Al rescate

Mientras leía una revista social de las que circulan en nuestro medio, quedé impactada al ver un comercial que ocupaba dos o tres páginas de ambos lados promocionando un artículo; recostada sobre un vehículo de gran lujo estaba una joven elegante&#82

Rescate

A provecho cuando estoy en una fila o en un lugar público para mirar las expresiones de los rostros de aquellos que me rodean, tratando de encontrar…

Mientras leía una revista social de las que circulan en nuestro medio, quedé impactada al ver un comercial que ocupaba dos o tres páginas de ambos lados promocionando un artículo; recostada sobre un vehículo de gran lujo estaba una joven elegante y bella adornada por finas joyas, dejando entrever la opulencia en medio de la cual vive. Paradójicamente, me encontraba en una sala de espera donde estaban unas cuantas muchachas, las cuales lucían completamente opuestas a la de la imagen, y me cuestioné: “¿Qué pensarán ellas al ver estas fotos? Este tipo de imágenes, tanto en hombres como mujeres, donde la seguridad y confianza, incluyendo felicidad, son proyectadas como una consecuencia de haber obtenido estas cosas”. Cada vez con más frecuencia vemos, especialmente en restaurantes de lujo y centros comerciales, “parejas disparejas” (ella, con 21, él, con 60 o 55), donde lo único que les une es el deseo de escalar una posición social y económica que le permita llegar a ser alguien parecido a esas imágenes y paradigmas que día a día se han ido infiltrando en su mente. A veces, experimento vergüenza ajena; en ocasiones, tristeza; y en otras, rabia cuando me toca ver estas cosas.

Entiendo que el deseo de superación no solo es necesario; tengo muy claro que el futuro de una sociedad va a depender, en gran manera, de los jóvenes que la componen. Pero, ¿hasta cuándo se van a seguir dañando nuestros jóvenes con ideas distorsionadas sobre el éxito, una verdadera realización personal, y se les promuevan los valores genuinos?

Seguir promoviendo valores genuinos, a través de los cuales, este paquete vendido sea sustituido por lo que verdaderamente es, no solo satisface y permite al individuo sentir que en realidad vale la pena tener logros, sino que hace que los mismos sean el fruto de esfuerzo, dedicación y entrega en cada cosa que le corresponda hacer. Tener metas y aspiraciones es parte importante para la salud mental de un individuo, siempre y cuando las mismas no se conviertan en un elemento de frustración por querer competir con aquellos que no sabes de dónde consiguieron lo que tienen, ni cómo llegaron donde están. Estas son de las tantas cosas que me mueven cada semana a intentar que podamos, entre todos, poner un granito de arena para cambiar una serie de situaciones que se dan en nuestra sociedad.

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A provecho cuando estoy en una fila o en un lugar público para mirar las expresiones de los rostros de aquellos que me rodean, tratando de encontrar manifestaciones de alegría o gestos afables.

Es sorprendente encontrar que la gran mayoría, no solo quiere evitar la mirada con el otro, sino más bien como si estuviese a la defensiva por si acaso a alguien se le ocurre equivocarse. Entras a una sala, das los buenos días y, los pocos que te responden, lo hacen entre dientes y hasta sin levantar la cabeza. Para colmo, como si fuera un decreto, todo el mundo lleva entre sus manos una cajita negra, que se llama celular, en la cual centran su atención, dándose la oportunidad de no saber quien se encuentra a su lado.

¿Dónde está aquella característica principal, con la cual nos identificábamos nosotros para aquellos que nos visitaban, y se llama sonrisa?, ¿Qué nos pasa que, sin darnos cuenta, la hemos cambiado por quejas, frustraciones, ira, contienda?  ¿De qué sirve volvernos hostiles ante las situaciones que tenemos que resolver y manejar dentro de nuestra cotidianidad?

Esta semana tenía una cita en una institución y entré al lugar equivocado, donde una joven, de esas que digo en “extinción”, me atendió, no solamente en forma educada, sino mostrando lo conforme que se encuentra en su lugar de trabajo. Como era un edificio grande, le pregunto a un militar, al servicio del mismo, dónde se encontraba la oficina a la cual debía ir. Me señaló con un dedo, al lado opuesto donde me había mandado la señorita; y al decirle que me habían informado otra cosa, de manera grosera enfatizó: “Y si usted sabe, ¿para qué pregunta? ¡Vaya donde usted quiera!”. ¿Qué les parece?, no miró que era una dama, tampoco entendió que parte de su trabajo es ese y, mucho menos, que ese lugar era precisamente donde estaba una de las máximas autoridades del lugar.

El hombre es un animal de costumbre. Esto tiene de bueno que podemos adaptarnos fácilmente. Pero, cuando esta adaptación consiste en perder los buenos modales, las reglas básicas de educación, ¿a dónde llegaremos?  Empieza hoy con la contagiosa transmisión de una sonrisa y verás lo multiplicador del resultado.

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