Grave, muy grave

Pueden ocurrir hechos lamentables en cualquier institución, y por más que se pretenda individualizar la responsabilidad de los mismos en una determinada persona, su impacto daña la imagen de dicha institución.

Pueden ocurrir hechos lamentables en cualquier institución, y por más que se pretenda individualizar la responsabilidad de los mismos en una determinada persona, su impacto daña la imagen de dicha institución.

El daño resulta más gravoso cuando la persona involucrada y la institución que lo ampara tienen una misión para la cual se ha preparado durante una larga carrera para contribuir a la formación de un ser humano en principios y valores como la integridad, honradez, la fe, respeto a las leyes, a los más vulnerables y especialmente la vida.

Es deplorable que se produzcan hechos tan horribles que desdicen de la prédica de cada día, a todos los niveles, en la búsqueda de lo mejor para la sociedad.

Más aún, cuando los líderes de las instituciones afectadas por la mala actuación de alguno de sus miembros, adoptan un discurso en el que la descalificación suele ser regla.

La tragedia que envuelve al sacerdote Elvin Taveras Durán de la parroquia San Nicolás de la urbanización Máximo Gómez, como supuesto responsable de la muerte a martillazos y cuchilladas del monaguillo Fernelis Carrión Saviñón, de 16 años, es uno de esos casos que obligan a reflexionar, a todos, empezando por su congregación y su iglesia. Reflexionar en muchas direcciones que nos ahorramos enumerar, pero habría que pensar en la calidad de la formación, la vigilancia y supervisión de la disciplina en el desempeño de la misión.

Se asume que los delegados del Señor deben ser perfectos, y sobre ellos no caben las sospechas, pero la vida enseña que son mortales, y como tales, llenos de virtudes y defectos, y gravísimas debilidades. En muchos casos, las ocultan de mil maneras, a veces en el fanatismo, la ideologización o en la misma religión.

Dirán que en todas partes ocurren hechos, pero duelen cuando tan desgarradores tienen lugar en la casa de Dios.

No condenamos, pero no deben repetirse los Jozef Wesolowski, Wojciech Gil, Martínez Morillo, Alberto Cordero Reyes, José Altagracia Montilla Mateo, Manuel Ramón Sánchez Ramos, Meregildo Díaz Díaz y otros tantos.

El daño a los niños, a su propia institución y a la sociedad, es demasiado grave.

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