La saga de Bernardino – y 3

Con esta última entrega terminamos la saga de Bernardino y de Batista Durán. En estos párrafos llama la atención el que Bernardino se refiera a la “plata” que le entregó a Batista como “dinero de mi Generalísimo”. ¿Era dinero de Trujillo&#8

Con esta última entrega terminamos la saga de Bernardino y de Batista Durán. En estos párrafos llama la atención el que Bernardino se refiera a la “plata” que le entregó a Batista como “dinero de mi Generalísimo”. ¿Era dinero de Trujillo o dinero que Trujillo obtenía de las arcas públicas? Y, llama la atención también la amenaza, ¿velada o directa?, de lo que podía pasarle a Batista si alguna vez regresaba a Santo Domingo, ya que “los jóvenes y bizarros generales de Trujillo (estarían) prestos a demostrarte las razones por las cuales lucen estrellas en sus charreteras, y, tal vez, hasta puede que te encuentres con un ranchero, monte adentro!”.

Para concluir, recordemos que en 1962 se le juzgó por ser el causante de la muerte de dos empleados de su finca, y que fue descargado. La justificación de este descargo se produjo porque la defensa alegó que en el momento de la comisión de los hechos criminales que se le imputaban, Bernardino se encontraba en un estado de demencia momentánea, para lo que proporcionó un certificado médico. Como dice el mismo Bernardino en su artículo: “te dejo en libertad de juzgar, lector.”

Final del artículo “Batista venía conmigo”:

El licenciado Batista, bien vestido y bien calzado, pisando las mullidas alfombras del “Park Sheraton”, merced al dinero que le suministré, del peculio de mi Generalísimo, le manifestó al Teniente General Trujillo Molina, y en presencia de los mutuos y buenos amigos, señores Juan Naranjo Ariza y Humberto García, que él, es decir, Manuel Batista, era muy amigo de Don Virgilio Trujillo, y que le interesaba verlo antes de emprender su viaje de regreso a la República, después de haberse acogido a las garantías que le habíamos ofrecido.

El Teniente General Trujillo Molina le expresó al licenciado Batista, muy cortésmente, sus buenos deseos para con todos aquellos arrepentidos que regresaban a nuestro país, a la vez que le informó que, precisamente, Don Virgilio se encontraba en Ciudad Trujillo, y que próximamente regresaría a España, vía Nueva York y que en tal virtud, se pusiera de acuerdo conmigo, a fin de que le llevara a visitarlo, tan pronto como aquél arribara a dicha ciudad.

Así las cosas, el licenciado Batista y yo nos quedamos en estrecho contacto, esperando el arribo de Don Virgilio, hasta que, doce o quince días después, Don Virgilio me anunció su llegada a Nueva York.

Así las cosas, el licenciado Batista y yo nos quedamos en estrecho contacto, esperando el arribo de Don Virgilio, hasta que, doce o quince días después Don Virgilio me anunció su llegada a Nueva York.

Inmediatamente expuse el caso del licenciado Batista a Don Virgilio, éste me dio su asentimiento para que le llevara al licenciado Batista, precisamente, al mismísimo hotel en que otrora se alojara nuestro Teniente General Trujillo Molina.

Huelga expresar que Don Virgilio, en las distintas ocasiones que recibió a Batista, en sus habitaciones del “Park Sheraton”, fue agradable y ameno, y lo trató muy gentilmente, como todo buen Trujillo, a tal extremo que el licenciado Batista se emocionó sobremanera cuando Don Virgilio le dijo: “lo que te haya dicho el licenciado Bernardino es como si te lo hubiera dicho mi propio hermano, el Generalísimo”. “Bernardino es hombre de nuestra íntima confianza y mi hermano lo respalda.” “En cuanto a la finca de que me has hablado, puedes ir a hacerte cargo de ella tan pronto como llegues a La Vega.” “Ahora el cacao tiene muy buen precio y de antemano te felicito por el buen éxito que te auguro con motivo de tu retorno a Santo Domingo, y muy especialmente por el hecho de que hayas reconocido tu error y te hayas arrepentido.”

Luego de despedirnos de Don Virgilio, en esa última ocasión, el licenciado Batista y yo, fuimos a un lujoso apartamento que yo ocupada en la calle 58, al lado del hotel “Saint Moritz”, en el cual estaba instalada mi oficina privada, y donde me entrevistaba en secreto, claro está, con los derelictos (sic) de Cayo Confites, Luperón y la Legión del Caribe, así como también con personalidades del elenco político americano, de al Sur del Río Bravo, que me visitaban en busca del apoyo de mi Generalísimo, para fines de la organización del anticomunismo en América.

Allí hablando cara a cara y frente a frente, el licenciado Batista me rogó que le consiguiera con el Generalísimo un cargo o función pública que el pudiera desempeñar, a su retorno a nuestro país, a fin de que, en virtud a tal investidura, no lo miraran ya como a un renegado arrepentido.

Mi política en el exterior como muchos saben, fue de atraer, reagrupar y conducir a la patria, a tantos infelices dignos de lástima, que se dejaron seducir por la prédica falaz de un pequeño grupo de políticos incoloros, que luego se desagruparon, y más luego se desbandaron, cuando hubo quien les “meneara la rama” en los trillos del Caribe.

Por consiguiente, solicité y obtuve de mi Generalísimo una función pública para el licenciado Manuel Batista. En efecto, a Batista le ofrecimos, y el aceptó jubilosamente, la Procuraduría General de la Corte de Apelación de San Francisco de Macorís, como ya me había autorizado a ofrecer, al licenciado Octavio Castillo también renegado, un juzgado de la Corte de Apelación de La Vega, lo cual Castillo aceptó, regresó y desempeñó, y todavía desempeña esa función política.

Aceptada la mencionada función por el licenciado Batista, me solicitó, y yo le di, dinero de mi Generalísimo, para traer un hermano que se encontraba estudiando medicina, de término, en la Universidad de La Habana.

Luego volvió a solicitarme, y yo a darle dinero de mi Generalísimo, para pagar el tratamiento de otro hermano alcoholizado que tenía en Nueva York, y que días después se suicidó. Y, por último volvió a solicitar, y yo a darle, dinero de mi Generalísimo, para cubrir los aprestos del viaje de retorno a la República.

Todo lo narrado, claro está, me autoriza intitular está narración Batista venía conmigo. Mas Batista no vino. ¿Por qué? Juzga tú, lector.

Y ahora, ¿qué quiere Batista? No lo sé. ¿Querrá venir sin mí? Lo ignoro. Mas, oye este consejo, licenciado Batista; oye este consejo de aquel que fue tu Cónsul y pudo haber sido tu salvador: no vuelvas jamás, porque si es cierto que ahora encontrarías tu Cónsul de otrora, convertido en ranchero, sembrando pangola, monte adentro, no es menos cierto que en las playas dominicanas te apecharían los jóvenes y bizarros generales de Trujillo, prestos a demostrarte las razones por las cuales lucen estrellas en sus charreteras, y, tal vez, hasta puede que te encuentres con un ranchero, monte adentro!
Creo que Batista me engañó, como había engañado a Juan Rodríguez, anteriormente, y más que me engañó, y más que el engaño, me estafó vulgarmente. Creo, también, que el señor Aridio Batista Durán tiene razones sobradísimas para repudiar a su medio sobrino, a quien el dinero de mi Generalísimo lo sacó del oficio de lavador de paredes en un laboratorio neoyorquino.

Sin embargo, como soy demócrata, no trato de imponer al prójimo mis creencias, opiniones o criterios, sino que narro los hechos, y te dejo en libertad de juzgar, lector.

Continuará la próxima semana.

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