Conservar la fe

Es difícil conservar la fe cuando uno se enfrenta a situaciones tristes o se ha sufrido una pérdida irreparable. Cuando hemos confiado y nos han pagado mal o han traicionado la esperanza que hemos depositado en alguien más.

Es difícil conservar la fe cuando uno se enfrenta a situaciones tristes o se ha sufrido una pérdida irreparable. Cuando hemos confiado y nos han pagado mal o han traicionado la esperanza que hemos depositado en alguien más. Cada vez que creemos que las cosas mejorarán y en vez de eso, empeoran, es imposible no sentir decepción.

A nivel personal, pasamos por situaciones en las cuales nos invade la decepción y con ella un profundo dolor y desolación. Perdemos las fuerzas y el deseo de seguir apostándole a lo que nos ha salido mal. Eso nos duele. Nos afecta y nos entristece profundamente.

Es lo mismo que pasa cuando como país nos enfrentamos cada día a informaciones tan irritantes, indignantes y desgarradoras, como el homicidio inmisericorde de una joven de 21 años y el hijo que llevaba en su vientre, al cual solo le faltaban unos dos meses para nacer. Ese fue el caso de Gioconda Milagros Pérez Piña, la profesora que caminaba junto a su esposo, próximo a su vivienda, cuando dos desalmados a bordo de una motocicleta, le arrebataron la vida, luego de haber despojado al esposo de un celular. La imagen del velatorio es indescriptible. Una daga en el corazón de quienes la vieron.

El estado de inseguridad y terror es tan grande que estamos cayendo en la tendencia peligrosa de estar aprendiendo a vivir con miedo, inseguros y cada vez confiamos menos en los demás.

Siempre se ha dicho que las informaciones que reportan los medios de comunicación son un reflejo de la sociedad en que se producen, pero yo me niego a creer que hechos tan horrendos y bochornosos, sean el reflejo de lo que somos y mucho menos de lo que aspiramos a ser como nación.

Lo que sí es seguro es que cada vez que nos desplazamos por las calles, cada vez que salimos de un banco, un supermercado, de una fiesta, de un salón de belleza o de cualquier establecimiento, enfrentamos el peligro de morir a manos de los delincuentes que se sienten dueños y señores de nuestras vidas y propiedades y por ende pueden disponer de ella cuando quieran.

Como las autoridades les han dejado el espacio para que actúen a sus anchas, lo lógico es que se crean dioses y por eso, en sus manos está escrita nuestra suerte.

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