Esta otra violencia que podemos reducir

Hemos aceptado ya como parte del paisaje, que la delincuencia común y el crimen organizado imponen su ley donde y cuando quieren, y que por la fuerza de sus armas han elevado el miedo y la incertidumbre colectivos a niveles nunca antes vistos en…

Hemos aceptado ya como parte del paisaje, que la delincuencia común y el crimen organizado imponen su ley donde y cuando quieren, y que por la fuerza de sus armas han elevado el miedo y la incertidumbre colectivos a niveles nunca antes vistos en este país.

Que el delito callejero y el atraco en hogares y negocios es otro más de esos grandes problemas transversales que recorren todo el mosaico social, económico, cultural, filosófico y educativo del país, y ante los que quienes dirigen el Estado se han quedado sin respuestas eficaces.

Pero hay otra forma de violencia que podemos contribuir a disminuir, porque aunque sus resultados son tan nocivos como los que deja la violencia delincuencial, podemos, de manera individual, contribuir a reducirla a su mínima expresión.

Se trata de la violencia que generamos al conducir vehículos de manera temeraria, en un fenómeno que por ausencia de ley y orden tiende a colectivizarse, empujado por un frenesí, una impaciencia y aceleramiento que toma cuerpo y se aposenta en la psique del criollo, de ambos sexos.

Primero fueron los patanistas, luego los choferes de las voladoras, los que se cruzaban los semáforos en rojo y tiraban los vehículos encima a los demás conductores, desprotegidos de autoridad alguna.

Ahora el estilo de conducción temeraria se ha convertido en tendencia generalizada, una peste que amenaza en cada esquina, en las que sin semáforos ni orden alguno de la autoridad, cruza quien muestra mayor “disposición” a que el otro conductor lo choque.

Luego de los patanistas y las voladoras sobresalieron los jóvenes de pie caliente entre los conductores temerarios. Ahora usted encuentra damas de clase media y encopetadas que cruzan avenidas de preferencia sin mirar para ningún lado, como quien dice ¡“Métete, para que veas…”!

Aunque la tendencia a la conducción temeraria se incrementa con el crecimiento del parque vehicular nacional y la ausencia de ordenamiento, se trata de un fenómeno que arrastramos por años.

En 1913 la OMS reportaba que de los 182 países pertenecientes a la ONU con más muertes de tránsito por cada 100 mil habitantes, República Dominicana ocupaba el segundo lugar. Mientras que la media en América era de 16.1 muertos por cada 100 mil habitantes, aquí casi la triplicamos, con 41.7.

Dejamos de ser “felices e indocumentados” y nos hemos metido en una modernidad de opacos espejos que nos multiplica las carencias más elementales, incluyendo la de guiar civilizadamente, que es de las principales características de los conglomerados urbanos modernos.

Como -por ahora- no se divisa luz al final del túnel de Estados tan fallidos como el que nos gastamos, sería bueno que cada quien aporte su extra conduciendo con prudencia y moderación, lo cual contribuirá a hacer menos violentas y más amigables nuestras grandes ciudades.

Además, fíjese lo bien que se siente el criollo, y la criolla, y usted mismo, cuando detiene su vehículo y le extiende la mano abierta indicándole que le cede el paso.

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