas a su lugar de trabajo, sino con ellos mismos, al punto de llegar a estados depresivos y otros trastornos emocionales. 
Recientemente, formulé la siguiente pregunta a uno de los empleados del negocio citado: “¿Qué hace que ustedes, unánimes, día a día mantengan una conducta a través de la cual proyectan respeto, deseo de servir y hacer todo dando lo máximo?”.  Éste respondió, levantando su cabeza, con una frase corta: “Es que somos una familia”.

No basta ser alto ejecutivo, dueño de una gran empresa o tener preparación académica en universidades importantes nacionales e internacionales para que te sientas realizado en el aspecto laboral. Lo más importante es estar claro en que la satisfacción y realización en el aspecto laboral no se llenan con posiciones; sino, mira con lo que empezamos y descubrirás que es asunto de actitud. Por tanto, cierra el año agradeciendo el lugar donde estás, que es el punto de partida para seguir caminando.

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El domingo, a las 10:00 de la noche, mientras salía de la iglesia a la cual asisto, alcancé a ver a un señor, el cual no tenía piernas, arrastrarse por medio de una patineta, utilizando ambas manos, las cuales protegía con unas chancletas de goma y que forman parte de su medio de transporte. Impactada, detengo mi vehículo, bajo, y al acercármele, tratando de brindarle ayuda, levanta su cabeza y me saluda con firmeza y seguridad diciendo: aquí, desviándome a la cera, no se asuste, es que hay un lado malo que no me permite moverme y tengo que tirarme a la calle, siempre lo hago.

Le digo: usted necesita una silla de ruedas para moverse, y enfáticamente me dice: jamás, yo tengo una, pero me invalida; sin embargo, con esta patineta, soy un atleta, estoy mejor que tú, tengo la presión de un niño. Sonriendo me dijo, ¡muchacha!.. a mí no me gana nadie.

El sentimiento de pena que me aproximó a este individuo, se transformó en una enseñanza para mí, por su seguridad y aceptación, más que manifestada por sus palabras, por la expresión de su rostro.

La actitud que asumimos ante las situaciones de la vida, adversas o no, es la que determina en qué se va a convertir la misma. Mirando el ejemplo de esta persona, que sin tener piernas, se considera atleta,cuando hay tantas personas que por una fractura simple de un tobillo, por ejemplo, no quieren volver a caminar, y si lo hacen, lo que les queda de vida la pasa amargados y frustrados por tener que cojear, a veces.

Aunque es normal que algunas personas hagan resistencia al cambio, esto no significa que tú, como individuo, no hagas el esfuerzo necesario para readaptarte a lo que el mismo cambio necesitas que hagas.

Aceptar vivir con ciertas condiciones que te limitan físicamente es la llave para que en términos emocionales, pueda ser como ese señor: un ejemplo para todo el que le rodea. Cuando miras personas que físicamente y económicamente lo tienen todo y muchas veces no tienen la fuerza suficiente para levantarse en las mañanas, porque están hundidos en una gran depresión o sencillamente andan por las calles mutilados del alma por vicios y encadenados por sí mismos, es ahí donde te das cuenta que la vida es cuestión de actitud.

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