‘La viuda’: la búsqueda de entendimiento en el amor

La obra es un divertido espectáculo teatral en una inusitada y atrayente escenificación tipo teatro de arena. Todo transcurre con nosotros, el público, a ambos lados de la escena, como si fuéramos concurrentes a un viaje de ida y…

La obra es un divertido espectáculo teatral en una inusitada y atrayente escenificación tipo teatro de arena.

Todo transcurre con nosotros, el público, a ambos lados de la escena, como si fuéramos concurrentes a un viaje de ida y vuelta a los confines de la desnudez de los personajes que muestran sus almas… de actriz y actores que revolotean como seres impertérritos que se pegan a la memoria. El teatro tiene esa capacidad que no tiene ningún otro arte, esa de reconvenir la memoria, amplificándose así la experiencia de vivir esos momentos de una hora y tanto a más allá del mañana, y así vamos evocando esas imágenes pintadas con el cuerpo y el alta en la escena a veces con palabras, otras con las intenciones. Es el arte de actuar.

En torno al texto de Haffe Serulle, la narrativa impar crea el contexto para el prontuario de la desventura de la muerte de un ser querido, con una puesta en escena que le otorga coherencia y atracción, siempre en el estilo serulleano que venimos siguiendo desde los años 70 y que se convierte en una madurez indudable en el quehacer teatral dominicano. Feliné Quezada Figueroa, “La Viuda”, junto a Santiago Alonzo, El Muerto, dan cuenta del espacio escénico. Un tercer personaje-músico, interpretado por Denny Ángeles, ataviado de blanco rehincha de claves melodiosas autóctonas la escena antes, durante y después del perfomance de los protagonistas. Ese universo sonoro se mezcla con la enérgica interpretación de la actriz que con voz trémula, sonidos guturales, muestra su alma, mientras el actor escolta con su dominio escénico llevando sus diálogos, diciéndolos, con mandíbula cerrada, con los dientes empatados. La escena es hipnótica, desafiante, osada, que deja a la platea boquiabierta.

El dueto de actores nos lleva así por un viaje amenizado con bucólicos diálogos en primera y tercera persona. Es un viaje por las relaciones conyugales, o quizás las relaciones que quieren ser sinceras, las que anhelan respeto, consideración, retribución. Habla de amor, pero sobre todo habla de la búsqueda de entendimiento. Y el punto de partida para la puesta en escena que es de una deslumbrante, plástica y vivaz peculiaridad. Montaje detallista, marcado con extrema sincronía en la acción y con un ritmo que no recarga la atención ni permite que se caiga. El logro -de justicia reconocerlo- se da por la afinación de la actuación que, asimismo, consigue asegurar directa complicidad con el público, obviamente por el humor tanto de texto como de la gracia de actriz y actor. Feliné con su equilibrio y sutil sensibilidad y Santiago con su constante transformación donde ambos logran la composición grácil y de enérgica adición con el público. En el Bar del Teatro Nacional, cuyas funciones encierran este fin de semana, a las nueve de la noche, de viernes a domingo siempre a las nueve de la noche.

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