Bitácora de un viaje a La Habana, (2)

Mi casa es un gran barcoQue no desea emprender su travesíaSus mástiles, sus jarcias,Se tornaron raícesY medusas plantadas en medio de la mar;A estas alturas…. Nancy Morejón Después de resolver el tema que…

Mi casa es un gran barco
Que no desea emprender su travesía
Sus mástiles, sus jarcias,
Se tornaron raíces
Y medusas plantadas en medio de la mar;
A estas alturas…. Nancy Morejón

Después de resolver el tema que nos preocupaba: la comunicación con la familia, salimos a caminar por la Vieja Habana. Caminamos mucho. Primero lo hicimos por el malecón de La Habana. Fuimos primero hasta un centro de artesanía. Hay muchas mercancías y recuerdos de Cuba. La simbólica gorra de guerrillero de Fidel, es ya una mercancía para turistas. Por supuesto, las camisetas con las caras del Che Guevara abundan hasta el cansancio. Decidí ser más que una turista, una observadora participante: tomé notas, fotografié cuanto pude.

Por la avenida, uno de los paseos más populares para los visitantes es pasear en carros de lujo de los años 50, remodelados y muy bien acomodados. Son cientos los vehículos que van y vienen por las avenidas con turistas europeos y americanos que disfrutan del sol y la brisa del trópico paseando en sus descapotables rosados, rojos, azules, verdes…. Este lujo contraste fuertemente con las casas sin pintar, con los tendederos de ropas de la población que grita sin palabras sus muchas carencias.

En nuestra caminata vimos algunos expendios de comida que se destacan por la falta de mercancías para vender a la población. Debajo del hotel donde nos hospedábamos había una farmacia con tramos prácticamente vacíos, que hacía el servicio de vender medicinas a los pobladores.

La Vieja Habana ha comenzado a restaurarse. A lo largo del trayecto por la avenida al lado del mar, aparecen fotos inmensas del antes y el después. El paisaje es hermoso. La bahía espectacular. Nos detuvimos en el atracadero para ver cómo unos pequeños barcos eran transporte público para los pobladores de dos municipios que estaban del otro lado de la bahía. El edificio está recién terminado y se destaca en el paisaje por su modernidad.

Frente está el señorial Hotel “Armadores de Santander”. Un edificio de los años 50, que todavía preserva su aire de distinción, aunque el tiempo, el implacable, ha deteriorado el mobiliario. Me dio la impresión de visitar el palacio de un noble que ha perdido su dinero, y solo guarda el lugar, mantiene lo que puede, y vive de sus recuerdos cuando su posición era privilegiada.

Hicimos el recorrido hacia el centro de la Vieja Habana, por la avenida al lado del mar, el malecón de La Habana. Edificios destruidos que esperan con ansias el momento para su restauración. Otros han tenido mejor suerte y comienzan a ser remozados. Nos detuvimos un rato en el “Havana Club”. Era tan famoso que lo buscaba. Me sorprendí cuando vi la edificación, pues no me llamó la atención ni me pareció atractivo.

Nos habían hablado de la calle Obispo. Allí fuimos. El mar de turistas es inmenso. Las calles están llenas de bares y cafeterías. En el parque nos encontramos con cientos de vendedores de libros usados. El olor a la polilla los identifica. Viejas historias que esperan por alguna mano amiga que las rescate. Me sorprendió ver a mujeres hermosamente vestidas con los trajes típicos. Su función es posar para los turistas a cambio de unos pesos. En una esquina estaba el payaso en zancos que gritaba para llamar la atención. Lo logró. Un grupo de alemanes decidieron posar con él. Los flashes de las fotos no cesaban. La calle es larga, larguísima. Aparecen negocios de ventas de comida rápida, vendedores ambulantes de frituras cubanas, gofios, maníes, entre otras cosas. La gente camina, camina, camina…. Calle arriba, calle abajo. Vimos las oficinas del Historiador de la Ciudad, que es el reconocido historiador “Eusebio Leal”. La oficina principal está en el corazón de la calle. Está ubicada en una de las edificaciones más emblemáticas de la historia de Cuba, pues fue Casa del Gobierno Colonial de España, y a finales del siglo XIX sede del gobierno norteamericano entre 1899 y 1902. Está muy bien conservado. En el interior hay una amplia biblioteca y una tienda.

Seguimos la marcha. En las calles nos encontramos con los “Coco-taxis”, motocicletas arregladas para transportar a los transeúntes. También nos encontramos con las “Bici-taxis”, muy útiles para los turistas cansados que necesitan ayuda para caminar por las diminutas calles de la vieja parte de la ciudad. Una dura manera de ganar dinero. Había visto estos transportes en Beijing, China. En aquella oportunidad me parecieron interesantes. Eran más grandes. Los de La Habana son más pequeños y algunos muestran un deterioro sorprendente. ¡Cuán difícil es ganar dinero en una sociedad tan aislada y excluyente!

Por todos lados vimos muchos, muchos, muchos autobuses de “Transtour” y de “Transgaviota”. Nos dijeron que esas compañías tienen el monopolio turístico y está en manos de un grupo de exmilitares, que se ha convertido en el grupo de capitalistas nativos más importantes del sector turismo.

En todo el trayecto nos encontramos con una cafetería que se llama “Café Santo Domingo”. Vimos otra que se llama “Café París”, que no se parece en nada a los pequeños cafés parisinos. En un momento, nos sentamos en uno de los cafetines para descansar y tomar un refresco. En un momento levanté la vista, y ahí, en medio de los turistas, estaban las banderas de la cotidianidad: en las partes altas de los negocios se levantaban las ropas en sus tendederos, los cubanos sin proponérselo anuncian su escasez. La mayoría era ropa raída, muy usada, que gritaba la necesidad de cambio.

Por las calles observé a los cubanos del pueblo. La mayoría viste ropa muy usada, mucha ropa de poliéster. Sin embargo, se puede apreciar que la moda occidental llega y penetra en la cultura y la cotidianidad. Muchos jóvenes vestían ropas modernas, jeans a la moda y carteras nuevas. Esta mañana, cuando salíamos a caminar, presencié un grupo de personas que abría unas cajas: vi cómo sacaban de la caja unas zapatillas altísimas de plataforma y con mucho brillo. Después un vestido de fiesta. Parecería que algún familiar les había enviado esta indumentaria para algún evento especial.

Las calles donde habita la gente del pueblo en la Vieja Habana están sucias y destruidas. Faltará mucho tiempo para que esta gente pueda disfrutar del programa de remodelación de la ciudad. Una nota importante, no sentimos temor de ser asaltados, ni nos sentimos agobiados. Caminamos con mucha tranquilidad sin ser molestados.

En la noche ya estábamos cansados. Dejamos para el día siguiente la visita a la otra parte de la ciudad que llaman El Vedado, el lugar que otrora era prohibido para los pobres porque era el lugar donde habitaban los jefes coloniales españoles. Hasta la próxima.

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