Toda mujer, de Ninoska Martínez

Lo femenino, ese mundo de sombras que observó Sigmund Freud, es asumido poéticamente con todas sus consecuencias por Ninoska Martínez en su poemario Toda Mujer. El “ello” de la mujer es incitación al “pecado”, su “yo” es veleidoso y el&#82

Lo femenino, ese mundo de sombras que observó Sigmund Freud, es asumido poéticamente con todas sus consecuencias por Ninoska Martínez en su poemario Toda Mujer. El “ello” de la mujer es incitación al “pecado”, su “yo” es veleidoso y el “super yo” una máscara que oculta su propio ser para adecuarse a las convenciones sociales. La obra es una propuesta de mujer en total desnudez biológica, psicológica, social y espiritual, con las herramientas estéticas de la poesía.

Esa lucha interior que ha vivido la mujer en permanente negación de sí misma la expresa con profundo lirismo la poeta Martínez desde los primeros textos, específicamente en el poema Yo. Veamos: “esa yo/ esa otra/ esa ausencia”, para luego continuar con “esa yo/ que pinta decadencias/ entre sonrisa/ y un llanto maldito/ el gemido del mundo/ hacia el mundo/ esa otra/ esa yo que no soy yo/ esa travesti del tiempo/ camaleón que busca refugio/ en las ataduras de un pasado/ de un destierro”.

Por algo el prologuista Odalís G. Pérez ve que la periodista y escritora entra “por la puerta de la ruptura, del contraorden, de lo que se mueve en el ser de lo contingente y paradójico” y que al convertir el espacio de lo poético en escena de la contradicción ontológico-existencial, “participa y a la vez se inscribe en el contexto de una poética del vivir y del resistir”.

Otras opiniones válidas sobre el libro son las de los escritores Santiago Almada y Orlando Alcántara Fernández (Orly) quienes encuentran en los textos “una capacidad de asombro ante el enigma de la vida”, con “lo genuino de su voz creativa y su sinceridad al confesarnos sus desvelos espirituales”.

Tras su catarsis poética, finalmente, Ninoska confiesa: “ya toda la amargura se ha apartado de mi lado/aires nuevos refrescan este momento/ este instante donde me siento mujer”. Porque la autenticidad, lo demostró Carl Rogers, es terapéutica.

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