La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio, en especial a los que están en el poder en cualquier tiempo o espacio. Los que huyen se pierden. No llegan a ser héroes del bien. Tampoco dejan obras dignas de ser aplaudidas, pues están atados a sus carguitos o a sus estatus; es decir, su única preocupación es continuar en la cima.

En Dominicana desde hace tiempo la moda es huir. Nos estamos convirtiendo en entes complacientes, temerosos de asumir nuestro deber o de tomar partido a favor o en contra de algo o de alguien. Creemos que estar en paz con todos es lo conveniente, que mantenernos sumisos no nos torna vulnerables, sin comprender que nos estamos transformando en cobardes, asustándonos hasta de nuestra propia sombra.

Entre nosotros hay seres tan blandengues, para no decir otro sinónimo popular, que prefieren ni enterarse de asuntos trascendentales, no ocurra que la lengua los delate y expresen algo que consideran los pueda perjudicar.

Se nos olvidó “dar la cara”, decir un sí o un no rotundo, llevarnos del dictamen de nuestras conciencias, andar con la frente en alto, siendo nuestras actuaciones signos de moral universal. Nuestra conducta se valora en la medida que seamos útiles, inyectando en los demás una razonable dosis de sosiego, felicidad y esperanza.

Hay que “jugárselas”. Seamos parte activa en el terreno, abandonemos las gradas, evitemos ser un fanático más. Es triste decirlo: muchos estamos muertos sin saberlo. Ni por error actuamos. Nos ocultamos del sol que anima y evitamos el viento que refresca. No tenemos ideales. Ni para estadística servimos. Y lo peor: nos momificamos por tanto tiempo que ya no tenemos oportunidad de resucitar.

¡Basta de bañarnos con agua tibia, con el argumento de que no queremos quemarnos ni congelarnos! Y esta imitación del avestruz es más condenable si proviene de quienes deben dar cátedra de responsabilidad y firmeza a la hora de tomar decisiones.

Por ejemplo, en el ámbito judicial existen casos irrepetibles, donde el Ministerio Público y los jueces tienen la oportunidad de dejar positivas huellas en la colectividad, en su trayectoria profesional y en su entorno familiar. El juicio de Odebrecht es uno de ellos, donde pronto se conocerá el fondo. Esperamos con ansias los resultados, donde también se estará juzgando el nivel ético de nuestra sociedad, en especial de los que en distintos grados están en el poder.

No podemos seguir estancados y en ocasiones retrocediendo. Avanzaremos cuando dejemos de huir, cuando nos rebelemos, cuando nos “dé pique”, cuando desde cualquier posición que estemos valoremos la dignidad y la solidaridad, cumpliendo nuestro deber, solo complaciendo la verdad y la justicia, aunque arriesguemos nuestro confort.

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