¿Cómo no aferrarnos?

Con frecuencia nos dicen que nada ni nadie en la vida es para siempre, que todo, por más bello, horrendo, bueno o malo que sea, llega a este mundo con fecha de caducidad, con un plazo establecido.Es cierto que el ser humano suele ser…

Con frecuencia nos dicen que nada ni nadie en la vida es para siempre, que todo, por más bello, horrendo, bueno o malo que sea, llega a este mundo con fecha de caducidad, con un plazo establecido.

Es cierto que el ser humano suele ser muy fuerte y sabe adaptarse a todas las situaciones, aunque muchas veces sólo descubre el alcance de sus fuerzas en el momento mismo en que es retado, conoce su nivel de resistencia cuando las adversidades son tantas que amenazan con aplastarlo.

Pero, no menos cierto es que a las personas les resulta muy fácil acostumbrase a las cosas buenas, a aquello que se traduce en felicidad, tranquilidad, bienestar, abundancia, no así a los denominados “tiempos malos”, que muchos prefieren llamar “tiempos de oportunidades”.

Sin embargo, cuando se presenta la adversidad, la tristeza más infinita, nos golpea el dolor más profundo y nos sentimos devastados, existe ese alguien que nos rescata día a día con cariño, atenciones, con su sola presencia en las horas más aciagas, nos demuestra que no estamos solos, que no todo está perdido, que podemos decir, sentir y creer que contamos con ese alguien, para quien no existe distancia ni tiempo para estar a nuestro lado en el momento preciso, prestando su hombro y el calor su abrazo.

Me pregunto y les pregunto, ¿cómo no aferrarnos?, ¿cómo no desear y creer ciegamente que hay cosas que sí pueden ser para siempre?
Como esas personas que se convierten en una bendición en nuestras vidas, que sin saberlo, con su presencia nos han ayudado a estar de pie cuando la tormenta era tan fuerte que casi nos arrastraba, que nos sostienen con sus palabras y con sus atenciones. Esa persona que es responsable de que podamos seguir adelante. Quizás nunca se lo digamos, pero sin ella no habríamos vuelto a ver el sol. Y no es sólo por aquello de que las personas se acostumbran rápido y fácil a lo bueno. No se trata de eso.

Es mucho más.
Es que en la vida hay historias que se perpetúan en el tiempo, que no merecen que se escriba su última página, que se vuelven irrepetibles, que se prolongan más allá de la vida de sus protagonistas. Por su contenido, la fuerza de sus escenas, la pasión que ponen sus actores en cada diálogo, en cada entrega, en cada gesto, mirada y hasta en la elocuencia de sus silencios… l

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