Conociendo el gran Caribe: Cartagena la bella

Bella ciudad de amor amuralladay patrimonio de la humanidad,que brilla con luz propia en la alboradaentre brisas de afecto y hermandad. Tú luces en la Patria cual la reinaque muestra al universo su belleza,como…

Bella ciudad de amor amurallada
y patrimonio de la humanidad,
que brilla con luz propia en la alborada
entre brisas de afecto y hermandad.

Tú luces en la Patria cual la reina
que muestra al universo su belleza,
como palmera que la brisa peina
en edén de sin par naturaleza.

Por tus calles transita la alegría
con visitantes que a la heroica llegan
y en los aires se siente la armonía
de sonidos tropicales que impregnan.

De tu cielo con limpias aureolas
se escucha el eco de osados patriotas,
que imploraron a las huestes españolas
libertad de los esclavos o ilotas.

Tu viejo Castillo de San Felipe
es escenario de grandes reuniones,
que tienen la opresión como fetiche
para lograr la unión de las naciones.

En tus aguas dormita el Buque Gloria
con marinos de honor y honestidad,
que sobre olas escriben bella historia
como héroes con sangre en heredad.

¡Oh! Cartagena de sin par nobleza
tachonada con hitos libertarios,
Yo quisiera que brille tu grandeza
bajo rayos del sol sin adversarios.
Héctor José Corredor Cuervo

Después de mi periplo por Barranquilla, en la que estuve ocupadísima, llegué a Cartagena para unos días más tranquilos. Para llegar, tomé un transporte “puerta a puerta” que en dos horas me depositó en el hotel donde me alojaría.

El trayecto se hizo corto, pues me dediqué a ver el paisaje. Pasamos por algunos pueblos pequeños que viven de lo que venden a los transeúntes, además de sus pequeños cultivos. El paisaje es hermoso con vegetación parecida a la nuestra. El sol abrasador nos envolvía en todo el camino, aunque al llegar, el Caribe se hizo presente y una pequeña tormenta azotó toda la tarde.

El sol se ocultó para dar paso a la lluvia tenaz, que nos obligó a recluirnos en el hotel. Por suerte, como sucede por estos lares, poco a poco amainó y nos permitió salir cayendo la tarde.

La entrada a la Cartagena moderna, especialmente la zona de Bocagrande es hermosa. Había estado en la ciudad hacía como 15 años, entonces a Rafael y a mí nos encantó, muy especialmente la parte vieja de la ciudad que llaman, la ciudad amurallada. ¡Un verdadero patrimonio de la humanidad! Sigue manteniendo su encanto. El cuidado que tiene la ciudad colonial es para admirarse e imitarse.

La parte moderna, Bocagrande es otra cosa. Ahora está llena de rascacielos. Me dediqué a caminar por la bahía y tuve tiempo de hacer comparaciones y reflexiones. El mar caribeño cuando toca estas costas pierde el color verde azulado que tiene el nuestro.
Aquí es más azul grisáceo, las olas han sido amaestradas gracias a la intervención humana. Se siente un pequeño movimiento, pero no golpea la orilla con la fuerza salvaje del trópico. Bocagrande está en una bahía. Por un lado tenemos un gran trayecto hermoso para que los transeúntes puedan caminar para ejercitarse o distraerse al lado del mar calmado de Cartagena. Por el otro lado, se han levantado, y se levantan muchas todavía, torres inmensas, modernas y lujosas. El sector profesional y de mejor posición económica se ha concentrado en esa zona. Al otro extremo las calles que bordean la playa para los turistas extranjeros y locales. A través de esas calles están los hoteles y restaurantes, y adornan sus aceras los cientos de vendedores de sombreros, carteras, camisetas, en fin, de cuanta artesanía exista en estos lares.

Pero el Caribe, aunque sigue siendo hermoso, tiene muchos, muchos problemas. Cartagena es hermosa, pero podría serlo mucho más, si la limpieza de sus calles fuera más eficiente. Si las aceras no estuvieran desniveladas porque el trabajo bien hecho no es parte de la cultura de los trabajadores, como nos ocurre a nosotros.

Este Caribe nuestro, insular o continental, guarda muchos problemas que debemos reconocer. Las distancias entre los grupos sociales es más que evidente. Aunque la zona está muy bien vigilada, no menos cierto, que muchos chiriperos se cuelan por sus calles intentando vender servicios de lo que sea y de lo que aparezca. Porque la pobreza es así, porque la necesidad de conseguir el pan hace que el riesgo parezca nimio frente a una realidad de hambre ancestral y deuda social.

La ciudad amurallada, la hermosa Cartagena de Indias, mantiene su atractivo, pero sobre todo su belleza. Está extraordinariamente bien cuidada, limpia, a pesar de que está llena de turistas. La cultura brota por todas partes. Los coches de época ofrecen al turista una panorámica de la historia colonial. Es un verdadero paraíso histórico.

Tuve la oportunidad de conversar con mucha de la gente de la ciudad. Le pregunté sobre el Acuerdo de Paz que finalmente se firmaría en la ciudad de Cartagena. Hay escepticismo, incredulidad, duda y en algunos, rabia. Tantos años temiendo a la guerrilla, y ahora el pacto le otorgará beneficios, que a juicio de algunos, no merecen.

Intenté decirles a las personas con quienes hablé que era mejor el pacto que nada. No era posible seguir manteniendo a Colombia dividida.

Estos días conviviendo con los colombianos de la costa Caribe, o Atlántica, como dicen otros, me ha permitido ver con mayor profundidad la problemática caribeña. Entender las miradas desde sus diversas perspectivas. Conversando con la gente del pueblo, ellos se sienten costeños, pero no caribeños. El Caribe es una realidad lejana, las islas no existen en sus imaginarios. La realidad caribeña, desde su pasado, presente y futuro ha sido una construcción desde la Academia, desde los gobiernos, y no del pueblo.

Aunque sus caderas se mueven con la gracia del ballenato, que utiliza instrumentos parecidos a los nuestros, y sus comidas se parecen a las nuestras, como el sancocho, que aquí solo es de gallina; su imaginario hace solo referente al mar que ellos ven. Se detiene en el horizonte, a muchos kilómetros antes de llegar a las orillas del Caribe de las islas.

Estos largos días por el Caribe colombiano me ha ratificado mi percepción de que el Caribe es diversidad, migración, miradas que se cruzan de una orilla a otra, pero que no han podido entablar un único lenguaje, quizás porque son diferentes; sin embargo, el lenguaje de la decisión de unidad está distante, lejano, casi imposible. Ojalá que mi percepción sea falsa. Ojalá me equivoque. Quiero equivocarme. 

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