Cuando estudié la licenciatura en Historia (UASD), confirmé que el sátrapa Trujillo y su atmósfera académica-cultural aún respiraban e impartían docencia, muy a pesar del famoso fuero universitario y, quizás o, sin quizás, a nombre de una libertad de cátedra. Lo digo, por algunos “métodos de enseñanza” que iban desde lo memorístico y anecdótico hasta la sentencia antipedagógica –de algunos “profesores”- de que había que cursar varias veces una determinada asignatura para aprobarla.

Porque hay un error pedagógico-metodológico-cultural: creer que el trujillismo fue sólo una expresión-aberración física en el tiempo-histórico (1930-61), obviando sus secuelas ideológicas-doctrinarias: instrumentalización de la educación con el componente étnico-racial, el post monopolio económico-político de sus herederos (no tan solo biológicos-bibliográficos), y la perpetuidad en el Estado de sus remanentes en una simbiosis cuasi imperceptible.

Esa rémora –en muchos aspectos- aún vive; y lo peor, la entronización-extrapolación de esa cultura antidemocrática en los partidos políticos llegando casi casi a otro monopolio-emporio de una clase política de donde emergerá (mañana-mismo) los futuros actores o árbitros de los partidos, los poderes públicos y el empresariado. Tal vez, o porque intuyen, que las monarquías están en vía de extinción, apuestan al disfraz generacional de los hijos y nietos. Y con ello, se repetirá la vieja historia circular de riqueza por generación espontánea.

No mirar ese proceso de mutación y reciclaje, es, en cierta forma, hacernos reparos mentales con prohibición de libros, museos y recreaciones infantiles (“A la sombra de mi abuelo/Trujillo mi Padre”) sobre las travesuras -que no cuentan- de un sádico y asesino, Trujillo- que nunca anduvo solo, sino acompañado de secuaces y esbirros que aún escriben, tienen poder y se enojan. ¡Miremos a la redonda!, y veremos especímenes –variopintos- de esa estirpe por doquier.

Cierto que hay que olvidar, pero tampoco vamos a borrar la historia e ignorar lo vivito y coleando que aún está el trujillismo (su atmósfera política-cultural).

Vamos, pues, a empezar por la sugerencia del escritor Mario Vargas Llosa (por supuesto, antes de que escribiera su desaguisado artículo-calumnia “Los parias del Caribe”): hagamos un museo de los “Horrores de la Era de Trujillo”, discutamos y aprobemos un nuevo currículo educativo, empujemos para lograr el imperio de la democracia en los partidos políticos.

Solo así, desterraremos al trujillismo y su realidad-engendro en la política, los partidos, las academias, la prensa -incluido toda la superestructura política-ideológica- y dos más novísimas: sindicatos-sicariatos de chóferes, o como lo bautizó –gráficamente- el inolvidable don Radhamés Gómez Pepín “Los dueño del país” y Ongs de agencias extranjeras -con
algunas excepciones-.

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