Dos ladrones, un asalto, 3 adultos y 3 niños

Primer martes de agosto; 4:05 pm; dos nietas: una de diez años, otra de siete y una ahijadita de 8, en el segundo piso de la casa, ajenas al drama que se desarrollaba en el primer nivel;

Primer martes de agosto; 4:05 pm; dos nietas: una de diez años, otra de siete y una ahijadita de 8, en el segundo piso de la casa, ajenas al drama que se desarrollaba en el primer nivel; una siesta sobre un sillón reclinable, interrumpida abruptamente por un sujeto que avanza a pasos largos hacia mí, esgrimiendo una pistola, al tiempo que me ordena levantarme y no intentar hacer nada, mientras medio “turulato” aun, intento entender qué sucedía. Habían dominado a la muchacha del servicio, quien caminaba dirigida por el segundo asaltante, alertando a una joven estudiante que ocasionalmente estaba en el patio, adecuando orquídeas. La orden de tirarme al piso, bocabajo, mientras le indico que hay niños en la casa y que no hay necesidad de maltratar a nadie. Que sorprendido y dominado no intentaría nada, mientras me ordenaba colocar los brazos hacia atrás para atarme las manos a la espalda, con la correa del bolso de la joven. A la muchacha del servicio y a la propia joven, las ataron en igual posición, con cordones de tenis y nos reunieron en la misma área de la sala. Podía ver el movimiento de los sujetos, quienes penetraron con caras descubiertas. La nieta mayor, bajó las escaleras y se tropezó con el grupo en el suelo, al tiempo que le ordenaron colocarse al lado mío, lo que aproveché para tranquilizarla y darle ánimos para resistir tranquila, que pronto abandonarían la casa. Entiendo que saltaron la verja frontal y accedieron al patio, encontrando una reja de la cocina abierta. Dos vehículos habían partido de la casa unos instantes antes y supongo que entendieron que en la casa habría apenas una persona del servicio, porque debieron estar al acecho en el cul-de- sac adonde vivo. Se dieron cuenta de la existencia de cámaras cuando vieron el monitor encendido frente a mi cama. Me interrogaron dónde estaba colocada “la cajita” del sistema de cámaras, el DVR, artefacto que se llevaron. Más de media hora estuvieron abriendo gavetas, closets, buscando armas, prendas y dinero, desechando lo electrónico. En varias oportunidades nos dejaron solos y llegué a soltarme, pero la presencia de los niños forzó mi prudencia a aceptar pacíficamente los hechos sin presentar resistencia. El balance: tomaron unos miles de mi cartera, joyas de mi difunta esposa, que desde mucho antes de su deceso no veía; unos dólares de una sobrina que me visitaba desde el exterior y cosas que aún no determinamos. Me robaron la paz y la tranquilidad y nos dejaron traumas mayores, impotencias, rabias y frustración, y el convencimiento que el 911 solo sirve para accidentes y enfermos. Contacté al servicio de emergencias, con los ladrones aún el área y como tienen comunicación directa con los servicios de seguridad ciudadana, creí obtener apoyo. Sin heridos y ya sin ladrones, la puntual “asistencia” consistió en indicarme ir al destacamento policial, a poner una denuncia…

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