¿Qué es el periodismo?: ¿una profesión como cualquier otra? ¿O un ejercicio –oficio- profesional apegado al estricto ritual de informar y radiografiar el acontecer diario-nacional de un país? Yo, que no soy periodista, pero que de alguna forma -y desde hace algún tiempo- me expreso públicamente, puedo decir que el periodismo es un ejercicio profesional íntimamente ligado a la ética y al respeto a la verdad. Hablo, por supuesto, de aquellos reporteros, directores y columnistas que asumen su profesión ceñidos a una conciencia crítica indeclinable (¡que los hay!).

He observado con lupa el periodismo que, en su múltiples facetas (escrito, televisivo, radial y en la Internet) se hace en el país, y puedo decir que el mismo no tiene cortapisas (no quiero decir, con esto, que no afronte dificultades). Lo que sí podría haber, y es muy probable, es autocensura (Pero, cada cual tendría sus razones para ello: uno –el que opina-, o el medio que la practica).
No habría que obviar aquí, por supuesto, el fenómeno de los oligopolios mediáticos (en un marco, si se quiere, legal), que, bajo una línea cualquiera, operan también en otras áreas del mercado o de la economía (a través de nuevos, viejos y duchos periodistas –y en menor medida de economistas, sociólogos, politólogos, políticos, publicistas e historiadores- que situado, estratégicamente, en el entramado de los poderes fácticos, le sirven de soportes, cabilderos o relacionadores públicos solapados).

También hay otra modalidad: el periodismo de chantaje, de peaje o de payola. Este periodismo es tan rentable que ya es una industria en el país. Lo increíble -¿o desfachatez?-, es que sus practicantes lo confiesan y se vanaglorian de sus dividendos y audiencia. Y como cualquier secta tiene su patriarca. Es bueno anotar, al respecto, que los medios impresos respetables del país, gracias a Dios, no han caído en esa degradación de lo que ni periodismo se podría llamar.

Pero hay otro periodismo: el de investigación -de otrora y buena tradición en nuestro país-; y que es, según los expertos, el nicho fuerte que tienen los medios impresos. Tal tradición, por supuesto, hay que diferenciarla de la modalidad de denuncias -alegres, sin sustento, o basadas en rumores- que practican algunos “periodistas” y sectores de la oposición política, no pocas veces inspiradas en afanosa principalía, búsqueda de rating mediático, o en el componente político-electoral. Existe, también, la de denuncia ciudadana -que amerita ser constatada- que tiene un valor en el contexto de un periodismo social y de reclamo ciudadano ante injusticias, promesas públicas incumplidas, abuso de poder o de pésimos servicios públicos.

Por último, está el periodismo de los “periodistas independientes” –supuestos “hacedores de opinión pública”; o todo lo inverso: hacedores de oposición política disfrazada de “opinión pública”- que, a pesar de proclamarse como tales (entre ellos, también, ex jueces –de colindancias políticas-, ex funcionarios públicos, dirigentes políticos inorgánicos –enganchados a periodistas- o intelectuales de las periferias de los partidos políticos, agentes asalariados de agencias extrajeras –llámese: ongs, y un largo etcétera) a leguas, en su mayoría, se les puede detectar los intereses que defienden y el refajo o el color del partido de su preferencia (igualito que en mi caso, que soy miembro-dirigente de un partido político -el PLD-, con la diferencia, de que no soy periodista ni independiente, que no quiere decir que no tenga independencia de criterio). A esos “analistas” debería rotularse –como hacen los medios en los Estados Unidos que los sindican: “demócratas” o “republicanos”- con la coletilla de “analista peledeísta, perremeísta, perredeísta, reformista, verde, convergente, etc. etc.”, aunque, tal vez, resulte más cómodo el mote popular con que le nombran (¡megáfono! ¿O es otro…?). Siempre y cuando, insistan en venderse-proyectarse como periodistas o analistas independientes.

Finalmente, de esos periodismos, me quedo con el primero, y la aspiración suprema de que, el de investigación, se retome con nuevos bríos y arrojo (y más en la era de la posverdad y las redes sociales).

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