Las relaciones con Haití

Definir una política hacia Haití sobre la base de un respeto mutuo, tomando en cuenta el historial de nuestros vínculos y las características de esa relación, es una de nuestras prioridades.

Las relaciones con Haití (3)

Los volantes exigían un cese inmediato al fuego, castigo de los culpables, empezando con Duvalier, y acuerdos de reparación y compensación por los daños materiales y morales infligidos a la República Dominicana.  Bosch estaba decidido a rescatar&#82

Definir una política hacia Haití sobre la base de un respeto mutuo, tomando en cuenta el historial de nuestros vínculos y las características de esa relación, es una de nuestras prioridades. La inmigración ilegal es uno de los temas pendientes de abordar con la seriedad y profundidad que amerita.

No se sabe cuántos haitianos viven ilegalmente en el país. Sobre la cifra se han hecho infinidad de cálculos. Se habla hasta de millón y medio, lo que representaría más del quince por ciento de la población adulta dominicana.

Sean reales o no las estimaciones, lo cierto es que el aumento de la inmigración agrava los problemas sociales, por efecto de su impacto en el empleo, los servicios hospitalarios, la enseñanza pública y otras áreas de la vida nacional.

Los dominicanos hemos rehuido el debate de este tema, esencial en el marco de las relaciones con el estado vecino. Una comisión bilateral mixta, creada por gobiernos de ambas naciones para discutir en un plano de franqueza y amistad las diferencias existentes, no se ha reunido con la regularidad necesaria y una enorme cantidad de asuntos siguen pendientes de discusión y solución. No es el caso establecer ahora responsabilidad por esta falla, producto tal vez de la indiferencia, la apatía que ha caracterizado el trato diplomático entre los dos países, como si Haití estuviera bien lejos de nosotros y no al lado nuestro, separado sólo por una frontera frágil de más de trescientos kilómetros de longitud.

Por lo general las naciones no se percatan de los peligros que las amenazan, sino cuando ya dejan de serlo y se convierten en una realidad que deben entonces enfrentar en condiciones desventajosas. La cuestión es que si posponemos indefinidamente el tema de la inmigración, en el plazo de una década podríamos vernos con tres millones de ilegales, situación ésta que el país no podría manejar de ningún modo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Los volantes exigían un cese inmediato al fuego, castigo de los culpables, empezando con Duvalier, y acuerdos de reparación y compensación por los daños materiales y morales infligidos a la República Dominicana.  Bosch estaba decidido a rescatar el honor nuevamente mancillado de la patria.  Las calles empezaban a ser escenarios de espontáneas manifestaciones de apoyo al Gobierno.  Por la radio comenzaban a difundirse comunicados y proclamas de apoyo a la defensa de la soberanía.  En escasas horas, Bosch parecía suscitar el entusiasmo de los viejos tiempos de campaña.  Las calles no se veían ya desiertas por el cierre de comercios en protesta por la actitud del Gobierno frente al avance del comunismo.  Los grupos que se formaban en las esquinas esa mañana no lanzaban denuestos al Presidente.

Los hechos seguían la tónica de los sucesos de finales de abril, que enfrentaron a Bosch a su primera gran crisis internacional.  Y evidentemente estaban encadenados.  La isla, compartida por los dos países, con sus solos setenta y seis mil kilómetros cuadrados, resultaba demasiado pequeña para albergar a Bosch y a Duvalier.  Ninguno de los dos podía existir uno al lado del otro.  No podía citarse un solo caso de cordialidad entre los dos gobiernos.

Para entender el repentino estallido de esta crisis de septiembre, se precisaba conocer a fondo los antecedentes de abril y mayo.  Esta era la historia.  En las primeras horas de la mañana del 26 de abril, como solía suceder en días laborales, durante el período escolar, un automóvil de la Presidencia dejó a los dos hijos de Duvalier – Jean Claude y su hermana mayor Simone, de dieciséis años -, a la entrada del colegio metodista de Puerto Príncipe.  En el trayecto de vuelta, los guardaespaldas fueron asesinados en una emboscada.  Duvalier estalló en ira.  Creyó que se trataba de un complot fallido para secuestrar a sus hijos y obligarlo a dimitir. Las sospechas de Duvalier se centraron sobre un joven oficial, el teniente Francois Benoit, contra quien se desató una feroz persecución.

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