Episodios de mi vida

XIV.- Rígida posición de mamá contra CarmenCada quien debe vivir su propia realidad la cual luego se traduce en experiencia. Los conocimientos, las costumbres y la suma de hábitos llevan a los seres humanos a conocerse, a la cognición de…

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XII.- El dinero en mi niñez y adultezLos seres humanos que, como yo, tienen la dicha de haber llegado a la tercera edad con la mente real o supuestamente sana, tienen en su cerebro toda una serie de ideas, imágenes y…

XIV.- Rígida posición de mamá contra Carmen
Cada quien debe vivir su propia realidad la cual luego se traduce en experiencia. Los conocimientos, las costumbres y la suma de hábitos llevan a los seres humanos a conocerse, a la cognición de sus debilidades, su flaqueza, pero también de su fortaleza.

 Tenía que haber vivido muchos años, con mis altas y bajas, para llegar a comprender toda una serie de situaciones que solamente se presentan en la comunicación con los demás, en el diario vivir, en ese laboratorio sumamente complejo que es el medio social en el cual desarrollamos nuestras actividades. En el trato con mujeres y hombres de mi país, y otras partes del mundo, he llegado a conocer, en parte, lo que es la especie humana, y tener así la posibilidad de, parcialmente, conocerme a mí mismo.

 En este escrito dirigido a mis hijos, nietas y nietos, he destacado el poder que mi madre ejerció sobre mí en todo el curso de mi niñez y como ese dominio, esa autoridad,  ha influido en todo el proceso de mi vida.

 También he destacado la forma cómo mamá, con su potestad, con su ascendencia terminó condicionando mi comportamiento. Para ser sincero y coherente con los destinatarios de estas experiencias, no debo limitarme a narrarles y destacar las enseñanzas positivas resultantes del predominio de mamá sobre mí, sino también las negativas.

 El hecho de comportarme dócil, obedecer ciegamente a sus mandatos, entregarme a su voluntad mansamente y moverme ante una orden suya, me hizo una presa mental fácil de mi mamá quien tenía un temperamento extremadamente dominante y quien también había vivido experiencias muy duras y probablemente reproducía en sus hijos la forma de educación y disciplina que ella había padecido.

La obediencia sumisa, la disciplina impuesta y aceptada en forma incondicional le hizo daño a mamá y también a mí. La subordinación mental que le demostré a mi madre cuando niño, la llevó a ella a la falsa creencia de que podría conservarla en mi adultez.

 Pero debo reconocer que también yo contribuí a esa actitud de mi madre, porque si es cierto que debí de ser ante ella cariñoso, amable, suave, fácil y respetuoso, no es menos cierto que no tenía que ser sumiso y entregado a la obediencia total. En pocas palabras, debí comportarme como un hijo disciplinado y dulce, pero no sumiso.

 Resulta fácil comprender el hecho de que en mi niñez aceptara, me inclinara reverente ante la palabra de mi mamá, porque además de su condición de madre, yo la veía como un ser humano excepcional, preocupado por todo lo de sus hijas e hijos; ella vivía más para sus vástagos que para ella misma; su desprendimiento, solidaridad, dulzura y bondad llegaron a calar en mí hasta lo más profundo de mi corazón.

 Sin irrespetar a mi mamá, mis hermanas y hermano no mostraban ante ella la docilidad extrema que le manifestaba yo. Ellos eran un poco contestatarios y no aceptaban siempre tranquilos e incondicionalmente lo que ella disponía.

 La sumisión mía hacia mamá no fue solamente en la niñez, sino que se extendió más allá, hasta cuando ya yo tenía unos veinte años de edad.

 Me voy a permitir narrar un episodio que, en el curso de mi vida, marcó la primera y única diferencia entre mamá y yo.

 Mis tres hermanas, dos mayores que yo, y otra menor, así como mi hermano menor, tuvieron relaciones amorosas con quienes estimaron eran de su agrado, y mi madre en nada se inmiscuyó, se comportó despreocupada. Pero conmigo ocurrió algo diferente.

 Las relaciones de mamá con mis primeras novias fueron cordiales, siempre se comportó con suma amabilidad, les demostró abierto cariño y sincera afabilidad. La misma ternura que yo manifestaba hacia aquellas que ocuparon un lugar especial en mi joven corazón, también recibieron de mi madre gran estima.

Por ejemplo, tan pronto le presenté a mamá, a Carmen, quien luego sería mi esposa, mamá comenzó a tratarla como una gran amiga; luego se hicieron aliadas incondicionales, hasta el punto de que aunque mamá era catorcista y Carmen del Partido Socialista Popular –PSP- ambas asistían juntas a las actividades de la Federación de Mujeres Dominicanas, organización estrechamente ligada al PSP.

 Cuando yo estudiaba en la universidad, Carmen laboraba a una esquina de mi casa, y mamá para que Carmen no tuviera que ir a su casa, la cual le quedaba muy retirada, le dijo que al mediodía comiera en nuestro hogar.

 Manteniendo Carmen lazos estrechos de total cordialidad y comunicación permanente con mi familia, y en especial con mi mamá, después de siete años de noviazgo, en esa época los largos noviazgos de muchos años eran habituales, decidimos contraer matrimonio.

 Una vez mamá tuvo conocimiento de los aprestos matrimoniales mío y de Carmen, inició un enfrentamiento permanente contra ambos. Busqué todas las formas de convencerla de lo que era evidente y en realidad ella sabía tan bien como yo, que Carmen era una muchacha buena, sana, una excelente persona y una joven adornada con las mejores virtudes y los más puros sentimientos.

 Mamá no objetaba la persona de Carmen, ni su conducta, sino que criticaba el hecho de que, alegadamente, no la habíamos puesto en conocimiento de nuestros planes de matrimonio, y se encaprichó en que ese presunto silencio, ese supuesto concierto, había sido obra de Carmen, lo que no fue cierto.

 La verdad fue que a mi madre no hubo forma de acercarla a Carmen para armonizar. Con una terquedad patológica, mantuvo su posición de hostilidad sorda e irracional contra Carmen, hasta el día de su muerte.

 La posición de mi madre fue tan radical que la última vez que hablé con ella, el 24 de diciembre de 1977, mientras se encontraba interna en una clínica en la ciudad de New York, afectada de cáncer, al momento de ir a su habitación a despedirme de ella, en compañía de dos de mis hermanas, les dijo: “salgan por un momento, que quiero hablar una cosa solo con Negro”. 

Una vez mis hermanas salieron de la habitación, mamá me dijo: “Negro, siéntate aquí en mi cama, que quiero decirte unas cosas para que cuando yo muera, tú las cumplas, y son las siguientes: “Ante mi muerte, que yo sé que ya será pronto, no quiero que Carmen figure en las esquelas anunciando mi muerte; no quiero que esté presente en mi velatorio; no quiero que asista a mi entierro, y que tampoco esté presente en ninguna misa que se haga para mí y, finalmente, cuídate que no quiero que mueras asesinado por tu oposición a Balaguer, eso es todo lo que quería decirte esta noche, porque sé que mañana sales para Santiago, además, acércate para darte un abrazo y un beso de mi despedida para siempre, que tengas larga vida y que, como mañana y siempre, cumplas muchos años de edad”.

 Luego, ambos, mamá y yo, nos abrazamos, lloramos y finalmente, antes de marcharme, le dije: “No te preocupes, mamá, que tú vas a durar mucho, y si mueres primero que yo, te prometo que cumpliré con todo lo que decidiste con relación a Carmen”.

 La madrugada del día 29 de enero de 1978, sonó el timbre del teléfono de mi casa, lo levanté, y escuché la voz de mi tío Manuel, quien me dijo: “Negro, falleció Ydalia”. Con motivo de la muerte de mi mamá, escribí un artículo en el cual, en pocas líneas, sinteticé todo mi sentir con respecto a ella, cuando precisé:
 “Todo ser humano con sensibilidad sabe lo que significa una madre. Pero para nosotros, nuestra madre además del cariño de madre que le tenemos, también la adoramos como nuestra madre y nuestro padre.

Ella desempeñó en el hogar el papel de hombre y mujer; trabajó fuerte, sin decir estoy cansada; mamá fue una madre abnegada y ejemplar. Mamá no fue una santa; fue una mujer de carne y hueso que supo con su trabajo, con una educación rudimentaria, levantar una familia; mamá tenía un carácter fuerte, pero con la misma energía que regañaba a sus hijos, sabía extenderles las manos para acariciarlos y darles un consejo sano. Nuestra madre fue una hija ejemplar, una hermana con un alto sentido de la fraternidad, y supo querer a sus amistades sin zalamería. He perdido materialmente a mi madre, pero ella vivirá en mi corazón para siempre. Mujeres madres como Ydalia Veras, nunca pueden ser olvidadas”. (9)

Lamentablemente, la posición de mi madre con relación a Carmen la llevó a enfrentarse con toda la familia, incluyendo a Manuel, su adorado hermano. Mis hermanas y mi hermano, por respeto a mamá, no tomaron partido, pero algunos para complacerla, en intimidad, les decían que ella tenía razón. 

 Tanto mamá como Carmen ya han fallecido, el que queda con vida soy yo, y me atrevo a decir que mamá no tenía razón. Carmen murió sin guardarle ningún rencor, aunque siempre se lamentó de que mamá no compartiera con sus nietos. l

FUENTES:
(41) El Nacional. 28 de julio 1982.
(42) El Nacional. 9 de agosto 1982.

Continuará la semana próxima

Mamá desempeñó en el hogar el papel de hombre y mujer; trabajó fuerte, sin decir estoy cansada; mamá fue una madre abnegada y ejemplar. No fue una santa; fue una mujer de carne y hueso”.

Nuestra madre fue una hija ejemplar, una hermana con un alto sentido de la fraternidad, y supo querer a sus amistades. La he perdido materialmente, pero ella vivirá en mi corazón para siempre”.

Con motivo de la muerte de mi mamá, escribí un artículo en el cual, en pocas líneas, sinteticé todo mi sentir con respecto a ella, cuando precisé:  “Todo ser humano con sensibilidad sabe lo que significa una madre”

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XII.- El dinero en mi niñez y adultez

Los seres humanos que, como yo, tienen la dicha de haber llegado a la tercera edad con la mente real o supuestamente sana, tienen en su cerebro toda una serie de ideas, imágenes y percepciones que luego les sirven para rememorar hechos y conceptos de cosas vividas en la niñez.

Así, por ejemplo, tengo en mi cabeza la palabra dinero desde que comencé a escucharla con las indicaciones que me daba mi madre, tales como:“Negro, toma ese chele y cómprame una mota de aceituna y una de alcaparra”.

“Negro, cómprame en la pulpería de Otilia y Bebi, un centavo de azúcar prieta”.
“Negro, con estos cinco centavos, en la carnicería de José, cómprame una libra de carne de vaca, pero de la parte que no tiene huesos”.

“Negro, anda donde doña Monga, la del ventorrillo, y con estos diez centavos, cómprame una libra de habichuelas, una libra de arroz y media botella de manteca”.

Esta fue la forma como aprendí a diferenciar las monedas y saber que el dinero servía para comprar cosas.

No olvido que cuando niño, los días sábados, antes de salir a limpiar zapatos, mamá me decía: “Negro, recuérdate que debes de cobrar dos centavos por zapatos bajitos y tres por las botas”.

Tengo fijo en mi memoria que en esos primeros años de mi vida, no siempre había dinero en mi casa. También en esa época ubico la idea de que el dinero se ligaba con el trabajo y con la compra.

En el primer trabajo pagado que realicé como aguatero, ganaba tres pesos quincenales, pero nunca recibí dinero en mis manos porque la compañía empleadora lo hacía mediante un ticket, el cual era canjeado en efectivo por mi padre biológico porque yo no tenía cédula.

En mi adultez he hecho uso del dinero dependiendo de mis posibilidades y las necesidades, y en semejante forma me he comportado con familiares, amigos, amigas y conmigo mismo.

He aquí dos vivencias relacionadas con el dinero y dos de mis hijos.

En la década del ochenta, mi hijo José Jordi formó parte de un equipo de béisbol del Colegio de La Salle de Santiago, que fue invitado a tres desafíos a efectuarse en Puerto Rico. Puse en manos de Jordi veinte dólares para sus gastos. Tanto Jordi como su madre se alarmaron porque consideraron que debí de haberle dado más dinero. Me limité a decirle a Jordi: “aceptas los veinte dólares, te vas sin nada o no haces el viaje”.

También en la década del ochenta, mi otro hijo, Ho chi Ernesto, consideró que un peso semanal que yo le regalaba para ir al cine y comer algo, resultaba una suma insignificante y así me lo hizo saber. Ante su queja le dije que en sus vacaciones tendría en sus manos muchos pesos a la semana.

Hablé con mi amigo Ángel Rosario –Chichío-, para esa época propietario de varias empresas en la Zona Franca de Santiago, y le dije que quería que en una de sus compañías pusiera a trabajar a mi hijo Ho Chi como obrero. Chichío me complació. Pero en un momento dado, ya Ho Chi cansado y desesperado, me dijo: “Papi, ahora que he trabajado sé lo que vale un peso”.

Una vez Ho Chi me hizo su confesión, nuevamente hablé con Chichío, y le manifesté que ya mi hijo no continuaría trabajando. En otro sentido, mi compañera Carmen siempre supo que para mi familia, amigas y amigos no escatimo dinero, siempre y cuando fuera para algo útil.

Y hablando de Carmen y el dinero, recuerdo que en un momento dado me dijo: “Negro, el día que te ganes un dinero y no se necesite para nada prioritario, quiero me regales un carro”.

Por coincidencia, a los pocos días de Carmen expresarme su deseo, recibí en pago un dinero; de inmediato me dirigí, asesorado por un amigo, a una agencia de vehículos y le compré un carro “cero millas”, y aprovechando que al día siguiente era día de las madres, al mediodía le estacioné en la marquesina de la casa el carro que ella deseaba.

En el ejercicio de mi oficio de abogado, a aquél que requiere mis servicios y no puede pagarlos le he servido y le sirvo con el mismo gusto y decisión que si me pagara una gran suma de dinero. En mis archivos conservo más expedientes gratuitos que pagados.

En mi trabajo como abogado me he dado cuenta que el dinero no es lo principal, pero reacciono molesto cuando una persona solvente requiere mis servicios y me regatea el monto que le pido por mi labor, o busca minimizar la tarea que he de realizar. Es posible que le diga: “búsquese otro abogado, ya no le trabajo aunque me pague la suma que le pedí”.

No soy aferrado al dinero, pero lo valoro porque el ordenamiento social bajo el cual vivo, no le garantiza a mi familia, a mis seres queridos ni a mí, salud, educación, vivienda ni alimentos, si no hay dinero de por medio.

Mis hijos saben que si tienen algún proyecto que requiere una determinada inversión y no disponen de la suma a invertir, si me lo consultan, busco la forma, dentro de mis posibilidades, de darle solución, a título de donación o esperando el regreso del dinero que puse en sus manos. Ellos también saben que no pueden dirigirse a mí, en asuntos de dinero, para gastos sin sentido, para gustos y puro consumismo.

Del asunto dinero debo admitir que no sé comprar ni vender nada. En mi vida lo que he comprado o vendido ha sido con la asesoría de un amigo, y las veces que sin la intervención de terceros he decidido hacer alguna operación comercial he fracasado.

Comprando y vendiendo soy una nulidad absoluta. Por suerte, en su oportunidad, tuve un hermano asesor económico, que es un sabihondo en el mundo de los negocios, aunque ya hoy no lo necesito porque no compro ni vendo nada.

A mi familia nunca le he regateado lo que considero ciertamente necesita, si la finalidad del gasto se justifica y es importante. De igual forma procedo con aquellos que están vinculados estrechamente conmigo. Sin embargo, no soy dado a los gastos excesivos e injustificados, quizás porque desde que era un niño tuve que trabajar muy duro para ganar unos centavos, me resisto a malgastar el dinero, de la misma forma que no soporto tirar la comida.

Algunos me tildarán de tacaño, pero estoy convencido absolutamente de que lo correcto y sano es la prudencia y sobriedad con los gastos. Además, la gente que consume irreflexivamente y no aprende a tener frenos, puede acabar haciendo cualquier cosa para conseguir dinero.

Bajo ninguna circunstancia he estado dispuesto a tolerar que mi familia se acostumbre a ser botarate y dispendiosa y a desarrollar necesidades accesorias desproporcionadas.

El dinero hay que respetarlo, porque se necesita para suplir las necesidades; muchos carecen de lo indispensable para sobrevivir y da trabajo conseguirlo honestamente.

XIII.- Mis amigos y vecinos en la niñez

La situación de suma precariedad económica que acompañó a mi familia en el curso de mi niñez, nos obligó a mudarnos de diferentes casas, pero siempre ubicadas en el mismo sector de: Los Rieles, hoy avenida 27 de Febrero, y las calles España, Duarte, San Luis, Las Carreras y Salvador Cucurrullo. Por tanto, siempre conservé los mismos vecinos, amiguitas y amiguitos.

De mis vecinas y vecinos de infancia recuerdo a Andrés Geraldino, doña Matilde y a Erasmo; a Chea, Jesusita y Moreno; a Fela y a Pajarito Perdomo, a doña Gracita y toda la familia Guzmán, a La China, Porfirio y Fredy Fortuna; a doña Caco y a Bienvenido, a la familia Llenas Dávila, a los Dislas de doña Fufa, a los Bobolas García, a los Ligañés, a Ramona la Cana, a doña Otilia y Bebi; a Pingüita y Alberto, a Nanita y a Los Culebrones, a Memena, a doña Toña; a la familia de Gengo Espinal, a Ángela, la Pelua, a Pastor y hermanos, a Lión y hermanos, a las hermanas Pérez Mena; a Ramón, Fonso y hermanas Collado; Marcos Tulio Cepeda, etc. Todas estas familias, que al final de la década del treinta, del cuarenta y parte de la del cincuenta del siglo pasado, vivieron en los alrededores de las calles ya citadas, fueron testigos de los primeros años de mi vida, y por suerte todavía la mayoría vive en el país o en el extranjero.

Luego de vivir durante los primeros doce años de existencia en lo que se conocía como Los Rieles y El Condenao, posteriormente, por corto tiempo, residí en la calle 27 de Febrero, hasta que en el año 1954 mi familia se estableció, contando yo ya con dieciséis años de edad, en casas ubicadas en las esquinas formadas por las calles Salvador Cucurullo y General Valverde y/o Escalante.

En sentido general, en resumen, puedo decir que mi niñez transcurrió desde mi nacimiento hasta los doce años, en las calles que circundaban a Los Rieles y El Condenao, un corto tiempo en la 27 de Febrero, y mi juventud la inicie en la Salvador Cucurullo esquina General Valverde y/o Escalante, por lo que fui vecino, durante muchos años, de todos los alrededores de La Plaza Valerio, La Joya, Baracoa, Pueblo Nuevo y otros barrios circundantes.

Mis amigos de La Plaza, ya dejaron de ser amigos y amigas, son mis hermanas y hermanos. ¿Cómo puedo yo llamar amigos a Nicolás Gómez, Frank Taveras, Juan Enrique Batista, Avelito Madera, Pedro Fernández, Iris Llaverías, Dinorah González, a los González Monción, a Santiago Guzmán, a los hijos de Foro?, en fin, a cientos y cientos de “tigres” con los cuales compartí y sigo compartiendo todavía hoy.

Hablando de mis amigos y amigas, quiero decirles a mis hijos, nietas y nietos, que toda una serie de factores y circunstancias me han permitido disfrutar del cariño, del calor humano y de la solidaridad, de miles y miles de personas que me conocieron y me trataron en la niñez, en la adultez y hoy en la tercera edad, ya sea como un simple niño andando por las calles de Santiago, en la escuela primaria, en la Academia Santiago, en el liceo secundario, ejecutando distintas ocupaciones en centros de trabajo, en la universidad, en el oficio de abogado o en el accionar político.

Por simple casualidad, he vivido en distintos barrios y urbanizaciones de mi querido Santiago, de ese Santiago que me vio nacer, desarrollar y donde espero desaparecer del mundo de los vivos. Y no me canso de repetir: quiero que el día que muera, si al río Yaque todavía le queda agua, mis culpas sean lavadas a sus orillas.

FUENTES:
(41) El Nacional. 28 de julio 1982.
(42) El Nacional. 9 de agosto 1982.

Continuará la semana próxima

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