Brutales dificultades en la convivencia colectiva

Tengo el firme convencimiento que el dominicano, en su mas absoluta mayoría, no sabe vivir en comunidad. Uno de los periódicos matutinos, publicó un interesante trabajo,

Tengo el firme convencimiento que el dominicano, en su mas absoluta mayoría, no sabe vivir en comunidad. Uno de los periódicos matutinos, publicó un interesante trabajo, acerca del tema de las dificultades que se viven, con preocupante frecuencia, en edificios de apartamentos, al margen del nivel económico de sus ocupantes. Da cuenta, que esto ha llevado a violencia extrema y se citan casos donde las agresiones han llegado a vías de hecho y hasta confrontaciones y asesinatos. Recuérdese el caso de Guillermo Moncada Aybar, integro, pacífico y valioso ciudadano, asesinado de manera bestial con 10 balazos, por uno que cumple una desproporcional condena, que llenó de luto y dolor a muchos otros. Ese individualismo medular que nos caracteriza, se contrapone a reglas, pautas, normas o como se le quiera llamar, al decálogo que norma las relaciones entre personas que comparten un espacio. Si a estos “sazones” de la personalidad criolla, le añadimos la inclinación a la violencia fácil y la tendencia a la imposición de reglas propias o al abuso de irritantes “privilegios”, producimos un peligroso y explosivo coctel. La educación familiar debiera ser antídoto neutralizador de estas tendencias genéticas, incrustadas en algún rincón de un alelo de nuestro ADN. En la práctica, el “yoismo” criollo se contrapone a la intención de educar en lo colectivo, en la unidad, porque se piensa en las ventajas que “el otro saca” (extrapolación de la intención propia) y es brutalmente escaso el sentido de grupo. El respeto ajeno es una flor exótica que florece en muy escasos jardines y no se entiende más que por la fuerza, que el respeto a ese derecho, es la esencia de la paz. La música, convertida en ruido estridente, es el mejor vehículo para la discordia, ya que traspasa ampliamente los límites geográficos de la propiedad y aplasta al “otro”, cercano, más cuando se trata de personas que viven contiguamente. Sufro personalmente los embates, con inusitada frecuencia, de la desconsideración de una familia desubicada, de la que me separa una pared, capaces de utilizar Karaoke, música a alto nivel (si merece llamarse música a los ritmos “modernos” del pun-pun con letra indecente y denigrante para la mujer) que ponen, en ocasiones hasta el amanecer. Cuando los limites se saturan, el 911 resuelve el problema del ruido, pero da lugar a otros y enfrenta de manera absoluta. Tengo sobradas razones para desconfiar en “autoridades” de extraviado norte. El irrespeto a espacios de uso común y el área publica; la basura y los atentados a la higiene; el uso de áreas de viviendas con otros fines, la gran dificultad para armonizar intereses colectivos, los abusos de los que se pasan de “vivos”; los aprietos en el cobro de compromisos de gastos de mantenimiento, destacan las debilidades de las leyes que rigen los condominios y que dan soporte a las ineficaces “Juntas de Vecinos”.

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