Según un estudio, los jóvenes que abusan del uso de las redes sociales podrían padecer depresión, tener baja autoestima, tener difucultad para afrontar las dificultades cotidianas, e incluso, sufrir un “vacío existencial”.

El abuso, no el uso, de las redes sociales en los menores y en los adultos jóvenes, de 20 a 34 años, es uno de los asuntos que actualmente más preocupan a los psiquiatras, tal y como se ha constatado en el seminario “Millennials y Generación Z. La Depresión invisible”.

Según Marina Díaz-Marsá, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid y psiquiatra del Hospital Clínico San Carlos, preocupa porque cada vez hay más diagnósticos de jóvenes depresivos que pasan “horas y horas en las redes sociales”.
“Cuando ves su vida, te das cuenta de que está metido todo el día en casa, que no sale de su habitación, sólo está en el ordenador, en internet, en las redes sociales, no se separa del móvil. Son muchas las familias que lo cuentan”, según la especialista.

Ese uso constante de las redes puede conllevar a alteraciones en la calidad del sueño, a una menor autoestima, ansiedad, depresión e inquietud. Las redes “no duermen” y los jóvenes pueden sufrir al no poder responder de inmediato a textos o mensajes durante la noche.

Esos jóvenes “enganchados” tienen la necesidad de mirar compulsivamente a los otros y se disgustan porque sienten que su vida no es así. Se sienten mal, según cuentan en las consultas, por considerar que no están “a la altura” de sus amigos: tienen muchas visitas y las fotos que exponen son de “personas felices”, argumentan. La depresión va en aumento y las previsiones no son buenas, ya que, según Víctor Pérez Sola, director del Institut de Neuropsiquiatria i Addicions del Hospital del Mar de Barcelona, se espera que en 2030 sea la primera causa de incapacidad laboral.

Esta enfermedad se ha convertido, junto con las adicciones, en una de las lacras en salud mental de los jóvenes, y además cada vez los primeros episodios son a edades más tempranas. Los factores más determinantes para que alguien sea vulnerable a la depresión son, además de la genética (entre el 30 y 40 % está vinculado a ella), el lugar y entorno en la infancia o adolescencia. En esos espacios y situaciones, muchos de los jóvenes con depresión han sufrido malos tratos, abusos, “bullying” o acoso, y no lo han contado, no han accedido al sistema sanitario. “Es muy difícil que una persona de 18 o 22 años vaya al médico, al psicólogo o psiquiatra con un cuadro depresivo, porque no entiende que tenga que acudir ahí. No creen en ellos y piensan que lo que les pasa no tiene que ver con lo que dicen los médicos”, dice Pérez.

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